29.6.07

Disfunción de Losantos

Esta mañana he puesto la tertulia de la Cope, después de algún tiempo, y ahí estaba el talibán dando alaridos. Luego ha contado su primer encuentro con Rodrigo Rato, allá por el 83. Alfonso Guerra había esgrimido en el Parlamento una carta que le había mandado Rato pidiéndole concesiones para la Cadena Rato. Losantos escribió contra Rato en Cambio 16 y Rato lo llamó para comer. "¿Qué tienes contra mis negocios?", le espetó Rato. "Que los tengas", respondió Losantos. Estuvieron dos años sin hablarse.

La anécdota es reveladora de lo que es Losantos en la derecha española: el coñazo, fundamentalmente, que es Losantos. Por lo general, la gente está en la derecha por negocio, por defender sus intereses, por ganar pasta y amasar (el hecho de que hoy en día buena parte de la izquierda esté por lo mismo no invalida mi argumento). Y hete aquí que de pronto llega el talibán Losantos con un derechismo aparentemente desprendido, idealista, ideológico. ¡Menuda disfunción! ¡Cómo se nota que viene de pobre! ¡Y cómo se nota que viene de la izquierda! ¡Patético tic, don Federico! ¡Patético tic!

26.6.07

Sociología de la caseta

Los libros me gustan en las librerías. A la Feria sólo voy, lo reconozco, para ver famosetes en sus casetas. Con la música me pasa igual: me gusta quietecita en sus grabaciones; si acudo a los conciertos es únicamente por sentir el fechitismo de los cantantes ao vivo (suelen ser de Brasil).

La acumulación de libros me marea. No soy de los que se concentran en el suyo, sino de los que no pueden dejar de pensar en todos los que no están leyendo mientras leen el suyo. Siempre he sido sensible a argumentos como los de Gabriel Zaid en Los demasiados libros, que es otro libro. La Feria del Libro la veo, en cierto modo, como una maldición. O como una erupción obscena en pleno parque. Estaban allí los tranquilos vegetales (limpiamente antibaudelerianos), y de pronto plantan las casetas con sus podridos frutos. Y algunas, las que yo busco, también con bicho. No recuerdo quién era el que lo decía (¿Manuel Vicent?), pero lo cierto es que la caseta con su escritor firmando es una caseta con bicho. Sólo ante ella me detengo.

No suelo decir nada. De hecho, jamás le he dicho nada a ningún escritor (salvo a Vargas Llosa, pero eso lo contaré otro día). Tan sólo me planto y observo. El escritor no tarda en darse cuenta. Y se pone nervioso: especialmente si está recibiendo los elogios (por lo general baratísimos) de algún fan. El caso que recuerdo con mayor regocijo fue el de Jiménez Losantos hace un lustro. Sus fans le soltaban enormidades que él recibía con cierto pudor, pero sin violentarse. Entonces advirtió que yo (un desconocido con cara de palo, para él) estaba siendo testigo. Vi cómo se avergonzaba.

A otros les falta ese pudor. A Antonio Gala, por ejemplo: siempre dispuesto a recibir su elogio y a lucirlo en la pechera de su jersey color pastel. Gala firma con el gesto del que pide pomada (que es lo que da en su prosa: quid pro quo). Al verlo tan encorvadillo, me acordé de un programa de Canal Sur en que presentó sus poemas hace unos meses. Antes de leer uno, avisó con voz quebrada: "Escúchenlo bien. Es conmovedorrr". Lo escuché bien, pero, naturalmente, la conmoción no se produjo: contraviniendo las premisas estéticas del siglo, el poetiso había puesto el carro por delante de los bueyes. (Gala es de los que siguen creyendo que una rosa puede conmover sólo porque es una rosa: en este sentido, no deja de tener su heroísmo trasnochado.) El día que lo vi estaba Carmen Posadas en el otro extremo de la caseta, y aquello parecía una competición para ver quién se había gastado más en cremitas para el cutis. Pero mientras que la cola de Gala era sólida, la de Posadas se reveló volátil. Terminó de firmarle su ejemplar a una chica, y todos los que iban detrás se retiraron: era una cola sólo de mirones.

