30.1.10

La historia de un corazón quebrado

Llegué tarde a Salinger pero llegué bien: justo en el momento. La mujer de la que estaba a punto de enamorarme era salingeriana y quise hacer los deberes. Yo había leído en su día El guardián entre el centeno, pero no me marcó. Me pareció algo así como un Principito sofisticado. Ella era más de los que me faltaban por leer: Franny y Zooey, Nueve cuentos y el doble Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: Una Introducción. Empecé aquel año leyéndolos; más que como literatura, como un jeroglífico: trataba de descifrar en ellos el alma de ella. Una tarea absurda, salingeriana.

En nuestras primera citas hablamos de Salinger. La primera vez que estuve en su casa me prestó En busca de J. D. Salinger, de Ian Hamilton. Ella era bananafish. Me hablaba de la mitología salingeriana. Cómo entre ellos, por ejemplo, era un honor recibir una carta de advertencia del abogado de Salinger por haber hecho un uso indebido de sus textos. Estaba, sobre todo, la mitología de sus cuentos proscritos: aquellos que llegaron a publicarse en revistas pero que Salinger había mandado quitar de la circulación. Una tarde en que me encontraba en mi apartamento de Torremolinos di con todos en internet. Me los fui bajando uno a uno (el proceso era lento entonces) en un estado de excitación. Recuerdo bien aquella tarde. Era marzo y tenía puesto un disco de Nana Caymmi, Desejo. Lo hábil hubiera sido guardarlos y darle la sorpresa en Madrid; pero no pude contenerme y la llamé para adelantarle la noticia. Debí de comprender que estaba enamorado de verdad, porque aquella misma tarde me puse a repasar los mails que me había cruzado con ella, desde hacía meses, y a guardarlos, a salvarlos.

Ella tradujo algunos de aquellos cuentos inéditos, pero tiempo después: cuando ya se había acabado nuestra historia. Me los dio a leer y así hubo un epílogo de Salinger, melancólico. Por cierto, con otro disco brasileño como música de fondo en aquellas jornadas mías post-crepusculares (hoscas, sin sol): Ney Matogrosso interpreta Cartola.

La operación de Salinger, básicamente, consiste en colocar cerebros superdotados en temperamentos menesterosos. En sus cuentos narra los roces de una inteligencia sin asideros. Una inteligencia que es pura herida. Salinger le da voz a la monstruosidad de la adolescencia; nos muestra a adolescentes con lucidez de su situación y con la capacidad de manifestarlo. Entra una cosa y otra, todo aquello me provocó una brutal regresión adolescente. Me vi, avanzada la treintena, ahogado en un lamentable existencialismo de teenager. Fue una desgracia, pero tuvo su gracia. (Aunque no sé por qué hablo en pasado; quizá por coquetería.)

[Publicado en Penúltimos Días]

29.1.10

La vida de Montano

'La vida de Montano' se publicó desde el 3 de diciembre de 2009 hasta el 28 de enero de 2010 en 'Factual', el periódico digital que dirigió Arcadi Espada. Aquí van todos los textos, salvo tres o cuatro que no me terminaban de convencer.

*
¡A ver si me la encuentro!

Empiezo a contar la vida de Montano. ¡A ver si me la encuentro!

Mi principal novedad autobiográfica es esa: que he empezado a usar el twitter.

Uno adquiere complejo de salchichón: no me ofreceré entero, sino en rodajas. (¡Cortadas muy finitas!)

Llevo un minuto de autobiografía twitteada y ya he aprendido la lección fundamental: el twitter es el mensaje.

*
Heroína contemporánea

En la cola del Supersol una vieja se ha cagado encima. Menudo pestazo. Se ha quedado paralizada, mirando al suelo: recogida en su vergüenza.

Pero ha intervenido esa heroína contemporánea, la cajera: “A tu madre la limpias en tu casa, que el otro día dejó el wáter tó perdío”.

