8.3.07

Por el culo se la hinca

Yo también padezco ese tic, como muy bien saben mis resignados amigos. Pavlovianamente ya aprendieron (¡a golpes de ripio soez!) que no deben decir en mi presencia Tele 5 (porque por el culo se la hinco), ni que el copiloto de Carlos Sáinz se llamaba Luis Moya (porque me chupan la polla), ni que el presidente andaluz del abaniquito era Pepote (porque me agarran el cipote), ni que la tienda más barata es el Caprabo (porque me trincan el nabo). Es un dispositivo automático del que, en realidad, yo soy tan víctima como ellos. O mejor dicho: yo soy la auténtica víctima. Funciona como una mina que mi interlocutor pone y que, al yo pisarla, estalla: ante la palabra "cinco", yo no puedo hacer otra cosa que responder "por el culo te la hinco". Aunque, bueno, eso quizá fue al principio: cuando yo era un buen salvaje en la fase auroral del descubrimiento de mi tic. Luego me fui maleando (siempre es igual: uno nace rousseauniano y se hace hobbesiano; en la cuna somos inocentes ZPs, pero luego nos vamos volviendo airados taxistas —menos ZP, que sigue siendo siempre ZP, incluso después de perder la inocencia). O sea, que no sólo tenía el tic, sino también el impulso (sádico, masoquista) de ejercerlo. Así que con frecuencia he tratado de llevar las conversaciones al punto en que mi interlocutor tuviese que incurrir en una palabra terminada en -inco, o en -olla, o en -ote, o en -abo (o en -otas, o en -ones, etc., etc.). En ese caso era yo el que ponía la mina, el que conducía los pasos de la víctima hacia ella... y también el que estallaba. Es un juego infantil (¡infantiloide!), pero les aseguro que he llegado a un cierto grado de sofisticación. Tras el periodo clásico, siempre viene uno manierista. Justo en ese es en el que me encuentro ahora. Mi mayor placer actual es llevar a mi interlocutor a que pise en la palabra "Minesota", por ejemplo. Y entonces yo, ante su sorpresa, lo que hago estallar no es un "tócame las pelotas", sino un "tríncame el nabo". Para resaltar la barrabasada, lo que suelo hacer es repetir su palabra antes de mi estallido: "¿Minesota? ¡Tríncame el nabo!". Normalmente, llegados a ese extremo, soy yo solo ya el que se troncha: pero es que el manierismo tiene una esencia onanista. Las manieras permanecen incomunicadas: son mónadas de humor impenetrables, incompartibles. Automamadas humorísticas, por decirlo así.

Todo esto viene por las revelaciones que pudimos leer hace una semana y pico en El País acerca de Alejandro Agag: también él tenía ese tic rimador. Me permito reproducir el párrafo entero, porque me dejó encandilado (ese es el periodismo de investigación que a mí me gusta):
Durante seis años [Agag] funcionó como una extensión de Aznar. Se hicieron amigos. Una misión complicada con el adusto presidente. Alejandro sabía llevarle. 'No es difícil, porque nunca está de buen o mal humor, no tiene humor', dijo sobre su jefe. Cuando era su ayudante, jugaban juntos al pádel. Incluso se permitía hacerle bromas. Ante el pasmo de los funcionarios de Moncloa. La cuestión era que el jefe dijera cinco para que Agag saltara: 'Por el culo te la hinco'. Aznar se tronchaba.
Bien, podemos apreciar dos cosas. Una: que Agag se encuentra (o se encontraba por aquel entonces) en pleno periodo clásico del tic, aquel en que priman la coherencia ("cinco" se acopla con "hinco") y la comunicabilidad (el interlocutor también "se tronchaba"). Y dos: el tal interlocutor tenía en este caso un morbo especial, puesto que se trataba nada menos que del presidente del gobierno.

Adonde yo quiero llegar es a Freud, por supuesto. Al denostado Freud, que tan buenos momentos nos da. Un presidente del gobierno es el Padre por antonomasia. No es lo mismo hacerle pasar a él por la prueba del cinco, que a un simple amiguete. Bueno, supongo que hacerlo con un amiguete también tendrá su almendra psicoanalítica: dejo en manos de mis lectores que me tumben en el diván y hagan la autopsia de mi subconsciente (no sin sugerirles que se agarren, porque vendrían curvas). Pero ahora soy yo el que está erguido en el circunspecto sillón, con Agag a mi merced, completa e irremisiblemente divanizado. El hecho es que este hombre con sonrisa de Peter Sellers le decía al presidente del gobierno que por el culo se la hincaba. Este hombre le decía al Padre que por el culo se la hincaba. El se reía, Aznar también se reía: el ambiente parecía jocoso, pero hay un insoslayable componente de tragedia griega en todo esto. Componente que fue advertido por los testigos ajenos al juego. Recordemos la acotación: "Ante el pasmo de los funcionarios de Moncloa". Esos funcionarios, desindividualizados en su funcionariedad y atónitos ante el ejercicio de la hybris, ¿no constituyen un genuino coro griego? Un coro espantado por el espectáculo de un Edipo invertido, en la línea de mi poemita "Edipo gay", que decía así en sus dos únicos y esplendorosos versos: "Mata a la madre y / se folla al padre".

En fin, todo son hipótesis, naturalmente... pero los hechos que siguieron casi no dejan lugar a dudas. Agag se casó con la hija de Aznar, que era la persona casadera más parecida a Aznar que encontró (y con la ventaja añadida de que no gastaba bigote, con lo que la evocación de Charles Chaplin quedaba muy rebajada: ¡aunque quizá no la de Geraldine Chaplin!). Podría entenderse que la boda de Agag con Anita no fue más que un modo de llevar demasiado lejos el tic, pero el tomate psicoanalítico no se desvanece por ello. En cuanto a Aznar... creo que todo esto explicaría su afán por que el casamiento se celebrase en El Escorial. En efecto: ¿por qué un gobernante iba a querer montar una boda imperial si él no era el gran protagonista? La respuesta es obvia: lo era, o se sentía así. Aquel otro movimiento que hizo en aquella época, el de visitar el Monasterio de Yuste donde se retiró Carlos V, apunta en la misma dirección. Si Aznar estaba en plan Carlos V, ¿por qué no iba a estar en plan Felipe II? Se celebró, pues, la boda. Y gracias a la Historia, que siguió avanzando, sabemos ya también que aquella pomposa celebración fue el principio de la decadencia política de Aznar. A partir de entonces, los hados empezaron a serle adversos. Aquella boda fue, por lo tanto, una Muerte simbólica. ¿Agag también estaba matando al Padre? En ese caso, el "hincamiento" (¡simbólico!) hubiese sido también un "empalamiento" (¡simbólico!). Pero lo más sustancioso es cuando volvemos a mirar la foto y nos fijamos en Aznar, transido. No es sólo emoción por la hija, ni tan siquiera emoción imperial: es que se encontraba en plena muerte (¡de amor!) de Isolda.

[Publicado en Nickjournal]