31.7.09

Lectura no escogida

Cotidianeidades de diez días. Una vida agradable, sabiendo que va a ser provisional. Durante una siesta de la semana pasada, tras el Tour, tomé el libro que tenía mi anfitriona en la mesita y lo leí. Su duración es la de una película y el libro tiene algo de película: de película de las llamadas independientes (sección francesas), hecha con el celuloide sutil de las palabras. Al no haber sido una lectura escogida, experimenté el goce añadido de la gratuidad. Me recordó la gloriosa época en que Pilar Miró era directora de RTVE y ponía todas las noches, a la una, una película subtitulada. Bastantes de aquellas películas me sorprendieron, me emocionaron; por lo general, en tono menor, sin alardes. Lo mismo me ha pasado con esta novelita de sólo 89 páginas: El Agrio, de Valérie Mréjen (Ed. Periférica). La autora (que además es videoartista y justo ahora tiene una exposición en La Virreina) la define como "un cuento de hadas fallido", pero en realidad es una historia, muy estricta, de amor cortés; de amor cortés contemporáneo: con poco fuego y muchas brasas ligeras, algún humor, abundante (aunque amortiguada) tristeza. Aquí la dama inaccesible es él, Bruno, El Agrio; y el trovador ella, la narradora. Una relación asimétrica, jerárquica: un amor estructuralmente no correspondido. Ése es el esquema de todo amor, de hecho (un esquema desgraciado): nos enamoramos de quien va a su aire, no del que está pendiente de nosotros; por eso, el enamorado no enamora. El amor, como escribe Borges, "nos deja ver a los otros como los ve la divinidad"; y a la vez nos destierra a un confín de precariedad ontológica literalmente antidivina. El Agrio es una recopilación de observaciones enamoradas, en esas dos vertientes. De vuelta en Málaga, me he comprado un ejemplar y lo he releído. (A los libros breves, si son buenos, hay que premiarlos con una segunda lectura; del mismo modo, a los largos sin necesidad hay que castigarlos con una única lectura saltarina.) Copio algunos pasajes:
Tenía miedo de que me viera como la típica romanticona que deshoja margaritas. Quería desaparecer para no molestarle, desterrar mis edulcorados sueños de jovencita, diluir el exceso de rojo primario hasta la transparencia. Tenía la fantasía de volverme como él, su doble en femenino, que encontrara en mí a la persona que apoya y comprende sus antojos.

Tenía una Leica. Durante un encuentro, hizo algunas fotos, entre ellas una de dos bolsas de plástico semitransparentes. Se conmovía con verdadero entusiasmo ante la belleza de las cosas. Desde la nata de la leche hasta la superficie de una taza. De un tapón de lavabo seco y resquebrajado, de una mota de moho sobre una fruta, decía que eran bonitos y los señalaba con el dedo. Un día que estábamos en casa de la hermana de un amigo, reparó en la válvula de una olla al lado de los quemadores de la cocina. La tomó entre el índice y el pulgar y alabó sus cualidades plásticas, sin tener en cuenta la sorpresa de nuestra anfitriona. Hizo incluso un par de comentarios, extrañado de no encontrar más eco entre nosotros.

Yo no sabía prácticamente nada de él. Incluso desde Japón me enviaba sus impresiones sobre el viento fresco, una nube de tormenta, una carretera rural. Jamás hablaba de cosas ocultas, de recuerdos, de llantos, de decepciones. Todo estaba enterrado, olvidado, aparcado, ni siquiera existía. Nada era real excepto lo real, las impresiones directas e inmediatas. Así, adiós a las antiguas tristezas. Bastaba con redescubrir un olor a alquitrán, con escuchar un buen disco o leer un buen libro. Con beber el té en tazas azules y blancas en el restaurante y con saber apreciar las manchas de grasa en un trozo de papel de estraza.
Y éste, que es el que más gracia me ha hecho (¡el saludo de las tripas!):
Mi padre quiso invitarnos a comer en un restaurante. Bruno nos llevó al Georges, un tunecino de la calle Richer adonde solía ir con su padre. Su padre era aficionado a una salchicha de tripa servida con trozos de carne. En una ocasión él había pedido ese plato y se había comido la salchicha a toda velocidad: les hizo creer que no se la habían servido.

