24.11.07

De todas las historias de la Historia

De todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España... porque termina de un modo que ni se imaginó el poeta: cuando de pronto parecía haberse llegado a un final aceptablemente feliz y nuestro ceporrismo congénito se retiraba; cuando el país al fin lograba meterse en la democracia y vivía treinta años más o menos prósperos y modernos... va y se suicida (con una sonrisa de prime time). Nos queda el consuelo de saber cuál ha sido el principal error: el cuartelillo que se les dio a los nazionalistas vascos y catalanes durante la transición democrática. España logró salir de la dictadura. Ésta se apoyaba en una idea asfixiante y estólida de España. Tal fue el motivo por el que se dio por hecho, sin más consideraciones, que todo lo que se opusiera a esa idea de España (y, en la práctica, a toda idea de España) era ya democrático. La novatada va a pagarla España, probablemente, con la vida. Lo que ocurrió fue justo lo contrario: en los nazionalismos siguió anidando la peste de la dictadura; el virus se conservó en ellos como en una cepa blindada, y ahora son ya el cáncer imparable que conocemos. La deslealtad institucional al estado español que han tenido los nazionalistas vascos y catalanes en estos treinta años ha sido uno de los episodios más bellacos (e imbéciles) de la reciente historia de Europa. No sé qué solución puede tener esto. Yo no le veo ninguna. Porque ese cáncer ha coincidido, en el tiempo, con otra catástrofe que aniquila el horizonte: el hecho de que los partidos políticos no parezcan ser hoy otra cosa que el refugio profesional de los individuos más mediocres, ignorantes y obedientes de la población.

22.11.07

Enemigos de la ornamentación

Leo muy poco ahora: el trabajo apenas me deja tiempo. Sigo, pues, con Wittgenstein y Ricardo Reis. Están resultando ser una buena pareja. Tienen algo, ambos, de primitivos: en el rozarse personalmente con la realidad, sin intermediación erudita. En Ricardo Reis hay alusiones mitológicas, pero no estorban a ese fin. La realidad es atrapada en su esencia (con conciencia de lo que no se sabe), rehuyéndose el rodeo y la ornamentación. En Wittgenstein es explícita esa furia antiornamental. El biógrafo Monk explica que Wittgenstein detestaba el ornato porque era el signo de la decadencia austro-húngara. Hay una coherencia implacable en el extremismo antiornamental de Wittgenstein: lo mismo que le hace detestar los edificios y los muebles con volutas, es lo que le lleva a escribir el Tractatus. El propósito de ser claro, de hablar con claridad pero sin achicar la profundidad (la despiadada severidad) de lo que se dice. Ese cocktail seductor de Wittgenstein, de lógica y mística. En cuanto a Ricardo Reis: el hipérbaton latinista contribuye igualmente, aunque parezca paradójico, a ese "hablar con claridad" —con la sombra presionando desde el otro lado.

21.11.07

Nueva manera de leer 'El País'

Esta mañana he bajado a caminar antes del desayuno. Hacía tiempo que no salía a la calle tan temprano: qué belleza de mujeres recién levantadas, camino de sus factorías, oficinas, despachos y mostradores. (¡Tan arregladitas, para la jungla laboral!) Me he parado en el OpenCor a hojear la prensa. Ahí, con El País, en esa lectura incómoda de pie y apresurada, en que no puede uno repanchigarse con el periódico, he descubierto una nueva manera de leerlo. Es sabido que muchos empiezan el periódico por detrás: pero es un trayecto corto, porque siempre suele haber obstáculos que interrumpen: principalmente, la sección de Economía. Pero en El País ese obstáculo ya no existe. Ahora, leyendo desde atrás, uno va pasando por Televisión, Deporte, Cultura, Sociedad, Opinión... ¡Todo seguidito, sin interrupciones! Al llegar a Opinión, me he dado cuenta de que ya no me interesaba seguir retrocediendo: ¿Economía, España, Internacional? Pues no.

Así que el nuevo diseño del periódico me ha dado un nuevo método de lectura. Una revista diaria de "Vida & Artes" es ya El País para mí. Ni más, ni menos.