Dicen que el pueblo español es mayoritariamente de izquierdas. Yo lo encuentro más bien fascistoide, sólo que se ve guapo de izquierdas.

*
La Biblia de mi nueva vida

Desayuno releyendo el contrato de Factual, a modo de Biblia de mi nueva vida (que es la de siempre, pero contada en twitter).

De acuerdo: no mentiré, describiré el mal (¡yo, el mundo!), mostraré mi trazabilidad y, sobre todo, seré un objeto bello, singular y cálido.

Bueno, sobre esto último no descarto dar alguna que otra vez la nota "en la dirección opuesta".

*
Un parado esquiando

Sierra Nevada ofrece descuentos a los parados. Un parado esquiando. Se me queda esa imagen.

Gastarse el subsidio en esquíes. Para deslizarse por un suelo que sea como sus horas: blancas, frías.

O para aproximarse al precipicio. Quizá en la oferta va incluido el precipicio.

*
Charcutería

Vaya, resulta que en casa ha tocado un jamón. Parece que en cuanto me propongo ser autobiográfico, caigo en la charcutería.

El jamón en la pared: cosa inquietante. (Mon semblable, mon frère!)

*
La epiquilla del invierno

Anoche me encontré en la calle con un viejo conocido: el frío. Después de nueve meses, ya lo daba por muerto.

Este año el verano ha durado en Málaga lo que un embarazo. Ha resultado agradable: el calentamiento global es un útero cojonudo.

Y ahora, a saborear la epiquilla del invierno. (Aquí nada es serio: el invierno tampoco.)

El invierno: primavera de las bufandas.

*
Perfume

Me fijo en el nombre de mi perfume: “Truth”. Fue un regalo de hace tres o cuatro años y aún voy por la mitad. Lo he usado poco.

¿La verdad está en la cosa o se le pone a la cosa? Lo cierto es que huele bien.

*
Rosquillas

Feria del Dulce de Convento, en Torremolinos. La organizadora: "Se van a vender como rosquillas". No cae en que son justo eso: rosquillas.

*
Errores

Sin puente. Trabajo en casa.

Ahora me dedico a hacer correcciones para una editorial, y a escribir.

O sea: a eliminar los errores de los otros, y a añadir los míos.

*
Por si acaso

Crujido extraño del ascensor poco antes de llegar. Decido subir a pie, por si acaso.

Una vez arriba, lo llamo. Me intriga saber “qué hubiera pasado”. Alcanza mi piso sin contratiempos. Decepción.

¿Y si no se ha descolgado porque iba sin carga? Me espero a que lo use alguien. Necesito saber si he sobrevivido de milagro.

*
Huevos a la vida

El ascensor no se ha desplomado todavía. Entré en casa y he pasado la mañana trabajando. Pero con el oído puesto.

Los vecinos ignoran el riesgo que corren.

Luego tendré que bajar. Aún no sé si por las escaleras, o echándole huevos a la vida.

*
La mujer en los treinta

¡Ah la mujer en los treinta! Anoche me crucé con una en un semáforo: caminaba altiva, con paso firme.

Se dejó atrás un foulard y la llamé: "Oiga, se le ha caído...". Me interrumpió enérgica: "¡No! ¡Lo he tirado!". Ni se paró.

Me alejé armando este tweet en la cabeza. Y envidiando al que la tiene en el bolsillo.

*
Jubilados

Debo de llevar vida de jubilado, porque me los encuentro siempre.

Paseando por los mismos sitios a las mismas horas, tomando el solecito, hojeando los periódicos en el OpenCor...

El tiempo que dedican al parchís, es el que yo dedico al intelecto.

*
Susto en la noria

Lo de “lo he tirado” me ha recordado aquel susto en la noria gigante.

Me subí con mi amigo Curro. Su perfil no resultaba el más tranquilizador para una atracción de riesgo: era devoto de Panero y Artaud.

Con la noria parada arriba, le entró un ataque de pánico. Le dije: "Calma, no vas a caerte".

