11.11.08

Buscando el encuadre

He empezado la cinta de vídeo número treinta y tres de mi diario visual. Grabo tonterías: secuencias de pocos segundos tomadas de aquí y de allí, de la calle, del cuarto. Suelo dejar la cámara quieta, hay pocos travellings y casi ningún zoom; pero con frecuencia se produce un ligero movimiento, un trasteo, en busca del encuadre ideal. Si alguien viera ese montón de horas anodinas, sin núcleo, sin argumento, encontraría que ése es el tema: la búsqueda del encuadre. Ése sería el tema técnico-artístico. Y además estaría el tema metafísico-sentimental: el paso del tiempo, la grabación como una fábrica de elegía. Todas las grabaciones rutinarias que hice en mi apartamento de Madrid son ahora el asidero con aquel mundo perdido. Yo salgo poco. Hay cintas enteras en las que ni salgo. Pero salen mucho ciertos rincones. Y el mar. Y las sombras. Me fascinan las sombras de los grandes árboles en las fachadas de los edificios. Y la ropa tendida. Y el sol en las cornisas. Y los chorros de las fuentes y los surtidores. Del surtidor del templo de Debod tendré mil tomas. Suelo grabar también las sábanas, después de haberme levantado (¡la escultura del sueño! ¡o el sismógrafo de las agitaciones nocturnas!). Y la mesa del desayuno, dispuesta como un bodegón auroral: los libros, el periódico y los cuadernos junto al café y el pan (¡con aceite!) o las galletas o la fruta o el zumo de naranja —la claridad filtrándose. Las cortinas. Grabo mucho las cortinas: y mejor si son visillos. Muchas tardes solitarias he salido a grabar y sólo con eso me he sentido en compañía. Uno va más atento, va a la caza: el mundo se convierte en posibilidad. Hay más imágenes exteriores del otoño y el invierno, que es la época de las chaquetas y los abrigos donde llevar la videocámara. Y salen también automóviles, y focos en la noche, y ventanas, y avenidas, y animales (perros, gaviotas, gatos, gorriones), y gente (transeúntes, vecinos, amigos, familiares). Aire, lluvia, nubes, olas, charcos, llamas. Crepúsculos. Escaparates. Restos de serpentina las mañanas de Año Nuevo. Trenes que pasan. Niños en columpios. Mujeres. Ciclistas. Montes. Cuando mi sobrino nació, yo estaba en el mirador de Torremolinos, grabando. Gracias a la hora archivada supe que en el instante de su nacimiento un avión volaba sobre el mar. En otra ocasión me enteré de una fecha significativa, ya pasada, y fui a ver si tenía grabado algo de aquel día. Eran sólo unos segundos. El hueco de la escalera de mi edificio. El sol de la tarde dando en los escalones. Sólo eso, aquel día: unos escalones iluminados.