20.11.07

No todo es estomagancia

No todo es estomagancia entre los cantautores españoles. Hay uno que se salva de la quema: el vasco Jabier Muguruza. Tiene un notable nivel de excelencia, elegancia y sensibilidad. Una melancolía norteña ciertamente dulce y refinada. Ahora suelen poner en Radio 3 canciones de su último disco, Konplizeak. Se puede escuchar la titulada "Irene" con sólo entrar en su página. En el vídeo, por cierto, sale una chica que es un primor (¡y encima se la ve con bicicleta!). Muguruza también participa en el disco de homenaje a Leonard Cohen producido por Alberto Manzano, Acordes con Leonard Cohen, donde canta una versión (en castellano) de "Chelsea Hotel".

* * *
(19-II-2010) Veo que el enlace del texto ya sólo conduce a la página, no a la canción. Pero aquí puede escucharse "Irene". Y aquí "Chelsea Hotel".

18.11.07

Amor de chapapote

Somos hijos del desastre. Somos hijos, en verdad, de todo, incluido el desastre. Las operaciones puritanas por liquidar el pasado, o endulzarlo, o por cuartear lo que nos ha conducido hasta aquí, tienen un fondo enfermo. O, como mínimo, de autoilusión. Pudo apreciarse esta semana en un caso particular. Se cumplían los cinco años del chapapote y en la Ser entrevistaron a una pareja que se conoció allí. Él era de Muxía, uno de los pueblecitos manchados por el alquitrán, y ella una voluntaria de Barcelona. Se enamoraron, se casaron y tuvieron una hija. Ambos son prototipos de ecologistas buenazos. La locutora le pidió a él que contara qué le había enamorado de ella: "Es muy buena, muy ecologista". Ella, hablando del cambio climático, se echó a llorar: ciertamente, le duele el Planeta como a Unamuno le dolía España (y está loquita por Gore). Uno se imagina al Amor, como figura alegórica, emergiendo del alquitrán y adhiriéndose a sus monos ennegrecidos en aquellas jornadas: el chapapote fue el flujo en que se encontraron sus flujos. La Catástrofe Ecológica les colocó el colchón, y ellos se revolcaron en él (aquellas noches habría olor a petróleo entre los sudores y los jadeos: follarían con la habitación perfumada de aquello contra lo que estaban luchando). Ella se quedó a vivir allí. Hace dos años y medio nació Lucía y la quieren como a nada en el mundo. Una hija que no existiría de no haber existido el chapapote, como tampoco hubiera existido ese amor. La vida que llevan hoy los dos, los tres, se la deben al chapapote. La locutora les preguntó si no eran conscientes de ello; pero no entendieron la dimensión (¡atroz!) de la pregunta. La mujer se fue de nuevo por los cerros pánfilos de Rousseau: "Claro, eso demuestra que, en esta sociedad individualista, cuando das, recibes más de lo que das. Yo fui a dar mi tiempo para luchar contra el chapapote, y a cambio recibí más: mi amor, mi hija". La pregunta tendría que haber sido formulada así, a ver si se enteraban: "¿Preferirían ustedes, hoy, que no se hubiera producido el chapapote, con lo que no se hubiesen enamorado, ni hubiese nacido su hija?" Esa era la pregunta. Demasiado para un ecologista: con sólo atisbarla, probablemente hubiesen estallado en directo.

17.11.07

Llamadle estomagante

Pues sí, ganó Ismael Serrano, con su su banda del Mirlitón interior. Pero no le llaméis Ismael: llamadle estomagante. Lo que más llama la atención de este individuo es lo profunda e irreversiblemente reaccionario que es. Él podrá pensar de sí mismo lo que quiera, y exhibirse como progresista y tal. Pero su estética se diferencia en muy poquitas cosas de la de María Ostiz. Y su ética, no digamos. De entre toda su obra repulsiva (¡aplastantemente repulsiva!), destaca la meliflua "Papá cuéntame otra vez", en que, sin cortarse un pelo, se enrosca en la izquierda en tanto cuento infantil. Esa canción, en realidad, lo resume todo: si el rebelde es el que se rebela contra el padre, el pijiprogre es un falso rebelde de segunda generación, que lo que hace es prolongar la presunta rebeldía paterna de ayer (cotizada en el mercado de hoy). Me recuerdan a esos hijos de Josu Ternera que se hacen también terroristas, como papi.