Su respuesta me provocó el pánico a mí: “¡No tengo miedo de caerme! ¡Tengo miedo de tirarme!”.

*
Miedo para su edad

Una vez, pagando en la librería del Corte Inglés, me fijé en un niño que esperaba su turno. Tendría ocho años, con gafitas. Iba solo.

Cuando le tocó, preguntó al dependiente, muy educadito: "Disculpe, ¿libros de miedo para mi edad?".

*
Loncha de vida

Salgo a hacer una gestión y aprovecho para cortar alguna loncha de vida...

¡Allí! Una anciana se aproxima en su silla de ruedas, empujada por una mulatita guapa y aburrida.

La anciana en cambio está feliz. Viene royendo un pastel, sujetándolo con las dos manos, como un monito.

Al pasar a su altura descubro que no era un pastel, sino su dentadura postiza.

*
El culo de las cajeras

Un misterio de este mundo es el culo de las cajeras.

Puede pasar años sin que se levanten.

Hoy lo ha hecho la simpática de los escotes.

Me quedo con sus tetas.

*
Eros y Tánatos

Como iba con prisa, me he lanzado a cruzar con el semáforo en rojo.

De pronto, la visión de una tía en pelotas: una revista en la calzada.

He dudado un segundo si agacharme y justo entonces me ha pasado rozando un coche.

Es el amor el que va con la muerte. El sexo, con la vida.

*
Algo sucio

Ese gesto de taparse con la mano al hablar por el móvil.

Me recuerda al de quienes lo hacen en el restaurante para hurgarse con el palillo.

Comparten lo mismo: algo sucio en la boca.

*
Sábado noche

En el Supersol veo lo que no quiero ver: dos chicos llenando sus mochilas de botellas. Ven que les he visto.

No sé cómo hacerles comprender que no los voy a denunciar. (¿Tengo ya el aspecto del señor que denuncia?)

En la cola me he olvidado de ellos. Suena la alarma. Carreras. Vuelven con uno. "Ahora todos los sábados igual, para el botellón..."

El atrapado es bajito. Más que miedo, se le ve pereza por lo que va a suceder.

*
No es la guerra

Las palomas son tontas, como la paz.

Se ponen a picotear en la calzada y las aplastan los coches.

A veces, aún mueven las alas.

(No es la guerra: es la vida.)

*
Frío siberiano

Llega el frío siberiano.

El malagueño es muy mal ruso.

El verano que nunca se acababa, ahora lo tenemos que pagar.

*
Peligros de la simetría

Se ve que la idea de mi padre era tener dos canarios.

Por eso, cuando amaneció muerto uno, mató al otro.

*
Bengalas

En un jardín del extrarradio juegan dos chicas, andarán por los catorce.

Tratan de encender una bengala. No les sale. Risas. Al fin lo consiguen y admiran el chisporroteo que se eleva.

Pienso: en pocos años recrearán este juego, con otro tipo de bengalas.

*
Ombligos

Con este frío se agradecen los ombligos.

Hoy todavía una lo llevaba al aire.

El calentamiento global, concentrado en un punto.

*
Sismógrafo

Noche turbulenta. Agitación en la cama, sin poder dormir.

Otro año arruinado.

Por la mañana las sábanas revueltas son el sismógrafo del insomnio.

*
Un artista del aparcar

He vuelto a ver al gorrilla aquel canoso. Iba sin barba, bebido. ¿Habrá estado en la cárcel todos estos años?

Solía mentirme: "Es usted un artista del aparcar". Yo le daba con gusto la propina.

Una mañana vi su foto en el periódico. Había matado a otro gorrilla, machacándole la cabeza con una señal de tráfico.

*
Cuando estaba contigo

“No sería para tanto. Estos años no te he visto tan mal.”

Es de esas frases que no se responden, aunque se tiene la respuesta exacta:

“Porque sólo me has visto cuando estaba contigo.”

*
Los días de la basura

Estos son ya los días de la basura.

Hay dos misiles apuntando a cualquier proyecto: la Nochebuena y la Nochevieja.

