28.3.08

Goytisolo y Papuchi

A raíz de la mención de ayer, he indagado en mis archivos (¡qué mal síntoma!) para recuperar los mencionados textos sobre Goytisolo y Papuchi (¡el azar ha querido juntarlos!), que yo apenas recordaba. Están ya un poco descontextualizados (la inocencia del devenir se lleva incesantemente los contextos río abajo: el tiempo, gran descontextualizador)... ¡pero resisten la relectura!

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En la muerte de Papuchi
(19-XII-2005)

Yo me solidarizo con Tammouhi, firmo el manifiesto de Peregrín, apadrino un niño y todo lo que haga falta... pero ustedes comprenderán que para mí la noticia de la jornada es la muerte de Papuchi. Hace sólo dos días dijeron que estaba esperando otro hijo. Me fui al cuarto de baño y me saqué la polla. Traté de imaginármela con 90 años. Hice un ejercicio de concentración y traté de meterme en la piel (¡en el pellejo!) de un nonagenario. Empecé a tocármela mientras me imaginaba escenas lúbricas con las hermanas Williams: ¡bingo! ¡Tiesa como de costumbre! ¡Estoy preparado para llegar a los 90, o a los 100 si hace falta! ¡Eso, qué menos para un jüngeriano que llegar a los cien! Salí silbando a la calle y fue un día muy feliz. Y ahora va y se muere. ¡Papuchi, con la polla calentita! Debería ser donada a la ciencia, y que la coloquen junto a los ojos de Haro Tecglen. Con los ojos de Haro y la picha de Papuchi podría hacerse una buena tortilla. ¡Y si el Comité de Damas no me felicita por este post, es que no sabe ver mi lirismo cuando más recóndito se presenta!

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Conferencia de Juan Goytisolo
(23-XII-2005)
Anoche me encontraba en Málaga (me sigo encontrando aún), y ya había agotado los canales porno del hotel (incontables mis emulsiones) cuando un acontecimiento cultural vino a salvarme: vi en el periódico que había una conferencia de Juan Goytisolo a las 20.30. Miré el reloj: las 20.10. ¡Tenía tiempo de sobra, incluso para ducharme y quitarme de la barriga todas esas costras blancas, memoria crustácea del placer!

En la antesala del salón de actos ya había ese ambiente operístico, de gala, que se da en las ciudades de provincia cuando llega un prohombre: señoronas con pieles (¡estupenda la coartada del frío!), pijos con sus novias putillas, profesores y profesoras de instituto y, sobre todo, argulloles a punta pala, es decir, intelectualetas locales de entre 30-50 años disfrazados todos de Rafael Argullol: jersey oscuro (preferentemente de cuello alto), chaquetilla y melenita de hippy que pasa por la peluquería. Fui a mear. Mi polla estaba muy encogida: como un galápago agotado por todos los vaivenes de la jornada. Pero yo no pedía de ella, en ese momento, otra cosa que no fuese arrojar el áureo chorro, y cumplió. Me fui a lavar las manos y entonces, frente a mí, reflejado en el espejo, veo a Juan Goytisolo. El efecto era como el de Amor a quemarropa, cuando Slater ve en el espejo a Elvis, que era su mayor devoción. Pero mi mayor devoción no es Juan Goytisolo (¡ni ningún Goytisolo!), así que me sequé y salí, no sin antes comprobar, al pasar a su lado, que era muy pequeñito. Iba vestido como uno de esos jubilados que van por el parque comiendo pipas. Eso me gustó. Ninguna argullolidad en su vestimenta.

La sala estaba llena, pero encontré un hueco en la quinta fila. Miré a mi alrededor: pensé que estaba rodeado de intelectuales malagueños. Pero no. Escuché hablar a uno: "Que no se torvide que tenemo que comprá lajasitunita". Otro llevaba un libro en el bolsillo del abrigo. Me fijé: un Bucay. En fin, menuda tropa (pensé desde la atalaya de mi superioridad intelectual y el nivelón de mis lecturas, que van todas de Heidegger p'arriba). Llegó la hora y los intervinientes fueron ocupando sus sitios en el estrado. En la amplia mesa los tres elementos habituales: los botellines de agua, los micrófonos y los folios. "El bodegón de la cultura", pensé. En el centro se sentaba el alcalde. Tenía cara de gustar de los mariscos. "¿Este qué es, del PSOE?", le pregunté al de Bucay. "No, no, niño, der PP". En fin, por adelantar: de izquierda a derecha estaban Juan Francisco Ferré (el escritor local que presentaba: recordé que su libro La fiesta del asno llevaba un prólogo de -¿adivinan?- Juan Goytisolo), el propio Goytisolo, el alcalde del PP, un capitoste del empresariado que financiaba el evento y un funcionario del Instituto Municipal del Libro, que lo organizaba. Me encantó ese nombre: Instituto Municipal del Libro. Callejeando esa mañana me había encontrado con un edificio que se llamaba Centro Cultural Provincial. No se andan con chiquitas en Málaga a la hora de bautizar sus organismos culturales...

