Las dos guerras mundiales que le tocó vivir a Benn, con sus innumerables crímenes y sevicias, no le inspiraron un solo texto comparable a los de Morgue. No los necesitaba. Ya había escrito anticipadamente, en estos poemas juveniles, cuanto pensaba de la humanidad.
Al final de la playa empezaron las pruebas de sonido en el escenario preparado para la noche de San Juan. Enfrente, por detrás de los cuerpos semidesnudos, el mar. Me acordé del poema de Cernuda: "El mar, y nada más./ Insaciable, insaciable" (que reformulé así: "La muerte, y nada más. Insaciable, insaciable"). Y también de los versos que más me gustan de Gimferrer: "Yo, que fundé todos mis deseos/ bajo especies de eternidad,/ veo alargarse al sol mi sombra en julio/ sobre el paseo de cristal y plata/ mientras en una bocanada ardiente/ la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles". Me acordé del comienzo de Helada. Y de que Billy Wilder tuvo que quitar una secuencia inicial de Sunset Boulevard en que los muertos se contaban sus historias en la morgue, porque en los pases previos el público se reía. Pero en el libro de Benn el poema más crudo no sucede en la morgue, sino en un lugar peor aún para el que considera que "el delito mayor del hombre es haber nacido". En efecto, la "Sala de parturientas":
Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en habitación y media,
putas, presas, parias—
aquí retuercen sus cuerpos y gimen.
En ningún sitio se grita tanto.
En ningún sitio dolores y pesares
se ignoran tan completamente como aquí,
porque aquí justamente siempre se está gritando.
"¡Empuje usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No ha venido aquí a divertirse.
No alargue usted el asunto.
¡Al apretar también salen excrementos!
No está usted aquí para descansar.
No viene solo. ¡También usted tiene que hacer algo!"
Al fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.
Desde once camas con lágrimas y sangre
un único gemido lo saluda.
Sólo de un par de ojos brota un coro
de gritos de júbilo hacia el cielo.
Por este pequeño trozo de carne
pasará todo: desgracias y felicidad.
Y el día en que muera entre estertores y congojas
seguirá habiendo otros doce en esta sala.
Estos días, por cierto, se me olvidó citar la otra frase más conocida de Spinoza: "El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte". Yo no estoy de acuerdo. Hay que pensar en la muerte. Pero sin hundirse. Y deleitándose en los top-less...