Dejarse caer hasta la uvas, y luego renacer. (Con el cuerpo emporcado.)

*
Escenario de mi cobardía

El ascensor: escenario de mi cobardía.

Esa jugada de meterse rápido y pulsar el botón, cuando se aproximan los pasos de un vecino.

Ahora, con las puertas automáticas, hay suspense hasta el último segundo.

Me escondo en el ángulo muerto y lo mejor es la carrera y el suspiro final de decepción, por la ranura.

*
Sólo la puntita

Invierno intermitente: ayer de nuevo sol, hoy lluvia.

Así no hay forma de que arraigue el espíritu del norte.

El pensamiento nos mete sólo la puntita.

*
¡Duchamp funciona!

Voy a mear y es el urinario el que me mea.

Unos gamberros le han dado la vuelta al grifito fotoeléctrico.

Me miro la polla mojada buscando la firma de Duchamp.

*
Mi Bulli es este malestar

Twittear medio dormido, con resaca.

Mi Bulli es este malestar: dolor de cabeza, picor de ojos, neuronas torpes, con espumilla.

Transcribo desde mi mesa (de auto-autopsia): deconstrucción de Montano.

*
Asco bajo la lluvia

¡El romanticismo de los paraguas! Una pareja (veinteañeros de barrio) se besa bajo el suyo.

Nada interesante para el twitter. Pero ella se separa abruptamente.

“Lo haces como con asco. ¿Llamaste a la negrita?”

*
Solsticio en la ducha

Celebro la entrada del solsticio en la ducha.

Agua hirviendo, achicharrando la piel.

A mí el clima no me chulea.

*
Doble calcetín

Signo del invierno en Málaga: el doble calcetín.

Es lo más lejos que está el pie de la arena de la playa.

*
Dentífrico infantil

Se ha terminado el dentífrico. Uso el que tienen en casa mis sobrinos, con sabor a golosina.

Dentífrico infantil: el dentífrico de cuando decíamos "dentrífico".

Toda la mañana paladeando el tiempo en que la Navidad no era un coñazo.

*
Diminutivo cariñoso

"No le pegue usted". Una voz de anciana, en tono de lástima. Se lo ha dicho a otra que va con un perro.

"No, si yo le pego sólo a la correílla. Mire, mire." Le da con su bastón a la correa.

Me llama la atención el desplazamiento del cariño: "correílla". Al fin y al cabo es ella la que se lleva los golpes.

*
Lotería

He tenido suerte: no me ha tocado la lotería.

A estas alturas, me habría dado rabia.

Demasiado tarde.

*
Qué pereza

Una familia gitana. La madre empujando un carro de supermercado lleno de bultos (no de supermercado). El padre con el niño. Se dirige a mí.

"¿No tendrá usté fuego p'a la bengala del niño?". "Pero si es un petardo". "No, esto no explota". Lo enciende, lo arroja un metro y explota.

Mientras me alejo, escucho una y otra vez, hasta que dejo de oírle: "Pero niiiiño, ¿no me habías dicho que era una bengaaaala?".

Qué pereza el paripé. Son siglos de marginación, pero qué pereza.

*
Descripción del mal

El crac cuando se pisa, sin querer, un caracol.

No miramos abajo, pero sabemos lo que hay.

La argamasa de un cuerpo aplastado, con los cascotes de su casa.

*
Correcciones

Fealdad y belleza: en el autobús de la costa, las suites de Bach.

Horrores urbanísticos corregidos por el iPod.

Atravesar el lodazal en una barca de oro.

*
Arreglos con la verdad

¡No sé mentir! Y cuando lo hago, termino en un arreglo con la verdad, a posteriori.

Ayer me escapé de su casa con la excusa de que tenía que pasarme por la Fnac.

No tenía previsto pasarme por la Fnac, pero al final di un rodeo para pasarme por la Fnac.

*
Los globos se escapan

El niño no se lo puede creer: el globo se le ha escapado de la mano.