13.11.07

Contra el almanaque anglosajón

Ayer salí temprano a pasear, justo después de comer (últimamente venía haciéndolo con la tarde más avanzada, o casi acabándose). La temperatura seguía ideal, en este noviembre de camisas ligeras. El verano ha sido suavísimo, y el otoño se sucede perfecto: si esto va a ser el cambio climático, que no nos toque Gore las pelotas (al menos, por estas latitudes). Luego se levantó un poco de fresco, pero entonces noto cómo mi cuerpo es el de un animal de sangre caliente. Mi cuerpo, en realidad, es un puto termostato: aguanta fenomenalmente tanto el frío como el calor. Siempre he sido un chollo para mis novias: en invierno doy calor, y en verano fresquito (y doy borrascas y huracanes, cuando se tercia). Estuve un rato mirando el mar. Sereno oleaje, y en el cielo ese tipo de nubes que, según las enciclopedias, se llaman "cirros". Los atardeceres en Málaga son catastróficos. Entre otras cosas, porque no existen. El sol se pone enseguida detrás del monte, y se acabó el espectáculo. Aquí para ver un rayo verde hay que irse a Nerja o a Marbella. Queda sólo el efecto del crepúsculo en la dirección opuesta: ahí sí pueden apreciarse bonitos pasteles en el mar. Se aprecian, de hecho, pasteles preciosos: rosas, celestes, una suerte de solidificación cobalto justo antes de que se eche la noche encima. Ayer, sin embargo, me levanté antes. Llamé a Curro y quedamos en la plaza de la Marina. La última vez que lo vi me dejó el Tractatus de Wittgenstein. "¿Qué, cómo llevas el Tractatus?", me dijo a modo de saludo. Y yo ya me puse a payasear: "¡Absorbido me tiene! ¡Absorbidísimo! ¡Llevo una semana absorto en la proposición uno! ¡Ni siquiera he podido pasar a la proposición uno uno, y menos a la uno uno uno! ¡En la uno me he quedado, absorbidísimo: el mundo es todo lo que acaece, según la traducción de Tierno! ¡El mundo es todo lo que acaece! ¡Ahí sigo, de ahí no salgo!". Antes de sentarnos a tomar una cerveza, Curro quiso pasarse por la librería para ver si había llegado el libro de entrevistas sobre Cioran. Mientras él husmeaba, yo me puse a mirar el expositor de los almanaques. A los fetichistas de las fechas nos entra ya el nerviosismo a estas alturas del año. El mercado del alamanaque es duro: los Rothko, los Klee, los Miró y los Monet , que son los que mejor adornan las paredes, desaparecen enseguida. A poco que te descuidas, quedan únicamente los Picassos (y no puede ser uno tan suicida como para pasarse un año con Picasso en la pared, y menos en Málaga). Resulta significativo, por cierto, que Duchamp no esté instalado en estos merchandisings : después de todo, su castillo de la pureza no se ha enfangado en el comercio, como los demás. La elección del almanaque tiene su miga. Uno elige una serie de imágenes que lo acompañará durante un año entero. Hay muchos almanaques que no están mal: si fuese para tenerlos sólo una o dos semanas, no habría problema. ¡Pero todo un año! ¡Ahí hay que hilar fino! Al final hay que escoger imágenes que no se agoten demasiado rápido. Imágenes que no resulten invasivas, y que tengan muchos matices. Imágenes pasivas, que tú vayas a buscarlas cuando las mires; no activas, que se lancen a ti como fieras. Al final, ya digo, apenas cumplen los requisitos Rothko, Klee, Miró y Monet. Este 2007, sin embargo, he tenido a Leonardo da Vinci. Mi hermano estuvo el año pasado en Italia y me trajo un almanaque con sus cuadros y grabados. Era bueno, y ha aguantado bien hasta octubre. Pero, desde entonces y hasta fin de año, el almanaquista había concentrado las imágenes de pitanzas con la excusa de la ciencia anatómica (piernas desolladas, vientres de preñadas abiertos como estuches). Cosa chunga: he tenido que desmontarlo. El problema, en lo que a almanaques se refiere, es que se han impuesto los anglosajones: esos que empiezan la semana por el domingo, cosa que detesto. Es como equiparar el descanso divino del séptimo día con la nada previa a la creación. Yo quiero almanaques que empiecen por el lunes. A mí sí me gustan los lunes. Adoro el vigoroso lunes, con su pujanza de día primero de la semana. En el almanaque anglosajón, sin embargo, el lunes lleva ya una indeseable joroba de domingo. Una joroba turbia de tedio y de desiertas avenidas que casa mal con el nervio del atlético lunes: es como si al espíritu tiburón del lunes se le encasquetara un chándal dominical. Pero es una batalla perdida: ya no hay ningún almanaque en el mercado que no sea anglosajón. Ayer escogí, por primera vez, uno de Turner. Este pintor siempre me ha gustado, aunque jamás había tenido un almanaque suyo. Desde luego, cumple los requisitos. Su pintura es pasiva: apacibles nieblas de oro y plata, resplandores amortiguados. Anoche mismo lo colgué en la pared, con su envoltorio transparente: es como tener ya a a la vista al 2008, metido en su celofán. El 1 de enero rasgaré el plástico para que el año pueda sacar la patita. (El fetichismo de las fechas es una manera de erotizar el tiempo: a esa cosa abstracta, le damos cuerpo. Para acariciarla, para follárnosla —y para que nos folle.)

