La más alta realidad, la realidad por antonomasia (la substancia, que no depende de nada) es, en el fondo, absoluta pluralidad e indeterminación: ninguna realidad determinada constituye su esencia, ya que los atributos —infinitos— no admiten jerarquía de importancia; nosotros conocemos dos (Pensamiento y Extensión) pero el concepto de Dios no se agota en ellos: nunca se insistirá bastante en que, para Spinoza, lo infinito desconocido es tan relevante para el concepto de Dios como lo conocido: privilegiar el Pensamiento, o la Extensión, o los dos, es falsear la noción que Spinoza ofrece de la substancia.
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Como la virtud es potencia, se sigue también que el mundo "ético" de Spinoza permanezca muy alejado del cristiano: así, ni la humildad ni el arrepentimiento —por ejemplo— son considerados virtudes, pues son sólo conocimientos de la impotencia, esto es, conocimiento inadecuado. El consuelo que la lectura de la Ética pueda deparar va unido, en todo caso, a la idea de que también la moral es un hecho, y que ninguna conducta moral (incluida la racional, es decir, aquella que evalúa correctamente las utilidades y el juego de causas y efectos) puede prosperar si ella misma no se desarrolla como una fuerza con independencia de los "buenos sentimientos".
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Spinoza remata su Ética poniendo en lo más alto el amor intelectual hacia Dios; alguien ha dicho, elocuentemente, que esa ascensión en el camino de perfección no tiene nada de subida al monte Carmelo. Ese Dios al que se ama —intelectualmente— no puede amarnos; el amor a la Naturaleza será siempre, para quien sabe que ella nos ignora, un amor no correspondido, y Spinoza habría entendido difícilmente el sentimentalismo ecologista, nutrido de esperanzas en la benevolencia de esa infinita potencia inconsciente. Conocer a Dios, entonces, no es refugiarse en el regazo del premio por nuestros sacrificios, ni esperar que el futuro traiga la cancelación de toda alienación, sino "permanecer muy consciente de sí y de las cosas", sabiendo que la salvación no está en otro mundo, ni en un mundo mejor, sino en lo que hay.
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Podrá ser muy explicable que, en nuestro tiempo, el pensamiento de Spinoza resulte antipático (e incluso podrían buscarse explicaciones, más o menos psicoanalíticas, para esa complacencia en la antipática dureza), pero, con independencia de que pueda haber aún gentes que aprecien esa lucidez irreductible al halago, no parece correcto tergiversar ese pensamiento para volverlo simpático.
En fin, ya me iré leyendo más cositas (incluidas las obras del propio Spinoza, por supuesto). ¡Esto no ha hecho más que empezar!