Mira para arriba, a la vez que desciende el rostro de su madre. Por las rendijas de los besos, el niño todavía le echa un vistazo al globo.

Pronto se olvida. Conserva un resto de estupor, pero ya vuelve a sonreír.

Esta vez la herida ha sido suturada a tiempo.

*
Mapamundi horario

Noche en vela, trabajando.

Amanece y mi cabeza se derrumba.

Miro el mapamundi horario, para ver por dónde se está poniendo el sol.

Japón: me acogeré a su noche.

*
Metafísica

Me cruzo con mi viejo profesor de metafísica.

Ese tiempo que él desdeñaba, en aras del Ser, lo ha triturado.

*
Día de los Inocentes

Ya no se ven los monigotes aquellos, de tebeo, en las espaldas.

Pero es porque no nos fijamos bien: somos nosotros, en las espaldas del mundo.

Siempre recuerdo la humorada de Juan de Mairena, que anunció a Cioran: "Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes".

*
Cañones

Me fijo en las botellas de champán en el supermercado: horizontales, apuntando como cañones.

A la señal convenida, le dispararán al nuevo año.

Y lo hundirán.

*
Ya sabía que no

Una mujer pasea a su hija paralítica. Hace sol. La criatura disfruta con su racioncita de sensualidad.

La madre es alegre. Se para a hablar con el matrimonio que está a mi lado en el banco. Asuntos cotidianos, banales.

Se despide. Su ánimo ha hecho que la tarde vuelva a parecer grata. Si guardaran silencio los de mi lado...

Pero ya sabía que no: "Pobrecilla mujer la que le ha caído".

*
Celebración del desayuno

Frente a los viscosos sueños, el desayuno.

Ninguna fantasía comparable al pan con aceite y el café.

Se va la noche con sus fantasmas. Llega el día.

Es el cuerpo vacío el que produce monstruos.

*
Pasados de moda

Ha remitido (¡al fin!) la plaga de los papa noeles en las fachadas.

El año pasado una niña quiso tocar el de su balcón y cayó al vacío.

Los que quedan parecen viejos hippies: canosos, barrigudos, pasados de moda.

*
Perversos polimorfos

Siempre se me olvida que con los niños hay que ser serios.

Mis sobrinos me lo recuerdan: “Tito, no hagas tonterías”.

“¡Pero si os reís! ¿No os gusta?”. “Sí, pero no tanto tiempo”.

*
Curiosidad malsana

Del año nuevo se puede decir lo que decía Borges de la mañana: "depara la ilusión de un principio".

Mi primera curiosidad del año es siempre la misma: qué día de enero fracasaré en mis propósitos. No suele tener dos cifras.

*
Casanova

Nunca he sido muy ligón, por pereza. Pero un año sí lo fui: la desesperación se impuso a la pereza.

Fui consumiendo amantes como rosquillas. En Nochevieja todas me mandaron un sms de felicitación. Me alegré. Pensé: "lo he hecho bien".

No se ha vuelto a repetir. Por pereza.

*
Campanadas

Decidido: tomaremos las uvas con Belén Esteban. Es decir: pisando el fango.

Protección teórica: la Nochevieja pertenece aún al 2009, así que no ensuciamos el año nuevo.

El 1 de enero no lo dan las campanadas, sino el sol: con su primer amanecer.

*
Realismo

Entre las masas navideñas, cazo una frase al vuelo: “Es una casa sombría. A las cinco ya es de noche”.

El realismo es el esfuerzo de la gente por hablar como hablan en las novelas.

*
Sol

Tortilla de patatas: un sol en la sartén.

Hoy no tiene rival. Afuera llueve.

*
L'amour!

No sé en qué momento me di cuenta de que yo le gustaba. Como despachaba patatas asadas en aquel sitio, la conocíamos por "la de la patata".

Se agobiaba porque estaba en la peor posición para gustar: con su gorrito ridículo, su cara sudorosa, las prisas de ese trabajo sin brillo.