El libro de entrevistas sobre Cioran no había llegado aún, pero Curro se compró los cuadernos de Valéry. Nos fuimos a beber unas Alhambras al Café Negro: cruzaban rusas tetonas. Y chicas guapas de la tierra y ceporrines, uno de los cuales dejó al paso una frase de psicología dinámica: "Ezo ya va en la perzona". Luego, en un bar de tapas, pedí wittgensteinianamente unas crocquetas. Ya camino de casa hablé por el móvil con Hervás, que regresó hace seis días de Buenos Aires y aún conserva el horario argentino ("me acuesto a las nueve de la mañana y me despierto a las cinco de la tarde"). Se me ocurrió una idea para un relato: un hombre se enamora de una bonaerense (un amor imposible, por supuesto) y, al volver a España, conserva durante el resto de su vida el horario de allá. La historia se titularía, inevitablemente, "Desfase horario". Me dio nostalgia de Brasil, por extensión, y entré en el supermercado de El Corte Inglés a comprar una Brahma. Me la tomé a medianoche, acordándome de las de Copacabana, Ipanema, Camburi, Itapoã y Abaeté. (También nos gusta a los fetichistas de las fechas sentir el año por anticipado, cuando el almanaque está limpio.)

10.11.07

Nube en el ojo



Fantástica exposición de Chema Cobo en la galería Alfredo Viñas. Anoche estuve en la inauguración (permanecerá hasta el 9 de enero). La galería queda encima de lo que fue el Doctor Funk, mi garito favorito de Málaga de todos los tiempos, y algo de aquellas vibraciones funkies seguí notando bajo mis pies (sólo me faltó tener en la mano un Vat 69 con Seven-up junto a Palomo, como era la costumbre —o que apareciesen la pujante Guillerma y el indescriptible Zack Potatoes). "Busca, busca referencias duchampianas", me dijo Cobo al verme. Está el título "Identité, même", o ese inquietante "Desertic breakfast", que es un ascético desayuno contemporáneo, hecho de píldoras y pastillas, con la escenografía del "Cultivo de polvo". Y están, sobre todo, las escaleras: la de "Mirage (Inverted)" y la de "Nu", que es la que ilustra esta entrada. "Nu" es mi cuadro favorito de la exposición: la escalera de Duchamp, pero con el desnudo volatilizado. Es una escalera fantasmagórica (que me evoca a la de Rebeca, de Hitchcock, con atmósfera de Poe —¡y Delvaux!), que se erige ella misma en desnudo. En el artículo-entrevista que salió el lunes en el Adn de Málaga venía esto al respecto:
Y tal es su juego de mostrar lo que no se enseña que resultan obras como Desnudo, incluida en la muestra de Viñas. "Es una referencia a Duchamp, a su obra Desnudo bajando una escalera, una parodia del cubismo que marcó un hito en su época". Es sólo una referencia, explica Cobo, a quien su obra le recuerda La Venus del espejo, de Velázquez. "Cuando era niño me llamaba mucho la atención; era un desnudo, sí, pero sólo se le veían las posaderas y lo único que reflejaba el espejo era una cara borrosa; lo principal del desnudo no se veía". Lo mismo ocurre con su Desnudo: "Es el desnudo que se ve y no se ve". De hecho, es de un fantasma, aunque, como aclara Cobo, "un desnudo es tal en tanto en cuanto hay alguien que mire: sin un voyeur no hay desnudo".

