15.9.07

Propina de verano

La lluvia de anteayer (cayó un tormentazo aquí, con truenos, de madrugada, y luego estuvo todo el día gris, lloviendo a ratos) me dejó un anhelo de playa, un deseo de darme un último bañito antes de que llegue definitivamente el otoño. Por eso ayer, en que volvió a salir el sol, me di una propina de verano. El mar estaba tranquilo: verdusco cerca de la orilla y azulándose hacia el horizonte. Soplaba una brisa recia pero agradable. Las hojas del periódico revoloteaban un poco, pero se podía leer. Había más bañistas que la semana pasada, aunque lo suficientemente esparcidos, y con ese sosiego propio de septiembre, en que hasta los gritos y los chapuzones suenan como amortiguados. El agua no estaba fría. Al salir, me fijé en los reflejos del sol en las olas que se retiraban de la orilla. Estuve un rato tumbado en la toalla, bocarriba, y luego me di la vuelta para leer. Me quedaba el último capítulo de una novelita de Georges Simenon que tengo en portugués, Maigret diverte-se (en francés: Maigret s'amuse), de una vieja colección editada por la Livraria Bertrand. Ha estado bien leerla en ese idioma: Maigret ha tenido así un toque pessoano, y sus deambulaciones por París tenían también algo de lisboetas. Deambulaciones que en esta novela son las de un ocioso: Maigret está de vacaciones y decide quedarse con su esposa en París, sin decírselo a nadie; entre sus paseos y sus indolencias de agosto, va siguiendo las noticias sobre un crimen que aparecen en la prensa, como un lector más. Se impacienta a veces, por no poder investigar (trata de imaginarse cómo lo estará haciendo su susustituto, al que se ha prometido no telefonear para pedirle datos); pero va acomodándose en su actitud de mero espectador, que Simenon equipara finamente con la del lector de historias criminales, hasta que termina descubriendo al asesino. Hay muchas observaciones memorables, pero ya que somos intelectualetas, rescatemos ésta, que sirve tanto para el asesinato como para la literatura (la dejo en portugués, que se entiende):
Alguns crimes crapulosos cometidos por um tarado qualquer ou por um desequilibrado ficam por descobrir. O crime de um intelectual descobre-se sempre. Querem tudo prever, não querem deixar nada à sorte. Querem ser mais espertos que toda a gente. E é então que qualquer detalhe a mais os deita a perder.
Después leí el capítulo de Bruno Ayllón de la obra colectiva Brasil-España: diálogos culturales, sobre las relaciones culturales entre los dos países de 1822 a 1922. Hay elementos interesantes, que yo no sospechaba, como que Juan Valera fue el primer brasileñista español (vivió en Río de Janeiro entre 1851 y 1853, y tiene escritos sobre Brasil). O que, en el primer tercio del siglo XX, también viajó por allí Villaespesa (que ya ha quedado, más que como poeta, como personaje de Cansinos-Assens: he querido imaginármelo de esa guisa en la Lapa o en el Mangue de Río de Janeiro, emborrachándose con Noel Rosa, o quizá tropezando pero sin hablarse). O que un pintor español, Modesto Brocos, fue premiado por su cuadro "A redenção de Cam". O que se representaron zarzuelas en Río a mediados del XIX. O que hubo una conspiración de liberales españoles para que Don Pedro I de Brasil fuese rey de España. O que en los salones del Madrid de 1839 irrumpió una brasileña, Maria da Gloria Büschenthal, cuya belleza inspiró versos...

Una nube tapó el sol. Miré a mi alrededor y ya apenas quedaban bañistas. La playa estaba en sombra, pero al final de la bahía, hacia levante, la ciudad seguía iluminada, con los perfiles borrosos por la neblina. Me quedé un rato más, sintiendo la brisa y contemplando. Hasta que hizo de verdad frío. Pensé que así comienza el otoño: cuando el calor deja de sostenerse por sí solo, sin el sol. Me vestí, pero antes de irme compré en un kiosko el último cornetto de vainilla. Me lo tomé mirando, desde el paseo marítimo, las hamacas de la playa, en formación: más hermosas que nunca, porque estaban vacías.