26.10.07

La gran pregunta político-sociológica

La gran pregunta políticosociológica que será respondida en las elecciones de marzo, es la siguiente:

¿El prime time televisivo se identificará con el electorado?

O dicho de otra manera:

¿El electorado sabrá diferenciar entre sus aficiones televisivas y sus (auténticos) intereses políticos?

O de otra:

¿Votará el electorado al presidente más televisivo o al que sea mejor gobernante?

Esta prueba políticosociológica que se nos avecina es de sumo interés. Nos informará acerca de un hecho esencial: si el embrutecimiento televisivo aún discierne de que fuera hay algo llamado "realidad", que se rige por otras leyes; o si lo ha olvidado, y en consecuencia se encamina a un suicidio colectivo (triste pero no trágico, sino cómodo: desde el sofá).

24.10.07

El canon de Montano

Me he animado a rellenar yo también el cuestionario que el 4 de octubre le pasó Arcadi Espada a Martín de Riquer en el suplemento cultural de El Mundo para que estableciera (o esbozara) su canon literario. He decidido (por nada, sólo por aligerarme de compromisos) cancelar mi colaboración con Kiliedro, y ésta me parece una buena forma de despedida. Sólo he cambiado de orden las dos últimas preguntas, para concluir con la memorable frase de Cervantes.

1. Mejor libro de caballerías. Los únicos que he leído (exceptuando el Quijote) son los libros de caballerías de Fernando Savater: El juego de los caballos y A caballo entre milenios. Los he disfrutado muchísimo, a pesar de que no me gusta la hípica. Me parecen particularmente deliciosas las crónicas del Derby de Epsom.

2. Mejor poema de amor. Diré cinco: "La unión libre" de André Breton (que incluye el verso "Mi mujer de sexo de algas y de bombones antiguos"); "Pilares" de Octavio Paz (que incluye "Yo me pierdo en tus ojos/ y al perderme te miro/ en mis ojos perdida" y "con los ojos cerrados,/ con mi tacto y mi lengua,/ deletreo en tu cuerpo/ la escritura del mundo"); el soneto XII del Cancionero de Petrarca (el que empieza "Si del tormento áspero mi vida"); el "Poema leído en la boda de André Salmon" de Apollinaire (que incluye el adorable "el Amor hoy quiere que mi amigo André Salmon se case"); y "A una transeúnte" de Baudelaire ("Fugitiva belleza / cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer").

3. Mejor poema épico. En la tradición escrita: las crónicas ciclísticas de Carlos Arribas en El País. En la tradición oral: las retransmisiones radiofónicas de Javier Ares. Un ejemplo de estas últimas: "¡Ataca Pantani! ¡El Elefantito! ¡El Divino Caaalvo!".

4. El mejor verso. Van diez: "cesó todo y dejéme" (San Juan de la Cruz); "entre las azucenas olvidado" (ídem); "Só mornos ao sol quente" [sólo tibios al sol caliente] (Ricardo Reis); "que el viento mueve, esparce y desordena" (Garcilaso de la Vega); "en nuestros labios, de chupar cansados" (Francisco de Aldana); "El mar, y nada más" (Luis Cernuda); "I have measured out my life with coffee spoons" [He medido mi vida con cucharillas de café] (T. S. Eliot); "en la mutilación de la metralla" (Ramón López Velarde); "Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos" (Pere Gimferrer); "No basta ser cruel. Eres el último" (Jorge Luis Borges).

5. La mejor traducción. Las que hizo Andrés Sánchez Pascual de Nietzsche y de Jünger, y las que hizo Miguel Sáenz de Thomas Bernhard. Ya dije alguna vez que me parecen obras maestras del español.

6. Mejor cuento infantil. Sin duda, Pinocho. Me impresionó especialmente una versión televisiva que emitieron a mediados de los setenta. Era muy descarnada, casi traumática, hecha con actores de carne y hueso (a Pinocho lo interpretaba un niño peloncete llamado Andrea: me inquietó que un niño tuviese nombre de niña). Hace poco reviví el cuento gracias a las reflexiones que le dedica Paul Auster en La invención de la soledad.

7. La mejor novela policíaca. Las de mis dos detectives favoritos: Sherlock Holmes y Hércules Poirot. Más otra de Agatha Christie sin Poirot: Diez negritos.

