2.9.08

Septiembre y ramadán

Hoy ha empezado el ramadán, pero ayer ya hubo un primer asomo de ascetismo, porque llegó septiembre. La ciudad amaneció sin su bullicio de verano. Por la avenida Imam al Assili, concurrida hasta anoche, cruzaban apenas cuatro o cinco transeúntes. Yo era uno de ellos. Las terrazas estaban vacías o cerradas, y no servían carne. En el mercado había pocos clientes. La avenida Hassan II, a rebosar en julio y agosto, se encontraba despejada. Entré por Bab Homar a la medina y recorrí las callejuelas desiertas hasta desembocar en el bastión de Bab Krikiya. Una multitud se congregaba todas las tardes ahí para ver el atardecer. Ayer sólo había seis personas. Me fumé un purito sentado en el pretil, sobre el golpeteo de las olas, y salí al malecón. Cuando el sol se puso, volví a la medina a comprarme una lámpara marroquí para el suelo de la sala, para tener una luz más tenue que la del techo. “Ciento veinte dirhams”, me dijo el chico. Era barato, pero consideré que había que hacerle un homenaje a mi hermana, que estuvo regateando en este mismo sitio hace un mes. “Muy caro. Te doy noventa”. “Cien”. “De acuerdo”. Fue una negociación crepuscular, como si se hubiese terminado también el tiempo de las grandes pugnas. Camino de casa el conductor de un coche, que no debía de ser de Asilah, me preguntó una dirección en árabe. No supe responderle, pero me alegró pasar ya por alguien del lugar, al menos a los ojos de un forastero.

Esta tarde he ido a echarle un vistazo a la playa del norte: absolutamente vacía. Me he regocijado por el otoño que me aguarda, de paseos por la arena. En torno a Bab Homar vuelve a haber bullicio, aunque el resto de la ciudad sigue como atontada. En plena temporada turística esto era la mar de agradable, pero ahora resulta directamente paradisíaco.