Sobre el título de la exposición, por cierto, dice lo siguiente:

Nube en el ojo puede ser "una simple nube en el ojo como una mancha blanca, o tener el ojo puesto en una nube, o simplemente empañado de nubosidad".

Otro cuadro que me encanta es "The doors of heaven", al que podríamos también buscarle su alusión duchampiana (la puerta de "Étant Donnés", aunque hecha de columnas como brazos o huesos). Pero la más sutil irreverencia del artista quizá esté en el cuidado de la pincelada, llena de matices: ese puro goce retiniano que se da en sus cuadros, junto con el conceptual.

9.11.07

Detrás de la montaña



Este verano Losada me contó en Fuengirola la idea de su exposición de otoño en Montilla, que ha estado hasta el 3 de noviembre. De los diversos títulos que consideraba, "Detrás de la montaña" fue el elegido. Ofrece otro aspecto aún no tratado en este blog: la montaña no sólo para subirla o bajarla, ni como camino de perfección o tobogán de juego, ni como perfil de llave que abre o que cierra, sino también como biombo del horizonte. Es, de hecho, algo que se interpone entre el horizonte y el observador, para que éste se invente un horizonte mental. Puede ser también el envoltorio de un regalo: ¿qué hay detrás de la montaña? O un parapeto: ¿quién?

Los cuadros de la imagen sugieren una narración. En el blog de Losada hay más grupos de cuatro, además del texto del catálogo.

8.11.07

El rinoceronte

El joven Wittgenstein llega a Cambridge arrollando. En las discusiones Bertrand Russell se desespera, porque no consigue que su discípulo reconozca que "no hay un rinoceronte en la habitación". Así se lo repite por carta a su amante Ottoline (al principio Russell piensa que Wittgenstein es alemán):
Mi ingeniero alemán es muy discutidor y agotador. No admitiría que es cierto que no hay un rinoceronte en la habitación... Volvió y no dejó de discutir mientras me estaba vistiendo. // Mi ingeniero alemán, creo, es un necio. Cree que nada empírico es cognoscible..., le pedí que admitiera que no había ningún rinoceronte en la habitación, pero no lo hizo.

Y añade el biógrafo Monk:

En una época posterior de su vida, Russell insistió mucho en estas discusiones, y afirmó que había mirado debajo de las mesas y de las sillas del aula en un esfuerzo por convencer a Wittgenstein de que no había presente ningún rinoceronte.

Leo todo esto tronchándome de risa. Hasta que descubro que sí que había un rinoceronte en la habitación: Wittgenstein.

3.11.07

Irrespirables cumbres

Mi programa de otoño es límpido: Wittgenstein y Ricardo Reis. Las odas de Ricardo Reis (por enésima vez) y la biografía de Wittgenstein de Ray Monk. Y bossa nova. Acabo de empezarlo todo. El joven Wittgenstein se encuentra en Manchester diseñando cometas (este dato lo coge Manolito Rivas y hace una tarta de mermelada). Y al releer, muy temprano, una de mis odas preferidas de Reis, caigo por primera vez en la alusión clarísima (aunque Reis no lo supiera) a la cumbre pelada del Mont Ventoux: irrespiráveis píncaros,/ perenes sem ter flores. Doy la oda en portugués y la traducción de Ángel Campos Pámpano:

Não consentem os deuses mais que a vida.
Tudo pois refusemos, que nos alce
.....A irrespiráveis píncaros,
.....Perenes sem ter flores.
Só de aceitar tenhamos a ciência,
E, enquanto bate o sangue em nossas fontes,
.....Nem se engelha connosco
.....O mesmo amor, duremos,
Como vidros, às luzes transparentes
E deixando escorrer a chuva triste,
.....Só mornos ao sol quente,
.....E reflectindo um pouco.