8. La mejor biografía. Don Ramón María del Valle-Inclán de Gómez de la Serna, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía de Safranski, Gustave Flaubert de Herbert Lottman, Noel Rosa: uma biografia de João Máximo y Carlos Didier, y O anjo pornográfico: a vida de Nelson Rodrigues de Ruy Castro.

9. La mejor novela de aventuras. La línea de sombra de Joseph Conrad, que cuenta la aventura del paso de la primera juventud a la (primera) madurez. El eje es la lucha contra un enemigo insondable e insidioso: la calma chicha en alta mar. Y otra de Conrad: El espejo del mar (en la traducción de Javier Marías), que habla de la aventura del mar a pelo, sin novela.

10. Las mejores memorias. Las de Nietzsche: Ecce homo. Un libro injustamente calificado de ególatra, cuando es un puro chisporroteo humorístico. Nietzsche se nos muestra más entrañable que nunca, y su autoironía es total. Incluye además unas sublimes páginas sobre la inspiración y el símbolo, a propósito de Así habló Zaratustra. En esa línea juguetonamente petulante siempre he adorado "La confesión desdeñosa" de André Breton (incluida en Los pasos perdidos). Otras memorias excelentes, y cuya escritura constituye un ejemplo de castellano diáfano, son las de Luis Cernuda: Historial de un libro. Y, por supuesto, la pentalogía autobiográfica de Thomas Bernhard. ¡Y el Mira por dónde de Savater!

11. El mejor himno. El "Himno a la Luna" de Leopoldo Lugones (incluido en Lunario sentimental). Si hubiera que escoger el de algún país, el brasileño, que dice la palabra "retumbante": "Ouviram do Ipiranga às margens plácidas/ de um povo heróico o brado retumbante". Ivan Lins tiene una versión del himno. Aunque él mismo compuso un himno mucho mejor, la canción "Meu país": "Aqui é o meu país/ nos seios da minha amada". ("Seios" significa, patrióticamente, "senos").

12. La mejor crónica o reportaje. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, en cuyo prólogo hace la siguiente declaración: "y a esta causa, digo y afirmo que lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra; y no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos de más de setecientos años, porque a manera de decir, ayer pasó lo que verán en mi historia, y cómo y cuándo, y de qué manera". Destaco también el informe que escribió Vargas Llosa sobre la matanza de Uchuraccay, en los Andes (que leí en uno de los tomos de Contra viento y marea). Y la historia de la bossa nova escrita por Ruy Castro, Chega de saudade. História e histórias da Bossa Nova: un magnífico reportaje de cuatrocientas páginas.

13. La mejor obra sobre Barcelona. Sin duda, los poemas de Jaime Gil de Biedma. En especial "Barcelona ja no és bona", con sus irresistibles pasajes: "Oh mundo de mi infancia, cuya mitología/ se asocia -bien lo veo-/ con el capitalismo de empresa familiar!". Y si tuviese que decir la mejor sobre Málaga: El otro reino de la muerte, titulado en otra edición Málaga en llamas, de Gamel Woolsey (que era muchísimo mejor escritora que su marido Gerald Brenan).

14. El libro más útil. Apariencia desnuda de Octavio Paz y Duchamp. El amor y la muerte, incluso de Juan Antonio Ramírez: ambos son utilísimos para aproximarse a la comprensión de una de las cosas fundamentales de esta vida, como es el Gran Vidrio de Marcel Duchamp.

15. La mejor novela psicológica. Por el camino de Swann, de Marcel Proust, que es el único tomo que he leído (¡por ahora!) de En busca del tiempo perdido: por las evocaciones de su infancia, las reflexiones sobre la magdalenesca memoria y el estudio, más que sobre los celos, sobre el amor no correspondido; con aquella inolvidable conclusión: "¡Y pensar que he malgastado los mejores años de mi vida por una mujer que no era mi tipo!". Aunque mi mayor descubrimiento literario relacionado con la psicología no me lo dio una novela, sino el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa: en él encontré que podía escribirse sobre la intimidad de un modo que yo jamás había sospechado.

16. La mejor fantasía. Las de Borges, en Ficciones y El Aleph. Y los cuatro primeros libros (hasta Relatos de poder inclusive: ni uno más) de Carlos Castaneda.