Bruno imitaba al embutido tunecino en el momento de desembocar en el tubo digestivo: al reconocer a un semejante, dirigía un saludo con la mano como harían dos colegas en una escalera mecánica.
Por ahí he leído que emparentan El Agrio con el Me acuerdo de Perec; pero yo he pensado más en El libro de mi madre de Albert Cohen. Sólo que sin sus énfasis: en esta novelita la tragedia va soterrada; y en realidad, como se ve al final, es leve. No tiene solución y por eso es trágica, pero el tiempo la deja atrás.

27.7.09

El Poema del Tour

Poema realizado a lo largo del Tour 2009 con palabras y frases entresacadas (sin alterar su orden) de las crónicas de Carlos Arribas en El País.

"No tengo nada que demostrar"
cremallera de los años
por un pasado inexistente
encajonado entre bloques
de ciudad dormitorio
aún resiste el Mont Ventoux
incongruencia
geológica de la Provenza
aliciente balizado
no hay sorpresa que me ayude
a limpiar de minas la rampa
instalada en la frustración

Contador dibuja su territorio
tiempos intermedios
pedales que valen
su peso en brisa
alma en pena Piolín
ante el cero doloroso

Los sudorosos abrazos de Cavendish
Biblia del culotte
para desclavarla
aguantar la cornisa
tiempos malos son ahora
un cutis amarillo
para el sprinter no rigen
las leyes que ahorman
al pelotón infausto
desvío provenzal quemaba
el asfalto en la meta
se quejó Cancellara
como soy más grande
y tengo más motor
me cuesta más refrigerar

El corte del bordillo
camino de Nîmes
el viento acumulaba
dos horas de retraso
algunos genios pintan
relojes blandos otros
han hecho del reloj
contra el reloj el duro
corazón de su vida

La justicia divina viste un casco amarillo
Tour exterminador
adrenalina para arrasar
veletas lenticulares
varios huesos se salieron
en la misma curva
caótico Silence banda
de pollos sin cabeza

La afrenta Voeckler
recuperación del tiempo
perdido cruzar
en bicicleta una frontera

La fiesta inunda Barcelona
nómada antidoping
Thor el favorito
del caos desbordado
por amantes aerodinámicas

La gota malaya en los picos rocosos
chop chop chop cada
segundo autobiográfico chop
chop chop cada
segundo resucitado chop
chop chop cada
pedalada cada
chispa marcando el ritmo
de la recuperación

La sangre fría de Luis León
tatuado en la cicatriz
sictransitgloriamundi
avituallamiento de ironía
al ver que no iba a ningún sitio

Al desdén con el desdén
encontrar el clic
que abra los minutos
dardo prestidigitador
bajo la mesa
el doliente Hautacam

"Un asunto cansino, repetitivo"
sustancia dialéctica
donde nunca hay brisa
gorra blanca logotipo
de la normalidad

Un regalo para Cavendish
girasoles en los hangares

Los labios de Armstrong y Andy Schleck
lo que aguanta la hoja
de un periódico al sol de julio
sin amarillear en la cuneta
rotondas del salchichón
mensajes encriptados
por la brecha del abanico

Al tran tran de Armstrong
canícula de la culpa
empeñado en mantener
la cuota de pantalla
el sol viejo diesel
parece acumular
viento machacado

Armstrong resopla, tirita y se aburre
desesperado por encontrarse
con una montaña de verdad
situada donde Dios manda
desencantado de que ningún
rival haga caso a sus súplicas
venga atacad venga moved
la carrera matad el tran tran
ha llegado a pensar que su Tour
es una pesadilla en la que en bucle
cada etapa se perpetuará
sin apenas cambios en la siguiente
en manga corta bajo el diluvio
resignación al tedio comprimido

La frustración de Armstrong
fabricar metáforas
la realidad es un zar
en transición estruendosa
boa constrictor hipnotizando
a su víctima antes
de machacarle los huesos

Contador marca el fin de Armstrong
tortilla de pinganillos
en un santiamén a sabiendas
de que sería un calvario

El 'pelotón' de Contador
inmolarse entre los viñedos
encadenar Tours matar
al padre por la puerta
que abrió con su ágil
pedalada se colaron
otros críos Bradley
Wiggins Vincenzo Nibali
Andy Schleck Frank
Schleck y por encima
Contador quien como Indurain
con Bugno y Chiappucci
se tendrá que jugar las lentejas
y las victorias con ellos

El ciclismo español, en la Luna
el fugado se cayó el viernes
se hizo un agujero en la carne
a la altura de la rodilla
por el que se podía ver el hueso
el médico le preguntó ¿qué
piensas hacer mañana? y el otro
pues qué voy a hacer seguir
resistiendo la criba inevitable
tras las gafas oscuras pedaladas
grandes para él pequeñas
para la humanidad

