Nada, parece que esto de las vacaciones blogueras no va conmigo... Escribiré, pues: hasta que deje de escribir (¡no descarto socavones sin aviso previo!). Pero vamos al tomate (o
antitomate, en este caso: porque hablaré de la televisión que no salpica). Hace un par de noches vi a Antonio Orejudo en
El público lee, de Canal Sur 2, que es, sin duda, el mejor programa literario que ha habido en mucho tiempo en la tele. Tal vez deberían
exportar la fórmula a TVE. Curiosamente, su éxito se debe a lo contrario que el del otro programa de libros que funcionaba, el francés
Apostrophes. Éste se apoyaba en la brillantez del presentador Pivot;
El público lee, en cambio, reposa en la humildad y bonhomía del presentador Vigorra.
Orejudo estuvo bien. Le habían puesto a tres lectores que rozaban ligeramente el frikismo. Uno de ellos era una especie de Jesulín de Ubrique estudiante de Filología Inglesa (lo pronunció todo en cerrado andaluz, salvo la expresión
stream of consciousness, en perfecto inglés, yo diría que de Oxford). El chavalito, por lo demás, era portador de unas considerables orejas: se ve que el encargado del casting quiso jugar conceptualmente con el apellido del invitado... Junto con el orejudo en minúsculas estaban un joven matemático estirado y formalito, y una señora que podría ser calificada de espantosa. Era una mujer de cincuenta y muchos, estirada, pagada de sí misma (¡revenida!), y con un discurso mezcla de maruja andaluza y feminista de manual. Esta señora, como era de prever, proporcionó los mejores momentos del programa. Por ejemplo, cuando le afeó al autor algunos pasajes de
Fabulosas narraciones por historias (que era la novela de que se hablaba, con motivo de su reedición). Le dijo la señora: "¿No podrías haber eliminado algunos grumillos? Es que la novela tiene algún que otro grumillo bien desagradable... ¿Qué trabajo te hubiera costado haber eliminado esos grumillos? Haberle pasado un poco de bechamel a esos grumillos, vamos...". Vigorra le pidió que leyera alguno de esos pasajes "con grumillos". La señora se azoró. Pero al final leyó uno que hablaba de qué feo que los hombres lleguen al mundo saliendo del "fandango" de la mujer. "He dicho fandango", especificó la señora, "pero lo que viene en el libro es una palabra muy desagradable, de cuatro letras". Orejudo salió bien del aprieto: "¡Justo por eso mismo me regañó mi madre!". Luego se vengó, poniéndole esta dedicatoria: "A Fulanita, que me dio miedo desde el principio".
Por lo demás, me cayó estupendamente Orejudo (descontando una tontuna fláccidamente progre que emitió) y me entraron ganas de leerme su libro, del que se mencionaron chanzas muy apetecibles sobre (¡contra!) la Generación del 27: esa generación en la que sólo hubo dos auténticos poetas, muy grandes, Cernuda y Lorca, rodeados de señoritos del verso.