17. El mejor drama. Escogeré dos guiones de cine, y sus películas: Breve encuentro de David Lean y El apartamento de Billy Wilder. Las dos están relacionadas: cuando Wilder vio Breve encuentro, se fijó en el personaje que le presta el apartamento a la pareja de amantes. ¿Qué hará él mientras tanto?, pensó. Y ese fue el origen de su futura película. En Breve encuentro, por cierto, hay una frase memorable, cuando el protagonista le dice a la protagonista, para animarla a que acepte su invitación: "Vamos, la mediana edad sólo se vive una vez". (El drama, o la tragedia, es la disyuntiva entre el Orden y la Aventura.)

18. El mejor libro científico. La evolución del deseo de David M. Buss, que es como una operación de cataratas románticas para el corazón. También experimenté un gran placer científico con el desenmarañamiento que hace Dámaso Alonso del Polifemo de Góngora. Añado un ensayito de ciencia psicoanalítica: "Duelo y melancolía" de Freud (incluido en El malestar en la cultura).

19. El mejor tratado político. La Historia de Roma de Indro Montanelli: ahí está todo, pasado, presente y porvenir. Y también Jünger: Radiaciones (sólo los tomos de la Segunda Guerra Mundial) y La emboscadura.

20. La mejor obra cómica. Leyendo me he sonreído muchas veces, pero apenas me han salido carcajadas. Éstas se han producido, por ejemplo, con Pantaleón y las visitadoras de Vargas Llosa, La vida exagerada de Martín Romaña de Bryce Echenique y casi todos los libros de Thomas Bernhard (en especial Tala, El imitador de voces y los pasajes contra Stifter y Heidegger de Maestros antiguos).

21. La mejor frase de Cervantes. Esta del admirable prólogo del Quijote, tan justamente repetida: "procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos". (Vale.)

[Publicado en Kiliedro]

23.10.07

Sin sueño

Sin sueño (La proyección)


Sin sueño (Ojos azules)


Sin sueño (Té verde)


Sin sueño (Luz rosa)


Sin sueño (Resplandor apático)


Sin sueño (Salida de emergencia)


Sin sueño (Luz blanca)


Esta es una extraordinaria serie del gran Chema Cobo. Aquí puede verse una referencia completa de aquella exposición. Aquí una entrevista de este sábado en el Sur. Y aquí un vídeo.

22.10.07

Autoconsciencia bukowskiana

Ayer estuve picoteando en el diario de Charles Bukowski, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, que leí hace un lustro. Yo leí tarde a Bukowski, sin duda porque conocí pronto a los bukowskianos: mi detestación por ellos se extendió a su ídolo. Pero en algún momento cayeron en mis manos sus poemas, que me encantaron, y después leí este librito en prosa: en él descubrí que Bukowski detestaba a los bukowskianos tanto como yo. Está harto de borrachos que le dan la tabarra por ahí, y de tías que le mandan poemas:
Mujeres hablando de sus reglas, de sus tetas y pechos y de cómo se dejan follar. Totalmente anodino. Lo tiro todo a la basura.

Lo que le gusta es ir al hipódromo y escuchar música clásica. Y beber solo. Y escribir. Predomina la autoconsciencia irónica, que es de lo que carecen los cargantes bukowskianos:

Es como cuando ligaba con mujeres en los bares. Solía pensar, quizá ésta sea la que estaba buscando. Otra rutina más. Y sin embargo, durante el acto sexual, pensaba: ésta es otra rutina. Estoy haciendo lo que se supone que tengo que hacer. Me sentía ridículo, pero seguía adelante en cualquier caso. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Yo últimamente también estoy cargante con lo de arrimar el ascua de lo que me gusta a la sardina bernhardiana... pero es que veo una conexión entre Bukowski y Bernhard. Ambos cogen el toro por los cuernos, casi como primitivos (tanto con respecto a la vida como con respecto al lenguaje), y se lanzan a escribir. Incluyen historietillas en sus libros, pero lo fundamental es el personaje (caricaturizado) que va por ahí, repitiéndose. Exactamente como en los dibujos animados de nuestra infancia, los personajes cómicos del cine mudo o el mismo don Quijote, tal y como lo desmenuzó Sánchez Ferlosio en su discurso del Premio Cervantes. Con aquella frase magnífica que lo resume todo: "El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad".