En cualquier caso, uno percibe a Gala y a Posadas como escritores flojitos, pero no como impostores. Los impostores son otros: concretamente los hautores de libros de autoayuda. Estos son libros que, por cierto, pueden prestar ayuda efectiva: pero eso depende al 99% de los lectores (como les ocurriría con los libros que no son de autoayuda). El primer autoayudista con el que me crucé fue Bernabé Tierno, que lucía su cara descolorida y asténica debajo de un cartelón con la portada de su libro: Optimismo vital, ilustrada con una corbata de pajarita roja. La imaginación de uno (que en verdad ama la alegría) vuela hacia la jeta de un Chencho Arias antes que a la del tierno besugo que tiene delante y que en este momento le está diciendo a una clienta: "Léelo bien, que te va a cambiar la vida". (El tuteo optimistozapateril expandiéndose como fórmula comercial homologada.) Más allá estaba otro predicador tristón de la felicidad: Enrique Rojas, con su Adiós, depresión. Y, por fin, mi tahur favorito: Jorge Bucay, el Jabalí de la Pampa. Le lancé una mirada de odio, por ver si la notaba; pero creo que el tilín tilín de su caja registradora le nublaba la vista. La puntilla se la dio una fan, involuntariamente, en otra caseta. Escuché que le pidió al dependiente: "Un libro de Bucay. Y si no tiene, uno de sudokus". (¡Esa sí que sabe lo que es la autoayuda!)

Rozando el género, aunque salvándose en el fondo porque lo que hace es ayudarse descaradamente a sí mismo, estaba Sánchez Dragó. Presentaba su libro Derechazos. Pero al lado, vendiéndolo a la vez, tenía otro antiguo: El sendero de la mano izquierda. Un target amplio, a diestra y siniestra, del que sólo quedan fuera los paladares literarios exquisitos, que son (¡somos!) una ruinosa minoría.

Entre caseta con bicho y caseta con bicho, suenan de vez en cuando los altavoces, anunciando más bichos. Esta vez me conquistó un nombre: Isabelo Herreros, que no sé qué ha escrito. ¡Isabelo! ¡A ese ya se lo escribieron todo en la pila bautismal! También llegan, como bofetadas, títulos imposibles. La fabulación del plectro, juraría que oí. (Si Dios tuviese malicia, su autor sería el mismísimo Isabelo Herreros, a pesar de la asonancia, y no el otro con cuyo nombre no me quedé.)

Me impresionó ver a César Vidal, enorme (¡y lampiño!) como hipopótamo en camisa de verano. Un amigo mío le llama, con irresistible mal gusto, "la gorda macho de la Cope". Más allá estaba también Cristina López Schlichting, que supongo que será la hembra (se lo tengo que preguntar a mi amigo). Firmaba el libro Hablando de sexo con Cristina, y yo mismo estaría gustoso de hacerlo: a mí esa mujer me va. Vidal tenía un guardia de seguridad filtrando la cola, y una que pasó dijo: "Con guardia de seguridad. ¿Por qué será?". Delante de la de Schlichting escuché esto otro: "No se morirá, hija de puta". De modo que existe, pues, la famosa crispación: sólo que lanzada desde los palacetes del talante. Creo que esos dos venían de la caseta con la fila más larga: la de Joaquín Sabina. De éste había leído un par de días antes una de esas frases folklóricas y autocomplacientes con que nuestros acomodados rebeldes se descuelgan de vez en cuando: "Almudena Grandes y yo tenemos el mejor público de España". Está claro que muchos habían picado y, numerosos en la cola, querían sentirse los mejores (facturándole al factótum).