Tras la presentación de Ferré, hiperbólica, cortesana (aunque bien llevada: brillante), pasó a hablar el Escritor. Estaba muy agradable, muy viejecita. Me recordó un poco al Dragó del otro día: la edad les ha conducido a una especie de confortabilidad física que les ha vuelto muy grato el discurso. El formato del acto era como esas entrevistas que se montan en el Círculo de Bellas Artes los de Alfaguara (Juan Cruz haciéndole preguntas a Javier Marías, etc.): Ferré preguntaba brevemente y Goytisolo respondía largamente. Todo lo que dijo estaba muy bien: Goytisolo siempre ha sido un gran crítico, un gran pensador cultural. Un hombre fundamentalmente honesto, con "voluntad de verdad"... sólo que ésta, en lo que se refiere a sí mismo, queda refrenada por el narcisismo congénito del autor, que le impide rasgar más los velos en lo que a su propia intimidad se refiere. De modo que lo que suele ser atinado juicio sobre lo exterior a él (¡la Cultura! ¡la Política incluso!), se convierte en parodia de indagación cuando vuelve la vista al interior. Así, el hombre que tan acertadamente había reivindicado al Arcipreste de Hita, a Francisco Delicado, a Blanco White y toda su cohorte de heterodoxos habituales, es capaz de presumir de ser muy autocrítico y luego decir que de Reivindicación del conde don Julián no cambiaría ni una sola coma, por ejemplo. O de soltar frases como "me adelanté a mi tiempo", o "mi contemporáneo es Cervantes, no los escritores actuales", etc., etc. Pero, eso sí, todo le quedaba muy entrañable. Se le tomó cariño.

El problema estuvo al final: cuando el autor pasó a leer un pasaje de su propia obra. Ahí ya se vio lo que le ha pasado siempre a Juan Goytisolo: que no tiene talento. Como escritor es un plomo, un soberano coñazo. Lo que escribe es, sí, exigente, osado, con una firme voluntad de aportar una voz nueva, etc.: pero ha nacido muerto. La obra de Juan Goytisolo es un inmenso y complejísimo cadáver del que jamás ha podido disfrutar un solo lector; aunque sí, desde luego, los filólogos y los hispanistas. Éstos encuentran excusas para endilgar miles y miles de páginas académicas, porque la obra de Goytisolo ofrece innumerables elementos para ello: es una obra para profesores. Antes de leer sus propias páginas (sacadas de Telón de boca), Goytisolo leyó un pasaje de La Celestina. ¡Qué diferencia! ¡Todo era vida allí! ¡Todo seguía siendo vida allí! ¡Un lenguaje vivo y acerado! ¡Crujiente! ¡Suelto! ¡Doloroso! De pronto una ráfaga viva del siglo XV invadió la sala. Y después Goytisolo nos soltó sus palabras muertas del XX. Y en ese tramo de cierre se vio lo que es Goytisolo: un excelente indicador cultural, que nos ha devuelto todo un continente sumergido de nuestra historia literaria, pero un escritor incapacitado, él mismo, para la creación. Por cierto, que una de esas indicaciones culturales estuvo referida a unas chocarreras Coplas a mi madrastra que Jorge Manrique escribió al mismo tiempo que las Coplas a la muerte de mi padre. Y me acordé del Comité de Damas, que no comprende que un mismo Atleta Sexual pueda escribir la necrológica de Julián Marías y la de Papuchi. "Contienes multitudes, Atleta", me dijo una. Claro que sí: como todo el mundo, a poco que se dejara.

La última pregunta fue sobre King-Kong. Goytisolo contó que hace años montaron un King-Kong hinchable encima del Empire State Building de Nueva York, y que Néstor Almendros le hizo a él una foto en la que se veía ese King-Kong detrás. Pero al poco, el fuerte viento lo desenganchó y King-Kong salió volando, tal Supermán peludo. Sonreímos, aplaudimos y salimos a la ciudad, también con viento.