17.10.07

El necio

¡Llevo toda la mañana recalentándome la cabeza con Carod! ¡Menudo necio! ¡Menudo gilipollas! ¡El idiota en cuestión! ¡Qué sintomatiquísimo es lo este vídeo! ¡"Yo me llamó así y no asá!" ¡Ahí te cazamos, fascista! ¡La pura esencia del nacionalismo! ¡El imbécil que ajusta la palabra a la cosa de un modo asfixiante y unívoco! ¡Sin ironía! ¡Sin distanciamiento! ¡Sin que corra airecillo de ninguna clase! ¡Stop a la brisa! ¡La careta la tengo pegada con toneladas de pegamento al rostro! ¡Yo me llamo "Josep Lluís" porque si no, me muero! ¡Me da un calambre sólo de pensar que no me llamo "Josep Lluís"! ¡Me abismo, me infarto y me desmorono si mi identidad no es unívoca y sin resquicio! ¡Soy una pura mierda compacta que se llama única y exclusivamente "Josep-Lluís"!

Lo mejor que podemos hacer sus contemporáneos es llamarlo a partir de ahora, como un láser descompactador, "José Luis". ¡A ese idiota hay que salvarlo de sí mismo! ¡Urgentemente! ¡Ya! ¡Y además, nos va la vida en ello: porque es que tío, a la menor ocasión que tenga, es que nos mata, nos aniquila a todos!

15.10.07

El monte que sube

Una noticia así no sale todos los días: un monte que sube. El estirón del monte, ciclista o escalador de sí mismo. Me recuerda a la cisterna "que a sí misma se bebe" de Octavio Paz. O al glamuroso "pez soluble" de Breton (en francés quedaba aún mejor, con esa evocación del veneno soluble: poisson/poison). Así que el Mont-Blanc sube 2,15 metros. Las subidas de un monte no son en el vacío: debe echar por delante (por arriba) más monte, para subir. El Mont-Blanc como el primer alpinista que llega a su nueva cumbre. O como el ciclista (aparatoso, un panda en bici) que cruza la meta —aunque sin alzar los brazos, porque entonces tendría que subirse ahí también para alcanzar la cima.

13.10.07

El mérito de Bunbury

Hay que reconocerle un mérito a mi detestado Enrique Bunbury: ha logrado, siendo rockero, el mismo nivel de atorrancia que un cantautor. (¿Héroe del Silencio? Esbirro de la Pomposidad.)

12.10.07

Vida en claro



No han solido gustarme los poetas malagueños. No por prejuicio: simplemente, ha sucedido así. Con nuestras cumbres oficiales, Altolaguirre y Prados, no he podido nunca. Ni una emoción en ellos, en lo que a mí respecta. Me parece bien que sigan de segundones del 27 (esa generación, por otra parte, tan sobrevalorada: auténticos poetas sólo había dos, Cernuda y Lorca). Hinojosa tuvo su gracia con aquel acento chic en la palabra "Californía"; aunque para mí será siempre el que le mandó la foto del muro surrealista a Breton, aquella "Vista de Málaga" que salió en el número 5 de La Révolution Surréaliste (octubre de 1925). Entre los poetas actuales, sólo me gusta Álvaro García. Y, de los de antes, José Moreno Villa. Los poemas de Jacinta la pelirroja son una delicia. Su autobiografía Vida en claro, también (es transparente y triste, y civilizada). Es autor de dos versos que siempre me han inquietado: "He descubierto en la simetría / la raíz de mucha iniquidad". Y, sobre todo, escribió este soneto libre sobre la metafísica del esquí:
Por el silencio voy, por su inmensa ladera,
en un fino deslice veloz y sin cesura.
Si fuese así la muerte... Un patinar en hielo,
entre tierra y celaje, amodorrado y laxo.

Casi pisando voy mi dudoso albedrío.
Los puntos cardinales no me sirven de nada.
Y el tiempo es sólo un vago concepto del espacio
entre las lentas combas del adoptado ritmo.

¿Tengo mi voluntad de la rienda? ¡Quimera!
¿No me será posible dejar algo, un acorde,
un versículo puro en que converjan todos?

Voy en la sorda nube que desdeña el ruido.
No puedo más; dejadme en esta magnitud,
en esta desnutrida esencia del silencio.