Igual que en los salones de la alta sociedad, se dan también coincidencias odiosas (para los protagonistas). Como en una caseta donde estaban León Arsenal y un tal Jorge Magano (¡le apunté el nombre!), ambos con camisa negra y con perilla. Tipos originales y se supone que con muchísima personalidad, pero repetidos como burbujitas de Freixenet. En otra caseta estaban Ian Gibson y Benjamín Prado, tal vez espiándose de reojo para que el otro no le quitase cacho de la Guerra Civil. En ocasiones la caseta hace al monje, como la de Torremozas, con unas mujeres de armas tomar (¡había una con gafas negras atusándose el pelucón!). O la caseta católica, o la caseta comunista, o la caseta alternativa, o la caseta rockera, o la caseta zen: todas con bichos uniformados hasta en los gestos. Mario Luna vendía su Sex Code disfrazado de galán metrosexual (igualito que si Melville se pusiese a vender Moby Dick disfrazado de ballena blanca). Y el librero de la caseta donde el congoleño Miampika firmaba sus Voces africanas llevaba puesta una camiseta de Coronel Tapioca (¡lo juro!). Por cierto, que la de la Editorial Mundo Negro tenía un cartel que parecía un reclamo facha: anunciaba la revista Aguiluchos.

Luis Alberto de Cuenca llevaba una camisa que le hacía parecer un componente secreto del Dúo Dinámico (habría tomate entonces: un dúo que en realidad es trío... ¡más dinamismo aún!). Mercedes Abad producía ternura por ser una feílla con sombrerito, muy coquetamente puesto. Lucía Etxebarría, como siempre, estaba como al borde del estallido físicoemocional. Rafael Reig exhibía con excesiva desenvoltura su cubata, obediente a su fama de campechano. Y Marta Rivera de la Cruz miraba el río de lectores que pasaban de largo, con los codos apoyados en el mostrador y la cara encajada en las manos: ella sí tenía tiempo de pensar en su próxima entrega. Recordé lo que había dicho unos días antes en el programa de Sánchez Dragó. Este había entrevistado al tal F. M., con su parafernalia de iniciales y luces que dejan en sombra la cara, y después la escritora dijo (ya con focos): "Yo le diría a F. M. que no hace falta que se esconda tanto, porque nadie se fija en los escritores".

Y así es (descontando casos enfermizos como el mío). En realidad, someterse a los focos y a las entrevistas y dejarse encerrar en una caseta son gestos de humildad. La Feria del Libro es, pues, una Tebaida, con sus cuevas llenas de santitos: penitentes todos, triunfadores y fracasados. Y con sus guapas libreras, como vírgenes (¡pecadoras!) en sus hornacinas.

[Publicado en Kiliedro]

23.6.07

La Señora Gorda

En On Bullshit se cita un fragmento de Longfellow que, al parecer, Wittgenstein tenía como lema:
In the elder days of art
Builders wrought with greatest care
Each minute and unseen part,
For de Gods are everywhere.


[En los viejos tiempos del arte
los creadores trabajaban con sumo cuidado
cada elemento, por diminuto e invisible que fuera,
pues los dioses están en todas partes.]

Harry G. Frankfurt comenta a propósito:

El sentido de estos versos es claro. En los viejos tiempos, los artesanos no cortaban por lo sano. Trabajaban con esmero y cuidaban cada aspecto de su trabajo. Tenían en cuenta cada una de las partes del producto y diseñaban y hacían cada una de ellas como era debido. Dichos artesanos no relajaban su concienzuda autodisciplina ni siquiera en detalles de su trabajo que generalmente resultaban invisibles. Aunque nadie fuera a darse cuenta de que esos detales no estaban bien acabados, los artesanos habrían tenido mala conciencia por ello. De manera que no se barría nada debajo de la alfombra.

Eso mismo explicaba Oscar Tusquets en su Dios lo ve, al que Félix de Azúa le dedicó una memorable columna, que ahora no encuentro. Sí tengo a mano el final del prólogo de María Moliner a su Diccionario de uso del español, que dice algo equivalente y que me recitó una vez una amiga, que se lo había aprendido:

Por fin, he aquí una confesión: La autora siente la necesidad de declarar que ha trabajado honradamente; que, conscientemente, no ha descuidado nada; que, incluso en detalles nimios en los cuales, sin menoscabo aparente, se podía haber cortado por lo sano, ha dedicado a resolver la dificultad que presentaban un esfuerzo y un tiempo desproporcionados con su interés, por obediencia al imperativo irresistible de la escrupulosidad; y que, en fin, esta obra, a la que, por su ambición, dadas su novedad y su complejidad, le está negada como a la que más la perfección, se aproxima a ella tanto como las fuerzas de su autora lo han permitido.