Solo e incomprendido, Contador reina
el mal sprintando
en todas direcciones
la dinamita de sus piernas

En otra dimensión
Lancelot en su twitter
hasta chocar con el vacío
toc toc toc el cuarto
clavo en su ataúd
cerró los dientes
con rabia complicados
días de julio el deseo
fue el combustible decisivo

Ciclistas generosos a 46 por hora
sangre orina de su alma
como diría el feriante
no una no dos sino tres veces
el mistral barrió ayer
Provenza y limpió
de brumas el Ventoux
el monte donde las piedras
blancas montan
el decorado del suplicio

El puño de Contador en la cima del Tour
en el Ventoux el flashback
de su vida de honrado
ciclista superviviente
de la fuga matinal
le frenaba el aliento
de una lejana sombra
se paró
dejó que el viento
le atravesara y esperó
parapetado a su rueda
luego todo fue fácil
un interior en la última
curva la que desemboca
en el observatorio y pone
fin al sufrimiento
con dos copas de champaña

El segundo Tour del más fuerte
canibalismo sin apenas
preparación
chunda-chunda con chistes
en el París de las provocaciones.

25.7.09

El día del Ventoux

Me da igual lo que pase hoy en el Ventoux, porque yo lo que quiero es ver el Ventoux, y ciclistas subiendo el Ventoux. El Ventoux: el monte petrarquista, el monte del aprendiz al sol. Repaso en este blog las entradas en que se menciona el Ventoux. Los ciclistas darán lo que les queda, porque es el último esfuerzo de este Tour. Desde que soy aficionado al ciclismo, nunca había terminado en montaña. En un periódico titulan: "El Mont Ventoux abre la puerta de París". En otro hablan de "la mística del último obstáculo". En otro le llaman "la montaña del miedo". Y además le dedica un post el amigo Pangloss (con cortesías). Día del Ventoux: día del límite. Si hay ciclistas dopados, da lo mismo: porque también irán al límite. Lo que no entienden los puritanos es que el ciclista dopado amplía su límite... pero para situarse en él. La capacidad conquistada la ocupa de inmediato el esfuerzo. Por eso el ciclista nunca engaña: puede hacerlo en relación a los demás, en relación a la carrera; pero no en relación a sí mismo, a su perfil escalando. Un ciclista está siempre solo y al límite.

18.7.09

Historia secreta de una pasión

Aunque tarde (cada vez con más frecuencia tarde), siempre cumplo mis promesas; y hace justo un año prometí hablar de la pasión de mi amiga Marga por Mario Vargas Llosa. No es sólo una admiración literaria e intelectual como la mía: realmente, lo ama. Está loca por él. (O lo estaba al menos antes de casarse... ¡con otro!) Marga vive con intensidad sus devociones. Recuerdo que en un concierto de Caetano Veloso en el Conde-Duque oí un sollozo a mi lado: era Marga, que lloraba de felicidad con el "Cucurrucucú paloma". Ella también adora (¡mi conciencia me impide eludirlo!) a ese turbio ente de dos cabezas, medio cerebro y vergüenza ninguna denominado SaraGabo. Pero se lo perdono porque el amor que está en la cúspide es el que siente por Varguitas.

En el año 2000 me rogó la acompañara a la Feria del Libro para pedirle un autógrafo. Yo entendí que quería que la acompañara, pero en el Retiro descubrí que también quería que se lo pidiera. "¡Es que yo no puedo!", me suplicó. Conforme nos acercábamos en la cola, con Vargas Llosa ya a la vista, Marga se pegaba a mí y me apretaba el brazo, casi colapsada. Notaba cómo le temblaban las piernas. Se había puesto una minifalda para la ocasión: azul cielo, cortísima. Antes, cuando subíamos las escaleras del metro, me había pedido que me colocase detrás, para taparla de los mirones. Cuando nos llegó el turno, Marga se quedó paralizada a mi lado. Le entregué a Vargas Llosa los dos libros: Historia secreta de una novela, que me acababa de comprar, y Los cuadernos de don Rigoberto, que se había traído ella. Vargas Llosa abrió primero éste y pidió el nombre. Impostando normalidad, le comuniqué: "Marga". Alzó la vista, la miró y pareció entenderlo todo. Después firmó el mío ("a José Antonio, con un abrazo") y me lo devolvió. El otro se lo ofreció a Marga. Ésta siguió inmóvil. Pasaron unos instantes que se hicieron eternos. Al fin lo cogió con un gesto rápido y le dijo: "Gracias por existir". Él replicó, galante: "Señorita, es usted una flor". Nos retiramos contentos. Yo no paraba de repetirle a Marga la frase, imitando el acento peruano. Y ella levitaba. Cuando salíamos del Retiro, como en una alegoría medieval, un coche atropelló a una paloma.