10.10.07

Octubre y el comenzar

Sé que ya es recochineo, pero ayer volví a la playa. Es que me asomé a la ventana después de comer y vi un azul resplandeciente en el cielo, como en el poema de Luis Cernuda: "Ninguna nube inútil, / ni la fuga de un pájaro,/ estremece tu ardiente / resplandor azulado". Esta vez el mar también estaba azul: ese azul mediterráneo que, a juzgar por el cuadro de Alex Katz, debe de ser como el dark green de Daytona. Me demoré en el agua, quizá porque mi cuerpo sabía que esta sí era la última zambullida del año. Venían olas un poco más crecidas que la otra vez. Después en la toalla, con los ojos cerrados, advertí que su sonido se parecía al de los cazas que despegan de un portaviones: un breve estallido resbalante y después la disolución (del avión en el cielo, de la ola en la orilla). Me puse a leer Heidegger y el comenzar, un librito editado por el Círculo de Bellas Artes de Madrid con un par de conferencias que dio allí Rüdiger Safranski en la primavera de 2005. Empieza de este modo animoso:
¡Quién no conoce el placer del comienzo! Un nuevo amor. Un nuevo trabajo. Un nuevo año. Una nueva época. [...] El mito del instante fulgurante en que todo parece empezar de nuevo. [...] Un nuevo comienzo equivale a una posibilidad de transformación, un acto de libertad.

Pronto entra en materia heideggeriana:

La inautenticidad no es declive ni alienación: es la forma originaria de nuestra existencia. Antes de que descubramos algo "propio" en nosotros y podamos hacer algo con nosotros, nos hallamos absorbidos por el mundo, hasta cierto punto estamos perdidos en él, distraídos. El ser-ahí no está "inmediata y regularmente" consigo mismo, sino ahí fuera, con sus asuntos y con los otros.

Según Heidegger, según Safranski: hay que "quitar de enmedio los encubrimientos y oscurecimientos". Me daba pereza seguir, así que dejé el libro un rato. Al sol le quedaba todavía un buen colchón de cielo. A unos cincuenta metros, en la orilla, había un pescador. Y como cien metros más allá, una pareja de chicas. Se estaban besando. Cuando yo entré en la arena, para buscar un sitio, la más menudita se estaba quitando la parte de arriba del bikini. Tenía unas tetitas minúsculas, preciosas. Era muy delgada, casi escuálida, y parecía un adolescente con pechitos. Ahora se besaban y se acariciaban, con esa sabiduría corporal que sólo parecen tener las mujeres. Me tumbé bocarriba. A veces pasaban caminantes cerca, algunos en grupo, y se escuchaban frases al vuelo. Cacé una con acento que me pareció italiano: "estruttura cortante". Retomé el libro. Safranski habla de la angustia y el tedio, que, según Heidegger, son "los dos estados capaces de provocar la salida de lo habitual".

En todo caso, si se examina el efecto de esta experiencia aniquiladora en Heidegger, se observa que la nada guarda un parecido sorprendente con el Dios misericordioso. Pues la experiencia de la nada contribuye a un "peculiar darse la vuelta ante el pensar y el preguntar cotidianos"; en el lenguaje de la religión, esto se llama renacer.

Siguen unas enjundiosas reflexiones sobre el tedio y el "hórror vacui", hasta que desembocamos aquí:

Cuando todo se ha detenido, hay que ponerse en marcha. [...] El "sí mismo" por el que uno se decide nace, por así decirlo, de un acto de decisión. Pues este "sí mismo" no está esperando entre bastidores a que se le llame. Empieza a existir desde el instante en que nos decidimos por él. No es algo encontrado, sino inventado por la decisión.

Seguí tumbado hasta que se puso el sol. Entonces me levanté y me fui. El pescador seguía en la orilla, absorto en su pesca. Las chicas estaban ahora entrelazadas. La que mantenía la parte de arriba del bañador, que era rojo, apartaba a veces su boca de los besos para darle una calada a un cigarrillo. Y, por unos instantes, hacían un ménage-a-tròis con el humo.

9.10.07

El empujoncito

Acaba de empezar el curso y mis amigos profesores ya están que trinan. Al parecer, este año los alumnos vienen peor que nunca. Se suceden las anécdotas. El alumno de último curso de bachillerato que lee torpemente en voz alta, silabeando (y, por supuesto, sin enterarse de lo que lee). Una clase en la que ningún alumno sabe ordenar cronológicamente estas épocas: "Renacimiento, Antigüedad, Edad Media, Ilustración". La profesora que ve a un alumno con una camiseta del Ché Guevara, le pregunta de quién es esa imagen, el alumno se la mira sin mucha atención y dice: "¿Yo qué sé? ¡Un moro!". El profesor que emplea la primera clase en hablar de las optativas del curso siguiente. Una alumna le pregunta: "¿Qué es la Sociología?". El profesor empieza a responder: "La Sociología es la ciencia que estudia...". En ese punto le interrumpe la alumna: "Ah, ¿que hay que estudiar? ¡Entonces pido Educación Física!". Pero la mejor es una de los exámenes de septiembre. Un alumno de último curso que, según el profesor, es un auténtico ceporro que no da ni golpe, vuelve a suspender. Cuando ve su nota, corre a lloriquearle al profesor. Entre sus argumentos destaca este: "Anda, profe, dame un empujoncito. Si ya estoy a punto de acabar. Dame un empujoncito, anda, como han hecho los otros".