Ese imperativo irresistible de la escrupulosidad es el que Salinger simboliza en la Señora Gorda de Franny y Zooey:

Recuerdo la quinta vez que participé en el "Niño sabio". Sustituí a Walt unas cuantas veces cuando estaba escayolado. ¿Te acuerdas de cuando estuvo escayolado? El caso es que empecé a protestar una noche, antes de la emisión. Seymour me había dicho que me limpiara los zapatos justo cuando salía por la puerta con Waker. Me puse furioso. El público del estudio era cretino, el locutor era un cretino, los patrocinadores también eran unos cretinos, y a mí no me daba la real gana de limpiarme los zapatos para ellos, le contesté a Seymour. Le dije que además no podían verlos. El replicó que de todas formas me los limpiara. Que lo hiciera por la Señora Gorda. Yo no sabía de qué rayos me estaba hablando, pero puso esa cara típica de Seymour, y le obedecí. Nunca llegó a explicarme quién era la Señora Gorda, pero, desde entonces, yo me limpiaba los zapatos cada vez que iba a la radio; en todos los años en que tú y yo estuvimos juntos en el programa, si te acuerdas, creo que no se me olvidó hacerlo más que un par de veces. En mi mente se formó una imagen terriblemente clara de la Señora Gorda. Me la imaginaba sentada en un porche todo el santo día espantando moscas, con la radio a todo volumen de la mañana a la noche. Me figuraba que el calor era terrible y que probablemente ella tenía cáncer y... qué se yo. El caso es que tenía clarísimo por qué Seymour quería que me limpiase los zapatos cada vez que iba al programa. Tenía sentido. [...] No importa dónde actúe un actor. Puede ser en compañías de verano, en la radio, en la televisión, o incluso en un maldito teatro de Broadway, con el público más elegante, mejor alimentado y más bronceado que te puedas imaginar. Pero te contaré un terrible secreto... ¿Me escuchas? No hay nadie que no sea la Señora Gorda de Seymour. Y eso incluye a tu profesor Tupper, rica. Y a sus docenas de condenados primos. No hay nadie en ninguna parte que no sea la Señora Gorda de Seymour. ¿No lo sabías? ¿No sabías aún ese maldito secreto?

Para mí la Señora Gorda es también un hipopótamo que me encontré en el jardincito del Príncipe de Anglona de Madrid, en noviembre de 2004, y que lo tengo puesto en mi escritorio para que me mire y sonría con su sonrisa de hipopótamo. Él me recuerda el imperativo irresistible de la escrupulosidad, pero sin olvidar que la carne es débil, como la del de Eliot:

The broad-backed hippopotamus
Rests on his belly in the mud;
Although he seems so firm to us
He is merely flesh and blood.
Flesh and blood weak and frail,
Susceptible to nervous shock...


[El hipopótamo de ancho lomo
está echado de panza en el barro;
aunque nos parece tan sólido
es sólo carne y sangre.
Carne y sangre, débil y frágil,
susceptible de postración nerviosa...]
¡Mi totémico hipopótamo!

20.6.07

Charlatanería de la sinceridad

Me estaba decepcionando bastante el famoso On Bullshit, del ya mencionado aquí Harry G. Frankfurt, cuando llego a las últimas páginas, que justifican el libro (el librito). Antes el autor ha hecho una acertada consideración:
Es precisamente esa ausencia de interés por la verdad —esa indiferencia ante el modo de ser de las cosas— lo que yo considero la esencia de la charlatanería.

Más adelante desemboca en una conclusión que resuena como el aforismo de Nietzsche “Las convicciones son enemigas de la verdad más peligrosas que las mentiras”:

Uno que mienta y otro que diga la verdad juegan, por así decir, en bandos opuestos del mismo juego. [...] El charlatán ignora por completo esas exigencias. No rechaza la autoridad de la verdad, como hace el embustero, ni se opone a ella. No le presta ninguna atención en absoluto. Por ello la charlatanería es peor enemiga de la verdad que la mentira.

