12.2.08

Una muerte educada

La semana pasada (me da por contarlo ahora, de pronto) se produjo un suicidio en mi familia. Era una prima lejana, de mi edad, con la que yo apenas había tenido trato: pero me ha impresionado su manera pulcra y educada de matarse... Vivía sola. Sus familiares más cercanos (sus padres y su hermano) habían ido muriendo en el curso de los últimos años. Ella dejó encima de la mesa del salón todos los papeles: títulos de propiedad, números de cuentas bancarias, carnets, tarjetas, todo lo que hubiera tenido que buscarse. Ella lo dejaba allí a la mano, ordenadito. Luego pidió una pizza. En la mesa estaba también el estuche de la pizza y el ticket. A la pizza le faltaba sólo un trocito: lo último que comió en su vida. Luego se metió en la cama, se inyectó morfina (era enfermera), se tapó con la manta y se murió. Yo, como digo, apenas la había tratado: pero la he visto siempre, desde niño, allá al fondo en alguna esporádica ocasión familiar. Era amable sin exceso, reticente aunque no callada. Detecto ahora un fondo de melancolía en su sonrisa. Me emociona que lo hubiese dejado todo dispuesto en la mesa: en un último intento por no causar molestias más allá de las inevitables... La inevitable que fue recoger su cadáver y llevarla al cementerio. Y aún tuvo una elegancia última: la de que su ausencia tampoco pese demasiado. (Me emociona eso: su elegancia, su transparencia, su levedad.)