23.7.08

Y otra vez conquistemos la distancia

Ya que pronto voy a irme a Asilah, he estado leyendo Mensagem y, sobre todo, escuchando el portentoso disco que le dedicaron en Brasil. (Ésas sí que son adaptaciones musicales de poemas, y no los aporreamientos que por aquí se estilan.) También he repasado lo que dice Ángel Crespo sobre el sebastianismo en La vida plural de Fernando Pessoa. Es un mesianismo melancólico. El rey don Sebastián fue un desastre, y por eso mismo se confiaba en su vuelta: por si arreglaba lo que él mismo estropeó. Escribe Crespo:
Por lo demás, debió de influir en el ánimo de Pessoa el principio cabalístico de la reconciliación y unión de los opuestos en el sentido de que, si don Sebastián fue el culpable de la catástrofe nacional portuguesa, por ello mismo debía ser él la esperanza de su resurgimiento. Si destruyó un imperio, debía fundar otro.

La última nau del rey don Sebastián desembarcó en Asilah (o Arcila) el 31 de julio de 1578. Cuatro días después, el rey desapareció en la batalla de la cercana Alcazarquivir. Uno de los proyectos no realizados de Pessoa fue escribir un drama sobre esa derrota, titulado Catástrofe. Me he acordado del título de un libro no publicado (pero espléndido) de mi amigo Weil, referido a la vida: Entre la catástrofe y el paraíso. Y también de uno de mis posibles títulos de diario: Tigre o desastre. Alude a que uno empieza cada año hecho un tigre, con sus new year resolutions, pero lo acaba ineluctablemente con un balance desastroso. Aunque, ahora que me voy a Marruecos, podría usar esta humorada que se me ocurrió: El desastre anual. (En la biografía, Crespo cita estas palabras de Pessoa sobre sus "mil proyectos que, incluso si fuesen realizables por un solo hombre, exigirían de él una característica puramente negativa en mí: la fuerza de voluntad".)

Con la muerte de don Sebastián, Portugal pasó a pertenecer a España. Eso fue lo que llevó a los portugueses, como refiere Crespo, “a refugiarse en el sueño mesiánico del sebastianismo, que fue, tal vez, el principal estimulante de su rebelión contra los reyes de la casa de Austria y de la consiguiente recuperación de su entera independencia”. El futuro Quinto Imperio lo imaginaba Pessoa, según Crespo, como “un imperio lúdico, puesto que su fin es la consecución del placer por medio del dominio cultural. Pessoa afirma que el verdadero fin de todo imperio no es otro que el de ‘dominar por el mero placer de dominar’ y que, aunque ello parezca absurdo, tal es el anhelo fundamental de toda vida verdadera, de toda aspiración vital, con lo que la cultura por él preconizada no sería otra cosa que la plena realización del hombre”. Crespo no lo advierte, y es improbable que Pessoa lo supiera, pero esas líneas parecen calcadas del ideal político de Spinoza. En cuanto al tal “imperio lúdico”, me permito juguetear, ¿dónde se ha esbozado, sino en esa extensión de Portugal que es Brasil? (En Verdade tropical, Caetano Veloso habla algo del sebastianismo brasileño, con sus dosis de paganismo y candomblé; e incluso menciona a un supuesto alquimista que hizo una interpretación sebastianista del tropicalismo.)

La verdad es que a mí todo mesianismo, y todo nacionalismo, me repugna desde la raíz. Pero la melancolía del sebastianismo me produce emoción estética. Me gusta además su retahíla de términos: el Encubierto, el Supra-Camoens, el Interregno, la Niebla, el Quinto Imperio... Es un nacionalismo, o un imperialismo, que no ofrece protección, sino al contrario: causa desasosiego, porque se funda en lo incierto, en la infinitud del mar. Como escribe Pessoa en “Padrão” (cantado por Caetano Veloso en el disco), sobre la diferencia entre el Mediterráneo y el Atlántico: Que o mar com fim será grego ou romano:/ O mar sem fim é português [Que el mar con fin será griego o romano:/ el mar sin fin es portugués]. Se trata de una patria de navegantes metafísicos. “Mar português” (cantado por el adaptador musical de Mensagem, André Luiz Oliveira) acaba así: Quem quer passar além do Bojador/ Tem que passar além da dor./ Deus ao mar o perigo e o abismo deu,/ Mas nele é que espelhou o céu [Quien quiera ir más allá del Bojador/ tiene que ir más allá del dolor./ Dios le dio al mar el peligro y el abismo,/ pero fue en él donde reflejó el cielo]. Ningún poema-canción tiene desperdicio, pero el mejor quizá sea “Prece” [Oración], que interpreta Gilberto Gil:

Senhor, a noite veio e a alma é vil.
Tanta foi a tormenta e a vontade!
Restam-nos hoje, no silêncio hostil,
O mar universal e a saudade.

Mas a chama, que a vida em nós criou,
Se ainda há vida ainda não é finda.
O frio morto em cinzas a ocultou:
A mão do vento pode erguê-la ainda.

Dá o sopro, a aragem —ou desgraça ou ânsia—,
Com que a chama do esforço se remoça,
E outra vez conquistemos a Distância —
Do mar ou outra, mas que seja nossa!


[Señor, cayó la noche, el alma es vil.
¡Fue tanta la tormenta, y el empeño!
Sólo nos queda, en el silencio hosco,
el mar universal y la añoranza.

Pero la llama, que nos dio la vida,
si aún hay vida, aún no se ha extinguido.
El frío muerto en cenizas la enterró:
alzarla puede el viento con su mano.

Da el soplo —brisa de desgracia o ansia—
que reavive la llama del esfuerzo,
y otra vez conquistemos la Distancia:
¡sea la del mar u otra, pero nuestra!]

La llama del esfuerzo y la Distancia: hoy que en el Tour vuelve a subirse el Alpe d’Huez.