2.12.08

Los posts que no escribí

Reaparece mi wifi de madrugada (¡no sé por cuánto tiempo!) y aprovecho para esbozar, a lo Steiner, los posts que no escribí estos días:

Extracción de la piedra de la locura.— La semana pasada vino Eduardo Jordá como jurado de un premio literario. Me hubiera gustado contar el paseo que nos dimos al solecito invernal de la mañana malagueña (con visita a la exposición de la obra africana de Barceló en el CAC inclusive) y, sobre todo, referir un pormenor de nuestra charla. Estaba aún caliente (¡supurante!) el artículo de Almudena Grandes sobre sus mmmilicianos violadores y Jordá y yo, alineándonos con la respuesta de Muñoz Molina, decidimos que habría que crear una asociación llamada “Extracción de la piedra de la locura”, o algo así, para combatir este delirio guerracivilista que se expande. Hubiese querido añadir un párrafo humorístico sobre un encuentro más con Romero Esteo, que también formaba parte del jurado y al que me acerqué a saludar en el acto de lectura del veredicto. Al felicitarlo por sus últimos premios, saltó: “¡Ya era hora! ¡Mis topos me habéis estado fallando siempre, Weil, tú...! ¡Pero esta vez Rosa Romojaro sacó en las deliberaciones un manual alemán de literatura y les dijo aquí pone que es un genio! ¡Y claro, me lo tuvieron que dar!”. En el corrillo posterior, mientras yo hablaba de nuevo con Jordá, me volví varias veces al escuchar el vozarrón de Romero Esteo llamando: “¡José Antonio!”. Pero no era a mí, sino al secretario del jurado, José Antonio Mesa Toré, que tenía que darle el cheque.

Doménica y L’Anticrist.— El lunes 24 de noviembre me llegaron dos libros de Barcelona: Doménica de José Ángel Cilleruelo, y una edición catalana de L’Anticrist de Nietzsche, con prólogo y notas de Antonio Morillas y traducción de Marc Jiménez Buzzi. Cilleruelo y Buzzi me habían anunciado por separado sus envíos y el azar quiso que llegaran juntos. El azar quiso también que mi ejemplar de L’Anticrist trajese una dedicatoria para Horrach, mientras que esa misma mañana Horrach recibió en Palma un ejemplar dedicado a mí. Tras dudar si intercambiarnos los ejemplares, decidimos que, en homenaje al Azar, tan querido por nuestro filósofo, nos quedaríamos con los trocados. En mi entrada pretendía hablar de esto, y hablar también de las obras: de la novela de Cilleruelo (quien precisamente ganó hace poco el Premio Málaga con otra, Astro desterrado, que se editará en febrero) y de este Nietzsche en catalán, que rechinará en los adocenados oídos del establishment (iba a poner establo) catalanista. A Nietzsche ya lo había leído en portugués, en una edición de sus andanadas contra Wagner que encontré en Río de Janeiro. El hallazgo me pareció otro guiño del azar, porque siempre he considerado (¡desde mi ignorancia musicológica!) que el ideal musical nietzscheano se cumple en la música brasileña. (Mi amiga Almudena —no Grandes, aunque sí grandes— se enfadará, pero ella no cuenta aquí: es wagneriana.)

El hormigonado heterodóxico.— También me pedía el cuerpo hacer un poco de coña con el Premio de las Letras (y, por lo tanto, no Premio Cervantes) a Juan Goytisolo, desarrollando lo que ya apunté en los blogs de Ferré y Mora. En el de este último me salió la formulación de lo que me parece, realmente, la obra de Goytisolo: un hormigonado heterodóxico.

Tropezón con Marsé.— A propósito del Cervantes a Marsé, pretendía hablar de mi relación con la obra de Marsé. Y de cómo un escritor se la juega en cada escrito: y que uno malo puede alejarle (¡matarle!) un lector. Me pasó con Marsé. Fue en aquella época de embeleso con los autores latinoamericanos del boom, con sus prosas fluidas, rutilantes, cuando me leí lo primero de Juan Goytisolo, Señas de identidad, que no estaba mal pero que, por su pesadez y su sintaxis arrastrada, no pasó la prueba. Marsé, en cambio, sí la pasó. Con creces. Leí maravillado Últimas tardes con Teresa y sentí que se iniciaba una etapa Marsé. Pero la siguiente que cayó en mis manos, La muchacha de las bragas de oro, no la pude ni terminar: y hasta hoy. (Aunque habrá que leerse Un día volveré.)

Nostalgia de la mala conciencia.— Y volviendo al guerracivilismo rampante de nuestros días, me he dado cuenta de que de los justicieros actuales nunca conocemos por ellos mismos su franquismo familiar. El presidente Zapatero exhibe emotivamente a su abuelo republicano, pero esconde, sin una mueca, sin un parpadeo, al franquista. De las andanzas fascistas del abuelo de Cristina Almeida nos acabamos de enterar por la prensa. Y con Luis García Montero pasa igual: lleva casi treinta años de obra poética y hasta hace un mes no supe que viene de una familia militar franquista de Granada. ¡Qué nostalgia, de pronto, de la mala conciencia! ¡Aquella que incomodaba al sujeto y, al menos, le hacía pasar un poco de vergüenza! Como la de Jaime Gil de Biedma cuando confesó: “señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social”. Pero los de ahora nada: vamos, ni una mueca, ni un parpadeo... ¡Esto se hubiera merecido un buen post!