Llegamos por fin a las últimas páginas:

La proliferación contemporánea de la charlatanería tiene también raíces más profundas en las diversas formas de escepticismo que niegan que podamos tener acceso seguro alguno a una realidad objetiva y que rechazan, por consiguiente, la posibilidad de saber cómo son realmente las cosas. [...] Una respuesta a esa pérdida de confianza ha consistido en renunciar a la disciplina exigida por la dedicación al ideal de la corrección para refugiarse en un tipo de disciplina muy diferente, impuesta por la persecución de un ideal alternativo de sinceridad. En lugar de tratar primordialmente de lograr representaciones precisas de un mundo común a todos, el individuo se dedica a tratar de obtener representaciones sinceras de sí mismo. Convencido de que la realidad no posee naturaleza alguna inherente que uno pudiera confiar en determinar como la verdad fiel de las cosas, se consagra a ser fiel a su propia naturaleza individual. Es como si decidiera que no tiene sentido intentar ser fiel a los hechos, por lo que, en vez de eso, ha de intentar ser fiel a sí mismo.

Y he aquí la charlatanería de la sinceridad:

Como seres conscientes, existimos sólo en respuesta a otras cosas y no podemos conocernos en absoluto a nosotros mismos sin conocer aquéllas. Más aún, no hay nada en la teoría, y ciertamente nada en la experiencia, que sustente el extraordinario juicio de que lo más fácil de conocer es la verdad acerca de uno mismo. Los hechos que nos conciernen no son especialmente sólidos y resistentes a la disolución escéptica. Nuestras naturalezas son, en realidad, huidizas e insustanciales (notablemente menos estables y menos inherentes que la naturaleza de otras cosas). Y siendo ése el caso, la sinceridad misma es charlatanería.

19.6.07

Homenaje (melancólico) al Fary

El Nickjournal como fuente de noticias. De noticias fúnebres, como esta de la muerte del Fary. Aquí me he enterado y aquí suspiro. La semana pasada estuve leyendo los Diarios 2001 de Arcadi Espada y ahí venían unas hermosas consideraciones sobre las necrológicas. La más emocionante: que la necrológica suele ser la última vez que se habla de una persona. Esta puede que sea la última vez que hable yo del Fary. (Me suelto en deshilachadas anotaciones:)

Ni me gustó ni me dejó de gustar. Era feo y nos acompañó treinta años. Nos reíamos de él, pero le teníamos cariño. Uno lo evoca y se le distiende el corazón. No fue un cabroncete.

El pueblo acuñó esta frase: "Eres más feo que El Fary chupando limón". A una profesora de la Universidad la habíamos apodado "El Fary", y sentíamos que era el peor mote que podía ponérsele a una mujer. Pero lo cierto es que se parecía muchísimo al Fary. Y tampoco era mala persona: con esa cara parece imposible ser mala persona.

Yo asistí en directo a la presentación del Fary, por la tele. Era en un programa de Íñigo en que se descubrían nuevos talentos, o talentos a los que la fama les había pasado de largo. De allí salió el rubio Iván, creo. Era un triunfito avant la lettre. Y también salió El Fary, con su furia de feo traspapelado. Se agarró a la fama como el jinete de un rodeo a su potro. Se le suponían muchas deudas y muchos hijos. Se le suponía una miseria que la fama taponaba. No se ocultaba, no se adornaba: quería comer, quería vivir bien. Los pobres suelen querer esas dos cosas. (Son los burgueses los que quieren cambiar el mundo.)

Una vez cantó en el programa de aquel presentador soso y amable, Pablo Lizcano. Después, se incorporó a la tertulia, que era de mujeres bravas. Hablaban de feminismo. Llegó el Fary y lo primero que dijo fue: "Ojú, cuántas mujeres. Es para echárselas todas al hombro". Le llovieron palos retóricos, insultos, improperios. Por la escena, así transcrita, puede parecer que se lo merecía. Pero en la tele se apreciaban los tonos: El Fary habló con dulzura (una dulzura, sí, algo ensuciada por una retórica vieja –pero de temperatura cariñosa), mientras que las feministas escupieron con hosquedad de machotes que ponen los cojones encima de la mesa (presas también de una retórica previsible).