Ahí lo tenemos: el empujoncito. Nuestro sistema educativo se ha convertido en eso: una cadena de empujoncitos, por medio del cual se va aupando a los alumnos de curso en curso hasta el final. Sin que hayan necesitado hacer ningún esfuerzo. Nuestro sistema educativo es una escalera mecánica por medio de la cual el alumno puede entrar en primaria y salir en secundaria sin haberse tomado el trabajo de subir por sí mismo ni un solo escalón. La metáfora también vale para los alumnos que quisieran subirlos: no pueden, porque la escalera está atestada por los que se han apalancado en ella, constituyendo una barrera que obliga a todos a ir al cansino ritmo automático.

Escucho a mis amigos profesores como si fuesen videntes que tienen ya un pie en el futuro. Porque, de hecho, es así: ellos ya están viendo en los institutos cómo va a ser la sociedad de aquí a diez o quince años. Sus alumnos son la avanzadilla: es el inicio de la ola que luego romperá en la sociedad. Aunque, en realidad, ya ha roto. La catastrófica Logse ya lleva expelidas unas cuantas promociones. En todos los sectores puede atisbarse el bajonazo del nivel. Ya hasta hay alumnos logse que son profesores logse: los profesores más ceporros que se han visto jamás en España. Hace quince años se distinguían claramente los profesores de instituto de los de universidad: los de institutos eran, de lejos, muchísimo mejores. Hoy esa distancia ya no existe. La igualación se ha producido a la baja.

La última pieza que le han añadido a la escalera mecánica es la de que se puede pasar de curso con cuatro suspensos. El político sólo conseguirá con ello camuflar las estadísticas. Literalmente, esa medida abarata aún más los títulos. Se trata de una política inflacionaria en lo que a educación se refiere: los títulos van perdiendo respaldo, son puro papel. Lo salvaje es que, tras la escalera mecánica, se encuentra la pared vertical, a pelo, de la vida laboral (y de la realidad a secas). Entonces el alumno que ni siquiera ha sido enseñado a subir escalones, es obligado a escalar. Nunca se ha dado un contraste tan sangrante entre el paternalismo consentidor del sistema educativo y el carácter navajero e implacablemente darwinista del sistema laboral en el que desemboca. Al final de la cadena de empujoncitos lo que le espera al alumno, en cuanto asoma por el agujero, es a un cretino con el bate de béisbol reventándole la cara. (Obviamente, estoy hablando sólo de los pobres: los ricos tienen otro paisaje, empezando por los hijos de los que aniquilaron nuestro bachillerato.)

[Publicado en Nickjournal]

7.10.07

Azul y espacio

Ayer tuve que salir al mediodía a hacer un recado. Vi que hacía un tiempo espléndido (cielo sin nubes, sol, calor) y decidí irme a la playa después de comer. Ya me había despedido definitivamente hace un par de semanas, así que lo viví como lo que es: un lujo. Puse en el coche el concierto de Ivan Lins que grabé de Radio 3. Durante unos momentos, con la música, el aire por la ventanilla y el resplandor gris, de plata, sobre la carretera, regresó la sensación de ligereza que solía envolverme antes, cuando aún no tenía este alquitrán dentro que hace que todo pese tanto. Entre las canciones estaba "Depois dos temporais", con ese clímax de "só havia, só havia azul e espaço". El mar, sin embargo, estaba verde. Me di el último chapuzón (esta vez sí) del año y después me tumbé a leer las Iluminaciones de Rimbaud. Yo no había leído nunca ese libro (pensaba que sí, pero ayer comprobé que no) y me quedé pasmado: un altísimo porcentaje de la poesía en prosa que se ha escrito desde entonces no es más que su remedo. Sólo conocía el poema en verso "Marine", aunque ni siquiera sabía que ése era su lugar. Nos lo dio en fotocopias el profesor de Literatura en tercero de Bup, como ejemplo de poema en que el referente aparece sólo por indicios (qué tiempos). Ayer me gustó más que nunca, en la magnífica traducción de Juan Abeleira (Ed. Hiperión):
Marina

Las carrozas de plata y de cobre,
Las proas de acero y de plata
Baten la espuma,
Levantan las cepas de las zarzas.
Las corrientes del arenal
Y los surcos inmensos del reflujo
Avanzan circularmente hacia el este,
Hacia los pilares del bosque,
Hacia los fustes de la escollera
Cuyo ángulo golpean torbellinos de luz.