Yo no sabía cómo decirle que me parecía una princesa así, que no tenía que hacer más, que mi distancia era porque estaba enamorado de otra.

*
Vita nuova

Los manjares navideños contribuyen, después de todo, a una cierta renovación.

Lo que arrojo en el retrete tiene más colorido: marrones veteados, algún que otro verde oscuro, etc.

Algo es algo.

*
Primeros muertos

En el periódico leo los nombres de los primeros muertos del año.

Sorprende ver 2010 como cifra de cierre.

Se abrió hace cinco días y ya ha atrapado a varios. El cepo.

*
Petardos

La insufrible moda de los petardos.

La vida se desarrolla estos días con un fondo de disparos y explosiones.

Así deben de ser las guerras civiles: niñatos a sus anchas.

*
Noche de Reyes

A partir de cierta edad, los Reyes sólo traen carbón: el carbón de los años.

¿Qué les pediría? Que fueran reinas y se metieran en mi cama.

El sexo, parafraseando a Brassens, es el último regalo de los Reyes.

Nos saca de la infancia, pero nos deja con ese juguetito.

*
Alianza de civilizaciones

Entro en una tienda de chinos justo cuando la dependienta está despachándole dos botellas de whisky a un magrebí.

La china me sonríe, pero él está incómodo, como cuando a un adolescente lo pillan comprando preservativos.

A mí me entran ganas de darle un abrazo. O de poner un billete en el mostrador, diciendo: "Invita Occidente".

*
La buena siesta

La buena siesta es la siesta con baba.

El día se vence y emite su zumillo.

Es como la eyaculación del cansancio.

Media hora y otra vez como nuevos.

*
Desconfianza

Un grano en el párpado. Lo miro con desconfianza.

Estos sarpullidos ya no son de primavera.

Pueden venir para quedarse.

*
Vivir pericolosamente

A veces, verdaderamente, no me la encuentro: no me encuentro la vida.

Toda la mañana pensando qué poner y nada.

Se me adelgaza tanto, que no da ni para un tweet.

Sólo me queda eso: decirlo.

*
Vivir pericolosamente (2)

Cartel en la puerta de un restaurante italiano: "Tenemos cocinero italiano. NO SOMOS FRANQUICIA".

No entiendo qué tienen contra las franquicias. Yo soy un gran enamorado de las franquicias.

Mis amigos suelen preguntarme: "¿En qué franquicia comes hoy?".

*
Vivir pericolosamente (y 3)

Un poco de actividad: decido afeitarme.

La cercanía de la carne y la cuchilla tiene su aquel. Podría forzar un final melodramático.

Bah. ¿Qué voy a hacerle a este tipo con cara embadurnada de espuma?

*
El postre del invierno

Esa combinación chic: tomar helados con bufanda.

Yo soy el que mantiene la industria heladera en los meses de frío.

Quizá es porque al invierno de Málaga le falta el postre: la nieve.

*
Las ciudades con río

Sí tenemos ese espectáculo ocasional: el río con agua. (¡Oh, la higiene de las ciudades con río!)

Por lo general el cauce lo gobierna Parménides. Nos bañamos mil veces en el mismo río seco.

Sólo con las lluvias vuelve Heráclito. Pero por poco tiempo: no le da tiempo a llevarse todas las miasmas que paralizan la ciudad.

*
El bien de Montano

A veces me preguntan si mi Montano es el de Vila-Matas. La respuesta es: no.

Mi Montano es el de la "Epístola a Arias Montano" del capitán Aldana, que ensalzó Cernuda:

"Pienso torcer de la común carrera / que sigue el vulgo, y caminar derecho / jornada de mi patria verdadera..." (¿He dicho algo?)

*
Perro de artista

Un animal lo pasa peor que el toro: el perro de los, así llamados, perroflautas.

A diferencia de los transeúntes, no pueden escapar del “arte” de su dueño.

En cada esquina reproducen la tragedia de Troilo.