Algunas de sus canciones tenían su punto. La del "torito bravo", que "va p'a semental", el que "tiene botines y no va descalzo". Y otra que pasó más inadvertida pero que era todo un ideario estéticomoral. "Categoría" se titulaba, y era una extraña canción de exposición abstracta de un concepto. Nos hacía pensar que el pueblo llano no hubiera desentonado en clase de Heidegger (cosa que sí haría el 99% de nuestros filósofos).

En su serie televisiva recuerdo una escena ciertamente inolvidable. El Fary se acerca a la barra de un bar. Hay un grandullón que no le deja sitio. El Fary intenta meterse, pero el grandullón le dice: "¿Adónde vas, enano?". A lo que responde el Fary, antes de lanzarse a pegarle: "Enano no, ¡recortaíto!".

Desapareció unos años, y ahora ha muerto.

14.6.07

Una sola vez



Hoy se sube el Mont Ventoux en la Dauphiné Libéré. En el libro Cumbres de leyenda (que lleva por subtítulo: "Un recorrido por la historia del Tour a través de las montañas más simbólicas"), encuentro este proverbio provenzal: "Quien sube al Ventoux no está loco. Sí lo está quien repite". En efecto: Petrarca lo subió una sola una vez.

9.6.07

El otro João

Robertinho Silva, Luiz Alves, Roby Aidenbaum y João Donato


El otro gran João de la música brasileña, por desgracia menos conocido en España que João Gilberto, es João Donato. Entre mis discos favoritos de todos los tiempos están los tres del Songbook que le produjo Almir Chediak, productor también de otro de Donato que me gusta muchísimo: Só danço samba, con temas de Jobim. Entre las composiciones de Donato se encuentra la deliciosa "Surpresa", con letra de Caetano Veloso. Y justo una sorpresa me llevé hace unos días al recibir este mail:
Hola Jose Antonio,

Leo tu pagina siempre,y se que esto te resultara interesante

Acabo de volver de los Estados Unidos, luego de una exitosìsima gira donde produje los shows de presentaciòn de legendario fundador de la bossa nova, Joao Donato trio, en una serie de 6 conciertos en tres ciudades diferentes: Cleveland, Chicago y New York. La respuesta del pùblico y de los medios fue en todos los casos de aprobaciòn y elogio unànime.

Por eso, quiero hacerlos partícipes de la alegrìa que me provocaron las elogiosas crìticas de la prensa. Luego del concierto de Chicago, el prestigioso Chicago Tribune publicò el siguiente artìculo,al cual pueden acceder con el link

A la vez, el New York Times el dìa 5 de abril (previo al concierto en esa ciudad) se refiriò a Joao Donato como "Donato is one of the great composers of bossa nova of the generation of the end of the 1950´s and probably the musician most influenced by American jazz; his interpretations today are nostalgic and sometimes anarchically funny".

The Time Out New York magazine announced: "The pianist João Donato has so much to do with the elaboration of the music that came to be the bossa nova as the other guitar player João, old partner of Donato. The difference, which you will listen to tonight, is that Donato kept his ears tuned with the jazz that happened on the north of the Brazilian border".

The emblematic magazine of jazz, edited in NY, Wax Poetics, dedicated 12 pages to Donato´s life and work of its edition of April/ May. "João Donato deserves a place among the brazillian music legends, alongside Antônio Carlos Jobim, João Gilberto, Dorival Caymmi, Ary Barroso and so many others, although his erratic career and the experiments with several music styles make a challenge to classify him"