Me pareció que en ese poema están, completos, sin novedad, los novísimos. Hoy me he ido al paseo marítimo con Una temporada en el infierno, que he leído sentado en un banco. Y se acabó Rimbaud por ahora. He seguido pensando en sus años de Abisinia. Y me he atrevido a formular una lección, después de todo: quizá la precocidad es una pérdida de tiempo.

6.10.07

El último Rimbaud

Espectaculares los últimos capítulos del Rimbaud de Graham Robb: su vida africana, sin romanticismo ni mitología; y justo por ello más impresionante. El biógrafo se reservaba esta traca desde el prólogo, en el que decía rumbosamente:
Mi experiencia personal en las ciudades y las zonas rurales de África oriental me ha sido menos útil para escribir este libro que la "dura realidad" de la investigación literaria. Resulta demasiado fácil mantener el apego a imágenes e ideas del pasado cuando se tiene la cabeza ocupada en guías de bolsillo, horarios, mosquiteras y pastillas depuradoras de agua. No hay nada como la brutal impresión producida por la información verificable: cartas redescubiertas, testimonios de otros viajeros en una Abisinia desaparecida, historias de terror nunca contadas relacionadas con las transacciones comerciales de Rimbaud, y el levantamiento del mapa de sus exploraciones en una de las terrae incognitae más extensas que quedan en el mundo.
.....Llama la atención que las biografías de quienes han salido en busca de Rimbaud e incluso han tratado de vivir igual que él lleguen exactamente a las mismas conclusiones que las historias románticas de los biógrafos sedentarios.

Una vez más, una nebulosa que había en la mente queda concretada. El último Rimbaud. Sus acciones, los datos. En sus cartas desde Abisinia sorprende la coexistencia de dos elementos aparentemente incompatibles: la descripción seca e implacable del entorno, junto con la queja autocompasiva. El resultado es efectivo: se potencia la sensación de absurdo. Y al final la enfermedad en la pierna, el regreso a Francia, la amputación, la muerte... al tiempo que "triunfa" en París, por su cuenta, el poeta que fue hasta los diecinueve años. Una fábula sin moraleja: aunque ejemplar.

5.10.07

Monarquía o República

Nazis de ERC en pleno ejercicio nazi
Soy republicano: pero republicano sin urgencia. Me parece que, habiendo democracia y estado de derecho, no es demasiado importante que el sistema político sea una monarquía o una república. Evidentemente, lo más ajustado desde el punto de vista racional e ilustrado, es que fuese una república. Pero si la democracia es aseada y efectiva, pienso que no es urgente su instauración. Sería como un prurito escrupuloso que no estaría mal, que sería lo ideal, que sería racionalmente lo suyo, etcétera, pero que en términos prácticos es algo muy muy secundario. Hoy en día, en España, nos encontramos además con unos mastuerzos republicanos que, los conocemos de sobra, están más cerca del nazismo que de la democracia. Y estos peligrosísimos gilipollas ponen lo secundario (la República) por delante de lo esencial (la Democracia), hasta el punto de que van directamente a arramblar con ésta. Este es el contexto histórico en el que hoy en día leemos los términos "Monarquía" o "República". Lo demás son escrúpulos (¡y adornos!) intelectuales. (Al final sería muy propio de esta España de los demonios conseguir poner la guindita de un Presidente de la República... para un pastel que a esas alturas ya habría quedado demolido.)

4.10.07

El visitante

Ya estoy en Abisinia: me queda la última parte de la biografía de Rimbaud. Yo siempre había pensado que su abandono de la literatura había sido la frivolité de un engreído. Pero leyendo su vida veo que no: fue algo impecable. Entre otras cosas porque él jamás estuvo en la literatura. La pregunta, en realidad, ha de ser siempre por qué se escribe, no por qué se ha dejado de escribir. (Gil de Biedma decía lo mismo.) Ese cargante énfasis en la supuesta angustia del haber dejado de escribir puede tener la genealogía que señala Graham Robb:
Pero quizá la razón principal de que no se hayan tenido en cuenta los logros de Rimbaud [en Abisinia] sea la idea de que la justa recompensa para quien ha abandonado la profesión a la que también se dedican los críticos es el más profundo de los sufrimientos.