[No consienten los dioses sino vida.
Todo pues rehusemos, que nos alce
.....a irrespirables cimas,
.....perennes mas sin flores.
La ciencia de aceptar tengamos sólo,
y mientras dé la sangre en nuestras sienes,
.....ni se arruga con nosotros
.....el mismo amor, duremos,
cual vidrios, a las luces transparentes
y dejando escurrir la lluvia triste,
.....sólo tibios al sol caliente,
.....y reflejando un poco.]

1.11.07

Tu rostro mañana

Hace unas tardes terminé Tu rostro mañana, la novela intermitente de estos últimos cinco años. Años esenciales, para mí, en los que el sufrimiento me ha limado el nihilismo. La vida antes era un páramo de nada algodonosa. Ahora es un rosal, con sus indispensables espinas. Me alegra saberlo, y me duele. Apenas me reconozco en mi rostro de ayer. Aunque en el de hoy tampoco, todavía. Habrá que esperar al de mañana. O habrá que trabajárselo. Más o menos sé (ahora sí) por dónde hay que tirar.

Ha estado bien esta manera de leer, por entregas. Con los años colándose por enmedio. Con los olvidos y los recuerdos (las ausencias y las presencias) colaborando con la lectura. Copio una de las parrafadas finales, que no revela nada de la historia; salvo su pertinencia. Es un pasaje hermoso, con su toque de desazón. Habla de por qué contar; y también, implícitamente, de por qué recordar: por qué tener presente en la memoria. El narrador le pregunta a Wheeler: "¿Por qué me ha contado todo esto hoy, Peter?" Y le recuerda lo que el anciano le dijo una vez: "En realidad no debería contar uno nunca nada". Sigue así:
Wheeler me sonrió con una mezcla de melancolía y malicia, ambas fueron muy tenues, casi imperceptibles. Juntó las dos manos sobre el bastón y me contestó:
.....'Así es, Jacobo, uno no debería contar nunca nada... hasta que uno mismo es pasado, hasta su final. El mío avanza ligero y llama ya a la puerta con insistencia. Tienes que ir entendiendo la debilidad, habrá un día en que te alcanzará a ti. Y al llegar ese momento, le toca a uno decidir si algo queda borrado para siempre, como si no hubiera ocurrido ni hubiera tenido cabida en el mundo, o si le da una oportunidad de...' Dudó un instante, buscó la palabra, no debió de encontrar la justa, se conformó con la aproximación: '...De flotar. De que alguien más pueda investigarlo o contarlo. De que no se pierda enteramente. Entiéndeme: no te estoy pidiendo nada, ni eso ni lo contrario. Ni siquiera estoy convencido de haber obrado bien, es decir, de haber obrado como yo quería. En este último tramo ya no sé cuáles son mis deseos, ni si los tengo. Es extraño, parece inhibirse, sustraerse la voluntad hacia el fin. En cuanto salgas por esta puerta y te alejes, probablemente me arrepentiré. Pero me consta que Mrs Berry, que conoce la mayor parte, jamás dirá una palabra a nadie cuando yo no esté. Contigo no estoy tan seguro, en cambio, y así lo dejo a tu elección. Quizá prefiero que calles, bien puede ser. Pero a la vez me tranquiliza pensar que contigo mi historia aún podría...'. Volvió a buscar otra palabra mejor, pero siguió sin dar con ella: '...Sí, aún podría flotar. Y en verdad no es más que eso, Jacobo: sólo flotar'.

En efecto: no es más que eso y no hay otra palabra mejor. Flotar. Nuestras vidas transmutadas en palabras, sobre el mundo. Un poco más, al menos. Sin nosotros.