18.7.09

Historia secreta de una pasión

Aunque tarde (cada vez con más frecuencia tarde), siempre cumplo mis promesas; y hace justo un año prometí hablar de la pasión de mi amiga Marga por Mario Vargas Llosa. No es sólo una admiración literaria e intelectual como la mía: realmente, lo ama. Está loca por él. (O lo estaba al menos antes de casarse... ¡con otro!) Marga vive con intensidad sus devociones. Recuerdo que en un concierto de Caetano Veloso en el Conde-Duque oí un sollozo a mi lado: era Marga, que lloraba de felicidad con el "Cucurrucucú paloma". Ella también adora (¡mi conciencia me impide eludirlo!) a ese turbio ente de dos cabezas, medio cerebro y vergüenza ninguna denominado SaraGabo. Pero se lo perdono porque el amor que está en la cúspide es el que siente por Varguitas.

En el año 2000 me rogó la acompañara a la Feria del Libro para pedirle un autógrafo. Yo entendí que quería que la acompañara, pero en el Retiro descubrí que también quería que se lo pidiera. "¡Es que yo no puedo!", me suplicó. Conforme nos acercábamos en la cola, con Vargas Llosa ya a la vista, Marga se pegaba a mí y me apretaba el brazo, casi colapsada. Notaba cómo le temblaban las piernas. Se había puesto una minifalda para la ocasión: azul cielo, cortísima. Antes, cuando subíamos las escaleras del metro, me había pedido que me colocase detrás, para taparla de los mirones. Cuando nos llegó el turno, Marga se quedó paralizada a mi lado. Le entregué a Vargas Llosa los dos libros: Historia secreta de una novela, que me acababa de comprar, y Los cuadernos de don Rigoberto, que se había traído ella. Vargas Llosa abrió primero éste y pidió el nombre. Impostando normalidad, le comuniqué: "Marga". Alzó la vista, la miró y pareció entenderlo todo. Después firmó el mío ("a José Antonio, con un abrazo") y me lo devolvió. El otro se lo ofreció a Marga. Ésta siguió inmóvil. Pasaron unos instantes que se hicieron eternos. Al fin lo cogió con un gesto rápido y le dijo: "Gracias por existir". Él replicó, galante: "Señorita, es usted una flor". Nos retiramos contentos. Yo no paraba de repetirle a Marga la frase, imitando el acento peruano. Y ella levitaba. Cuando salíamos del Retiro, como en una alegoría medieval, un coche atropelló a una paloma.

Volvimos al año siguiente. Yo le dije a Marga que tenía que dar un pasito más: entregarle ella misma el libro a su amado, decirle el nombre. En la cola tuvo momentos de flaqueza: varias veces se quiso marchar. Yo me partía de risa, pero logré retenerla hasta que nos encontramos nuevamente ante el escritor. Esta vez yo no tenía libro, ni nada que hacer salvo permanecer junto a mi amiga. Vargas Llosa la saludó con familiaridad ("¿qué tal?"), no sabemos si recordándola de la otra vez. Marga se creció. Le pasó el volumen que llevaba, El Paraíso en la otra esquina, le dio el nombre para la firma y hasta se animó a preguntarle: "Don Mario, ¿para cuándo su siguiente novela?". Él dijo que aún habría que esperar un poco, y ella que se le haría eterno... Yo atendía regocijado, maquinando ya futuros chistecitos. Marga asegura que, cuando nos alejábamos, volvió la cabeza y Vargas Llosa la seguía mirando, y que entonces él supo que ella estaba enamorada.

Después de aquello le dije a Marga que la próxima vez sería la definitiva. Pero ya no ha habido más veces. Durante la pasada Feria del Libro leí al fin mi ejemplar firmado de Historia secreta de una novela. Miré la fecha: 10-VI-2000. En una página se dice:
Así, hacia finales de 1958, en una pensión de la calle del Doctor Castelo, no lejos del Retiro, quedó perpetrado el acto de locura: "voy a tratar de ser un escritor".
No lejos del Retiro. No lejos del lugar donde Marga y yo iríamos a visitarle muchísimos libros después.