7.8.08

Miel de Agadir

La otra noche, mientras me tomaba una tónica en una terraza (he decidido no beber alcohol aquí, por cortesía), apareció entre el bullicio un hombre bajito y feo, con ropas pobres, que caminaba cansado y sin esperanza. Vendía miel. Miel de Agadir. Se acercaba a las mesas, mostraba el bote sin énfasis y, como nadie le hacía caso, se iba. Era muy parecido al personaje mofletudo y dentudo de El Chavo del Ocho. Mientras lo observaba, pensé: “He aquí al más desgraciado de los hombres. Probablemente esta noche, aquí, nadie sea más desgraciado”. Luego caí en la cuenta de que su trabajo es similar al del artista: ofreciendo miel o dulzura, belleza, a una multitud que no le hace caso y que es más guapa y alta que él, y es más rica y más feliz, y ve su miel no industrial como algo pobretón y antiguo, o ni siquiera ve su miel. (Otra encarnación del albatros.)

Coda.– Anoche volví a verlo y le compré un bote: dos kilos por cien dirhams (unos diez euros). Acabo de probarla en el desayuno. Una miel inmejorable.