PD:tengo fotos que puedo enviarte

Un gran abrazo

Atte
Roby Aidenbaum

7.6.07

La higiénica verdad

El martes por la tarde me leí, mientras por la ventana del café relumbraba la primavera madrileña, el librito Sobre la verdad, de Harry G. Frankfurt (el mismo autor de On Bullshit). Es una de esas obras anglosajonas sencillas, diáfanas, que a primera vista parecen una redacción escolar, pero que enseguida seducen por su potencia higiénica. Eliminan mucho mundo (en plan navaja de Ockham), pero lo que queda es quizá el mundo que merece ser vivido. Anoto algunos pasajes:
En realidad no podemos vivir sin verdad. La necesitamos no sólo para comprender cómo vivir bien, sino para saber cómo sobrevivir. Por si fuera poco, es algo de lo que difícilmente podemos no darnos cuenta. Estamos obligados a reconocer, al menos de manera implícita, que la verdad es importante para nosotros; y, en consecuencia, también estamos obligados a comprender (de nuevo, al menos implícitamente) que la verdad no es una característica o una creencia ante la cual podemos permitirnos ser indiferentes. La indiferencia no sólo sería una cuestión de imprudencia negligente, sino que pronto se demostraría algo fatal. En la medida en que apreciemos que es importante para nosotros, entonces, razonablemente, nos podremos permitir abstenernos de querer la verdad sobre muchas cosas o de esforzarnos por poseerla.

* * *
El problema con la ignorancia y el error estriba, por supuesto, en que no tenemos ninguna idea clara de nada. Si carecemos de las verdades necesarias, no tenemos más guía que nuestras propias e irresponsables especulaciones o fantasías y los persistentes y poco fidedignos consejos de los demás. En consecuencia, a la hora de planificar nuestra conducta, sólo podemos regirnos por nuestros poco informados supuestos y esperar, cruzando los dedos, que todo vaya bien. No sabemos dónde estamos. Actuamos a ciegas. Sólo podemos avanzar a tientas haciendo lo que buenamente podemos.
.....Esta forma de actuar puede funcionar bastante bien durante algún tiempo. Sin embargo, al final nos llevará, inexorablemente, a meternos en problemas. No sabemos muy bien cómo evitar o superar los obstáculos y peligros que se nos vienen encima. En realidad, estamos condenados a no darnos cuenta de ellos hasta que es demasiado tarde. Y, naturalmente, llegados a este punto, sólo aprenderemos de ellos si admitimos nuestra derrota.

* * *
Lo peor de las mentiras es que éstas se las arreglan para interferir en (y perjudicar) nuestra tendencia natural a percatarnos del verdadero estado de las cosas. Su objetivo es impedir que nos demos cuenta de lo que está sucediendo en realidad. Al mentirnos, el mentiroso procura engañarnos para que creamos que las cosas son distintas de como son en realidad. Intenta imponernos su voluntad. Su objetivo es inducirnos a aceptar sus patrañas como si de una descripción exacta del mundo se tratase.
.....En la medida en que lo consiga, adquiriremos una visión del mundo cuya única fuente es su imaginación, y que no se fundamenta, de manera directa y fiable, en los hechos relevantes. El mundo en que vivimos, en la medida en que nuestra concepción del mismo se asienta en la mentira, es un mundo imaginario. Puede haber lugares peores para vivir, pero este mundo imaginario no nos sirve a ninguno de nosotros como residencia permanente.

* * *
Las mentiras no tienen otro objetivo que perjudicar nuestra concepción de la realidad. Por ello, su objetivo es, de manera muy real, enloquecernos. Si nos las creemos, nuestro intelecto está ocupado y gobernado por las ficciones, fantasías e ilusiones que el mentiroso ha urdido para nosotros. Lo que aceptamos como real es un mundo que otros no pueden ver, tocar o experimentar de manera directa. En consecuencia, una persona que cree una mentira está obligada por ella a vivir "en su propio mundo", un mundo en el que los demás no pueden entrar y en el que ni siquiera el mentiroso reside de verdad. Así, la víctima de la mentira se encuentra, en función del grado de privación de verdad, expulsada del mundo de la experiencia común y aislada en un reino ilusorio en el que no hay ningún camino que los otros puedan encontrar o seguir.

* * *
La incoherencia lógica también debilita la actividad intelectual. Cuando una línea de pensamiento genera una contradicción, su progresiva elaboración posterior se bloquea. El razonamiento puede avanzar en cualquier dirección, pero al final no le queda más remedio que retroceder: debe sostener lo que ya ha rechazado o debe negar lo que ya ha afirmado. (...) El pensamiento contradictorio es irracional porque se derrota a sí mismo.

