23.8.09

Sobre el estilo propio

De todos los libros de Eugenio Trías que me leí, y hasta Lógica del límite me los leí todos, el que más sigo apreciando es Meditación sobre el poder (1977). Repaso esta mañana la meditación séptima, "Sobre el estilo propio", para copiar unos cuantos pasajes fecundos. Tienen algo, lo percibo ahora, de prédica dominical: ¡pero hoy es domingo!
El universal entendido mal es género. Bien entendido es Principio de Variación. No es ya el modelo al cual, siempre de forma deficitaria, trata de adecuarse un singular. Es una Idea que siendo siempre igual a sí misma acierta a repetirse cada vez de forma perfectamente diferenciada. De hecho, la Idea es el halo familiar que se desprende de la sucesión de las variaciones concatenadas.

[...] todas las cosas, hasta las más humildes, hasta las más desatendidas, poseen un corazón que anhela abismos y eternidades. Todas tienen vocación para lo perfecto. Todas son perfectas, de manera que no puede hablarse de inicial magnitud ni de inicial pequeñez. Lo grande y lo pequeño es resultado, nunca premisa. Sólo que el mundo se nos ofrece como resultado y no como premisa. Lo grande fue pequeño y pudo ser grande por virtud de que fue capaz de abrir el tarro que guardaba su perfumada esencia.

Producir es dejar que la cosa llegue a ser, es facilitar el tránsito de lo que aún no es al ser propio, es hacer que la virtud propia sea y se lleve a presencia.

A través del arte —que es poíesis y téjne— la verdad se hace al fin libre y patente, la esencia se hace existencia, el ser se hace facticidad. La creación es el acto de liberación en virtud del cual la existencia trocada en estancia alcanza su propia esencia. Es así mismo revelación del ser propio de cada existencia perdida en el laberinto de lo dado.

Conviene, sin embargo, distinguir la verdadera mímesis, para la cual reservamos este término, de lo que suele llamarse imitación. Esta repite sin crear y es fruto de un dominio impuesto o consentido (normalmente las dos cosas a la vez). La mímesis, en cambio, es posesión creadora. Llamo posesión creadora a esa integral asimilación del otro en tanto que otro en la sustancia propia, de manera que a la vez se alcanza la más absoluta fusión y la más absoluta libertad y diferencia. Sin libertad no hay posibilidad de creación propia. Sin fusión no hay concepción, fecundación.

En virtud de esta posesión amorosa el alma queda embarazada. Y hora es ya de seguir el camino iniciado por Platón y rememorado por Nietzsche en su texto La voluntad de poder como arte: hora es ya de describir en los términos adecuados, es decir, fisio-lógicos, el proceso que conduce a la creación. De hecho, el embarazo constituye el fruto de esa unión perfecta del alma propia consigo misma a través de otra alma encontrada a la postre en la propia esencia. Lo que se llama inspiración es, ni más ni menos, esa llamarada resultante del encuentro de Uno consigo mismo y con el Otro. Lo que resulta de ese encuentro es Obra.

Se nace ya con una esencia perfecta y propia. Y todas las dialécticas del ser, del existir y del estar acucian tanto al recién nacido como al hombre llamado cabal, maduro. Todos son igualmente responsables ante sí y ante los otros. Y por lo mismo igualmente culpables, si así puede hablarse. Llamo culpa, en sentido extramoral, al decaer del existente en el estar. Sinónimo, pues, de caída. Y bien, el niño nace igualmente inocente y culpable, a la vez enviscado en el universo del estar e imbuido de virtud propia que permita alzarle de ese estado. Nada ni nadie podrá salvarlo si no se salva a sí mismo, si bien todos podremos asistirlo. Pero eso mismo les sucede al padre y a la madre. De hecho, tan desasistidos se hallan los unos como los otros, tan alejados y tan próximos de su esencia y de su verdad.

Lo que se llama estilo propio es el resultado de un principio de variación que es la idea: el universal entendido bien. [...] Cualquier cosa puede tener estilo: ello depende de que pueda o de que no pueda, ello es función de su poder.

El estilo no tiene, pues, acto fundacional, sino que se crea y se recrea cada vez, hasta construir un sello inconfundible, una marca singular y un halo propio, algo así como el alma misma de una escritura o de un conjunto de textos, de una persona o de una época.

El estilo une, en consecuencia, lo universal con cada caso, de manera que constituye la idea misma en tanto es universal bien entendido. Al universal malentendido de los Géneros debe, por tanto, contraponerse el universal bien entendido de los Estilos. Los cuales son, en las personas, en los sexos y en las escrituras, expresiones selladas por voces propias y esenciales que trascienden el universo genérico. Y que, en consecuencia, aspiran a lo perfecto.