*
Comprometido trámite

Para ver El cónsul de Sodoma hay que pasar antes por taquilla y decir: "Una para El cónsul de Sodoma".

Comprometido trámite para el intelectual solitario.

En la sala el público es sólo de varones: dispuestos a distancia, como en los antiguos cines X.

Lo escabroso no es el tema homosexual, sino la poesía. Nos falta un Día del Orgullo Poético.

*
Elegancia moral

Un hombre le escupe a una mujer en la cara. Lo extraño es que ella ha permanecido impasible. Siguen caminando juntos.

Conforme se acercan veo que ella no es su pareja, sino su madre. Y que él es un disminuido psíquico.

Admiro la elegancia de la mujer: su elegancia moral. Se limpia con el kleenex sin aspaviendo, sin reproche. Erguida. Él nunca sabrá su lujo.

*
No acostarse, caminar

No soy hipocondríaco, pero me ha alarmado un zumbido que he sentido dentro del cerebro. Una presión sostenida que se deslizaba con lentitud.

Han sido sólo unos segundos, pero he pensado: ¿obstrucción, rotura? ¿El famoso aneurisma? Me he quedado observando posibles consecuencias.

No he notado nada, pero instintivamente he decidido que no debo acostarme, sino caminar. Y que ha de ser un lema para siempre.

*
Patinadoras

Por el paseo marítimo me envuelve una nube de patinadoras: siete u ocho chicas, que me adelantan.

Se alejan. Son patosas. Están aprendiendo. Los patines han debido de traérselos los Reyes, por haber sido buenas.

O quizá malas. Más adelante paso de nuevo ante ellas, que se han parado a descansar, y oigo: "Tía, tendría que haberme depilado".

*
Aperitivo

Ahora lo que veo procuro traducirlo a twitter.

Paso la realidad por el rallador de mi cerebro, y con las hebras armo el aperitivo que les sirvo a ustedes.

El plato principal lo tienen fuera: en el mundo.

*
Los numeritos de la Naturaleza

¿Sabia la naturaleza? Más bien entre listilla y abusona.

Y qué pesada. Los elementos pasan de uno en uno, hacen su numerito y se van.

Ya estuvieron la lluvia, la nieve, el sol y hoy le toca al viento.

Lo único tierno es el empeño que pone, su histrionismo snob: como si la obra fuese nueva.

*
Tirar la toalla

El momento exacto en que un hombre tira la toalla.

Era profesor de instituto. Nunca pudo con sus alumnos, pero se pasó años intentándolo.

Una mañana, en cuanto se sentó a su mesa, uno de nosotros dijo: "¡Gilipollas!".

Esta vez no replicó. Sólo agachó la cabeza y musitó: "Jo, macho".

*
Pharmacie

Hay una farmacéutica que me gusta y ahora voy a comprarle medicinas. Aunque mi medicina sería ella.

Otras veces la miro, alejado, por el escaparate. Su bata blanca, sus gafitas. Tiene algo también de panadera. La Virgen de la Curación.

Se parece muchísimo a otra mujer. Aquella que arruinó mi salud.

*
La perfección del 69

Ya no saldré jamás de esa postura.

Nada se desperdicia. Scalextric del placer.

*
Situaciones invertidas

Hace unos meses un inmigrante africano me preguntó por la comisaría: quería entregarse para que lo deportaran a su país.

El sábado me excusé ante un mendigo: "No llevo nada". Y él me señaló con una risotada, compadeciéndose: "Uhhh, mala cosa".

Con la crisis se invierten las situaciones, quizá en dirección a la verdad.

*
Domingos deportivos

Tarde frente al mar. Leo feliz, al solecito, cuando en un banco próximo una anciana enciende un transistor.

Trastea hasta sintonizar "Carrusel deportivo". Maldigo para mis adentros. Pero la veo hacer un movimiento extraño.

Ha sacado la fotografía de un anciano, la ha juntado al transistor y, sin apagarlo, ha guardado las dos cosas en el bolso.