4.6.07

Danilo di Luca

Ayer me encontraba tomando una cerveza con una amiga en una terraza de Conde de Peñalver, cuando leí en el periódico el nombre de Danilo di Luca, que estaba a punto de ganar el Giro (y finalmente lo ganó). Danilo di Luca, Danilo di Luca, empecé a decir. Danilo di Luca, Danilo di Luca, Danilo di Luca. No pude dejar de repetirlo y de degustarlo, de paladearlo, a todas las velocidades posibles y dividiendo las sílabas de todas las maneras: Da-ni-lo-di-luca, Danilodiluca, Da Ni Lo Di Lu Ca, Dani Lodi Luca, Danilodilu Ca, Da Nilodiluca, Dani Lodi Luca, Da Nilodilu Ca... Me envolvió ese nombre, y yo, al pronunciarlo, envolví en ese nombre a la ciudad, a mi amiga y a la mañana entera del domingo. Danilo di Luca, Danilo di Luca, Danilo di Luca

2.6.07

Beneficios ópticos del follar

Accidente (Ponce de León)
Normalmente uno folla y luego se queda retozando. Pero la otra noche, por circunstancias de la vida (¡que no pienso explicitar!) follé y luego tomé el vehículo... para regresar a mi casa. Esto último es lo de menos (invéntense las historias que quieran). Lo importante, de lo que yo quiero hablar aquí hoy, es del trayecto, del trayecto vehicular y conductoril con los testículos bien descargados y aliviados (¡sí, de cintura para abajo mi corazón es infiel!) y los aromas del cuerpo ajeno todavía impregnando el propio (¡hipócrita lector sin bable y sin fritura!) sobre el sillón.

Durante el trayecto, pues, en esa tesitura del gozo recién satisfecho, el mundo se presenta diáfano al volante. El mundo que es noche en este caso: recalcada noche en sus perfiles nítidos. Asombrosamente, es noche iluminada por el sol que destellan los ojos (alonseados reflectores). Un mirón es entonces menda: un mirón no ya de cuerpos, sino del cuerpo del mundo; como si la autopista siguiese siendo la cama, con los sentidos potenciados. La cabeza está en el centro, con despejamiento zen. Hay una pulcritud de cuerpo recogido (¡sin lucha!) en su límite. La mano al volante, los pies en los pedales y una musiquilla sonando (recomendable que sea bossa nova). El hombre es mejor así, después de haber follado. El deseo-acicate provoca un estado de perturbación. Es mejor el de luego. La reconciliación con el mundo: entre otras cosas, óptica.

El miope acelera porque ya ve bien. La vista cansada se convierte en vista pujante. La mirada vuelve a ser la mirada limpia del niño, que ve en la piel del mundo un campo (¡preciso!) de juegos. Y no son metáforas: el cartel que uno no lograba leer a la ida, puede leerlo a la vuelta. Objetivamente se ha producido una mejora óptica. Por eso en este mundo de conductores, en este mundo asentado en una moral de conductores, deberían saberse y proclamarse los beneficios ópticos del follar. Incluso gubernativamente.

Señor Director General de Tráfico, ya que lo suyo son los obscenos números, la celebración de los muertos si quedan por debajo del tope, descabalgue también a la moral en este caso. No podéis conducir por mí, pero sí invitarme a putas cada vez que vaya a coger el vehículo. Y en los grandes paneles electrónicos, en vez de la contabilidad de los fiambres y de las reiteraciones cansinas sobre los límites de velocidad y la distancia prudente, debería venir este otro recordatorio: "¿Has follado ya?". Y deberían acuñarse nuevos eslóganes: "Si no follas, no conduzcas". Y en los controles, junto con el inevitable alcoholismo, debería analizarse también el roce residente en penes y vaginas. Y que se reserve la expresión "Ese va follado" para catalogar el buen conductor, al conductor ejemplar. Y que en los recuentos semanales, del mismo modo que se recalca "el 67% de los fallecidos no llevaba cinturón", se diga: "el 54% iba sin follar".

[Publicado en Nickjournal]