Volvimos al año siguiente. Yo le dije a Marga que tenía que dar un pasito más: entregarle ella misma el libro a su amado, decirle el nombre. En la cola tuvo momentos de flaqueza: varias veces se quiso marchar. Yo me partía de risa, pero logré retenerla hasta que nos encontramos nuevamente ante el escritor. Esta vez yo no tenía libro, ni nada que hacer salvo permanecer junto a mi amiga. Vargas Llosa la saludó con familiaridad ("¿qué tal?"), no sabemos si recordándola de la otra vez. Marga se creció. Le pasó el volumen que llevaba, El Paraíso en la otra esquina, le dio el nombre para la firma y hasta se animó a preguntarle: "Don Mario, ¿para cuándo su siguiente novela?". Él dijo que aún habría que esperar un poco, y ella que se le haría eterno... Yo atendía regocijado, maquinando ya futuros chistecitos. Marga asegura que, cuando nos alejábamos, volvió la cabeza y Vargas Llosa la seguía mirando, y que entonces él supo que ella estaba enamorada.

Después de aquello le dije a Marga que la próxima vez sería la definitiva. Pero ya no ha habido más veces. Durante la pasada Feria del Libro leí al fin mi ejemplar firmado de Historia secreta de una novela. Miré la fecha: 10-VI-2000. En una página se dice:
Así, hacia finales de 1958, en una pensión de la calle del Doctor Castelo, no lejos del Retiro, quedó perpetrado el acto de locura: "voy a tratar de ser un escritor".
No lejos del Retiro. No lejos del lugar donde Marga y yo iríamos a visitarle muchísimos libros después.

12.7.09

Llega la montaña

Esa expresión: "llega la montaña". Es la montaña que se mueve con la fe ciclística. La montaña llegó anteayer (¡los Pirineos!) y hoy suben y bajan el Tourmalet; pero los comentaristas no se olvidan en ningún momento del Mont Ventoux. "La presencia del Mont Ventoux", dicen: tensando la carrera incluso en sus días lacios. Ayer ganó Luis León, que se llama igual que el protagonista de la última novela que escribió Félix Bayón, De un mal golpe. El amigo Jabois, que se está leyendo la pentalogía autobiográfica de Thomas Bernhard (él la llama, guasonamente, "el pentacostés") me recordó el comienzo del último tomo, Un niño, en que el Bernhard de ocho años se hace ciclista:
Habiéndole cogido el gusto a aquella disciplina para mí totalmente nueva, pronto salí pedaleando del Mercado de las Palomas por la Schaumburgerstrasse hasta la Plaza Mayor, para, después de dar dos o tres vueltas a la iglesia parroquial, tomar la decisión audaz y, como se vería sólo unas horas más tarde, funesta de visitar con mi bicicleta, que, según creía, dominaba ya de una forma absolutamente perfecta, a mi tía Fanny, que vivía cerca de Salzburgo, distante casi treinta y seis kilómetros, en medio de un jardín de flores cuidado con mucho amor pequeñoburgués y que los domingos hacía unos filetes empanados muy apreciados, la cual me pareció el objetivo más apropiado para mi primera excursión, y en cuya casa pensaba hincharme de comer y de dormir, después de una fase, desde luego no demasiado breve, de admiración sin reservas por mi proeza. Yo había admirado a la clase elegida de los ciclistas desde los primeros instantes conscientes de mis ávidos ojos, y ahora pertenecía a ella. Nadie me había enseñado aquel arte, inútilmente admirado por tanto tiempo; sin pedir permiso a nadie, había sacado empujando del vestíbulo la preciosa Steyr-Waffenrad de mi tutor, no sin conciencia dolorosa de mi culpa, y, sin pensar en el cómo, había puesto el pie en el pedal y me había ido. Como no me caí, en esos primeros momentos en la bicicleta me sentí ya triunfador. Hubiera sido totalmente contrario a mi carácter volver a bajarme después de dar unas cuantas vueltas; lo mismo que en todo, llevé hasta el último extremo aquella empresa ya comenzada.
¡Ah, qué espléndido cursillo de ética en esas líneas! Thomasín: el (pequeño) ciclista ético, of course.