Sencillamente, hay un momento en que uno se da cuenta de los (prosaicos) hechizos de la vida práctica: de la fuerza de la realidad y sus leyes. Comprendo el profundo sentido de los listados de palabras de Rimbaud en diferentes idiomas. Y sus exclusivos intereses lectores al andentrarse en Abisinia (genuina antiliteratura; o más bien: literatura de precisión):

Pidió a su madre que le encargara veintisiete libros sobre temas diversos: carpintería, metalurgia, curtido, fabricación de velas, minería, buceo en alta mar, telegrafía, maquinaria agrícola, pozos artesianos y barcos de vapor. Era la lista de lecturas de alguien que planeaba fundar su propio país.

Pero volvamos unos años atrás, cuando Rimbaud estaba terminando de escribir. Entre las muchas páginas memorables del biógrafo, se encuentra esta:

Las Illuminations invitan a pensar en un paulatino cambio de terreno, no en un súbito precipicio. Pocos poetas, de hecho, siguen un curso tan lógico. Desde que compusiera las canciones de 1872, Rimbaud había acortado la distancia entre experiencia y expresión, expulsando a la memoria que ordena, interpreta y saca a relucir las antiguas derrotas.
.....De ahí que la sagrada misión de Verlaine fuera una completa pérdida de tiempo. La negativa de Rimbaud a abrazar una moral establecida no suponía una "contramoral" pagada de sí misma, sino una actitud eficaz y práctica del tipo que suele generar beneficios mucho más cuantiosos en los negocios que en el arte.
.....Cualquier forma de poesía basada en un proceso y no en un sistema fijo de principios llegaría tarde o temprano a los confines de su propio mundo y se precipitaría en el vacío. El planeta ideológicamente chato de Rimbaud, en el que las antiguas angustias han sido sustituidas por ingeniosas formas de distracción y autoengaño, resulta ahora casi alarmantemente conocido. Con las Illuminations, la poesía romántica entra en el mundo de las salas de espera de los aeropuertos, los parques temáticos y los centros vacacionales del tercer mundo. El vidente se ha convertido en un visitante.

2.10.07

El ano de Verlaine

Las biografías rigurosas siempre acaban aportando detalles de un realismo grosero. En el Rimbaud de Graham Robb, por ejemplo, queda consignada la descripción del ano de Verlaine hecha por los médicos que fueron a examinarlo a la cárcel el 16 de julio de 1873:
El ano se dilata claramente mediante una ligera separación de las nalgas, hasta alcanzar una profundidad de una pulgada. Este movimiento revela un infundíbulo ensanchado, semejante a un cono truncado de vértice convexo. Los pliegues del esfínter no presentan heridas ni marcas... Contractibilidad: se mantiene casi normal.

Como bien señala el biógrafo, esa prosa médica es más obscena que la del "Soneto al ojo del culo", escrito a medias por Verlaine y Rimbaud. Es más, ahora los dos cuartetos de Verlaine parecen de un lirismo entrañable:


Obscuro y fruncido como un clavel violeta
respira, humildemente tapizado entre el musgo
húmedo aún de amor que sigue la rampa dulce
de las blancas nalgas hasta el borde de su dobladillo.

Filamentos semejantes a lágrimas de leche
lloraron bajo el austro cruel que los repulsa
a través de pequeños cuajarones de estiércol roso,
para irse a perder donde la pendiente los requería.

Se entera uno también de cosas tremendas de nuestros antepasados. La madre de Verlaine guardaba en su dormitorio, metidos en sendos tarros de conserva, los cadáveres de dos hijos "mortinatos". Un día Verlaine, ya adulto, estando borracho de visita, hizo añicos los tarros "y tiró a sus hermanos al suelo".

Por lo demás, la lectura que estoy haciendo, paralela a la de la biografía, de los poemas de Rimbaud me está dejando un regusto exultante. Yo los había leído hace mucho, pero ahora veo que lo hice mal: me llegó lo de "¡que se rompa mi quilla!", y algún que otro relámpago conocido; pero no había sabido apreciar su violencia escatológica, su escabrosa exasperación.