9.7.09

Fotografía

Esta noche el Tour duerme en Barcelona, como yo hace un año. Fui a presentar mi traducción de Bossa Nova y aquel día, además, estuve por primera vez ante el Gran Vidrio de Duchamp. Hoy se ha visto por la tele al pelotón enfilando la avenida, con el museo donde estaba aquella exposición a lo lejos, en lo alto. Llevaba unos días pensando en la transparencia; en los Grandes Transparentes de Breton y en la transparencia del Gran Vidrio. En que las personas que se han situado en alguna ocasión ante el Gran Vidrio han formado parte de la obra, desde el otro lado. Últimamente, aparte de a gastar horas en el Facebook y en el Tour, me he dedicado a seguir leyendo la biografía de Joseph Conrad (desazón y aspereza; la vida monótona de los escritores —y eso que éste vivió la primera parte en los barcos), a ver capítulos de Dexter y a escuchar conferencias de Rodríguez Adrados sobre Grecia (buenísimas). Me he dado cuenta también de que me gusta mucho "Fotografia", de Jobim; pero en la versión instrumental de João Donato en su disco Só danço samba. Hoy he buscado la letra ("parece que este bar já vai fechar...") y otras versiones. No estaba la de Donato, pero sí una de Gal Costa, otra de Eliane Elias y hasta una de João Gilberto. Éste iba a venir a España, pero ha suspendido la gira. La fotografía es que mi ideal es la ligereza pero vivo en la pesadez.

5.7.09

Cabras de Perejil

Querido Arcadi:

¿Has visto ya a las cabras de Perejil? Euskadi, en efecto, no es Perejil: pero éstos son incontestablemente cabras. Por lo montaraz y por el balido lastimero y palurdo. Dudo que ayer ocurriera algo más patético en Europa. El PNV ya, todo él, una inmensa ensaimada capilar de Anasagasti, sin resquicios de capilaridad sana o no ridícula, o simplemente presentable.

Un abrazo, J. A.

4.7.09

Incongruencia geológica



Este año tengo ganas de Tour. Desayunando con el Double Rainbow de Joe Henderson y el ventilador, me he quedado prendado de la expresión incongruencia geológica que venía en la crónica de Carlos Arribas en El País. Entonces he decidido elaborar durante su transcurso El Poema del Tour, como hace tres años El Poema de 2006. Las "reglas del juego" serán las mismas; con la única diferencia de que, en vez de estrofas de un canto, de cada jornada sacaré un poemita monoestrófico que llevará por título el titular de la crónica, tal cual. En ese título-titular, por cierto, enlazaré el mármol original de Arribas. El Poema del Tour lo iré realizando a diario en un blog específico. Cuando ya esté terminado, lo colgaré entero aquí, en orden. Quizá no esté de más añadir que no se trata de recrear poéticamente el Tour, sino de utilizar el Tour (las crónicas del Tour) como surtidor de poesía.

El aliciente de esta edición de 2009 es que se decidirá en el Mont Ventoux, final de la penúltima etapa. El Ventoux ya salía en el canto VII del Poema de 2006:
Tom Simpson
en el Mont Ventoux
exhausto encima
de la bicicleta
la muerte
era como ganar
la carrera espacial
la caída del telón
supuso la cima
También en el primer poemita del Poema del Tour aparece el Mont Ventoux. He seguido escuchando a Joe Henderson; además de Double Rainbow, el tema "Blue Bossa" que me ha mandado Losada. Pertenece al álbum Page One, y eso es: página uno.

1.7.09

La pulcritud del arte

Segunda mitad del año. Para el fetichista de las fechas el 1 de julio es un día importante, porque se le ofrece otra oportunidad; al menos, para el juego de los propósitos. (Hoy, además, es el cumpleaños de mi hermana.) Me he levantado temprano. Con el desayuno escucho una canción enviada en la noche tropical por mi amigo Úbeda. No están mal los regalos: casa, comida e um milhão por mês... Me he tomado unos días de playa con Curro y Almudena, en la nudista de Almayate (¡el placer de la tumbona, con la brisa en los huevos!); pero no lo repetiré mucho este verano: debo trabajar duro. Lectura: Las vidas de Joseph Conrad. Acerca de ciertos ajustes que hace Conrad en su Crónica personal, dice el biógrafo Stape algo que también se me puede aplicar a mí, y a este blog: "sus memorias están más guiadas por imperativos de concisión e impacto dramático que por consideraciones estrictamente biográficas, y Conrad alimentaba una preferencia racional por la pulcritud del arte frente a la confusión de la vida".