*
Reparación

He ido a reparar la bicicleta. Mañana la vuelvo a coger.

(Mi propia reparación la haré pedaleando.)

*
Atlas

Mezclados entre los transeúntes de calle Larios, hay ancianos que caminan con dificultad.

Arrastran los pies y hunden los hombros, como si llevaran un enorme peso encima.

Y lo llevan: el de la ciudad que ya sólo existe en su memoria.

*
Primera salida

La metáfora del caballito de acero hay que actualizarla: caballito de titanio.

Salgo y circulo por el carril bici. Ahora es larguísimo, nuevo, de color teja.

Lo del Plan E era un regalo para mí: me estaban poniendo una alfombra.

*
Guiñol

La niña del edificio de enfrente. Me fijé por primera vez este verano, porque se pasaba el día cantando y hablando sola en su terraza.

Andará por los nueve. Cuando empezó el curso y vi que no iba a la escuela, entendí que le debía de pasar algo.

Se asoma siempre con la cortina cerrada por detrás. Parece una figura de guiñol; pero perdida en el escenario, sin nadie.

*
El reverso de la postal

Accidente en el paseo marítimo. Una moto tirada y policías, sanitarios, un grupo de curiosos en torno a la camilla del suelo.

Me acerco sólo hasta el punto en que se ve que la víctima es masculina, pero no si está viva o muerta. Debe de estar viva, por los cuidados.

En el cristal de atrás de la ambulancia se refleja el atardecer naranja, con palmeras. El accidente parece entonces el reverso de la postal.

*
Uniforme del espíritu

El secreto mejor guardado de los escritores es que pasamos el 90% del tiempo en chándal.

El chándal es el uniforme del espíritu.

Toda la literatura desde la Segunda Guerra Mundial ha sido escrita en chándal.

Cambia la calidad de los libros, no el uniforme del escritor.

*
El mínimo esfuerzo

El alma andaluza (¡si existe!) se revela en las escaleras mecánicas.

El andaluz no da un paso si la máquina lo da por él.

Ni se le ocurre que podría juntar las dos fuerzas.

Hay cierta sabiduría en ello. Pero cansa.

*
Malagueña antisalerosa

En la cola del Supersol, la cajera y una clienta hablan de sujetadores. Lo hacen con desparpajo. Exactamente como si yo no estuviera.

Considero que debo integrarme con alguna frase cómplice. Sonrío y me lanzo: "Bueno, aquí estoy asistiendo a una conversación femenina...".

La clienta me mira con desprecio y me dice, áspera y antisensual como sólo saben ser las malagueñas: "Se irá a escandalizar usted".

*
Parque temático

Siento debilidad por Torremolinos. Como no nay nada bello, las fealdades se neutralizan entre sí y no molestan.

Lo asombroso no es que mantenga esa estética de los años setenta, sino que sus visitantes también la mantienen.

Los observo y pienso que Torremolinos es el único parque temático cuyos personajes son los propios turistas.

*
La lección de Dante

El amor moverá al sol y a las demás estrellas... pero no a la amada.

Es un sentimiento individual, aislado. Impotente en sí mismo. Más aún: despotenciador. (Una traba literaria.)

El amor en sí no enamora. Cuando dos se aman, no es por el amor de cada uno hacia el otro. Será por lo que sea; jamás por el amor.

*
A la tercera

Cena con amigos. A todos se les ha suicidado alguien recientemente.

Me quedo con el caso de uno que falló en dos ocasiones: con el corte en las venas y las pastillas.

A la tercera se ahorcó del balcón, hacia fuera. Para mostrarle al mundo que lo había conseguido.

*
La caída del Imperio Romano

Es un hecho: hace más de un año que no pongo la televisión.

Quién lo iba a decir hace una década, cuando su imperio parecía invencible.

La Pantalla se ha resquebrajado. Estamos estrenando la bendita barbarie.

*
El teatro de la vida

Me siento en un banco de la plaza a fumar un purito mientras llega mi amiga.

Por detrás, hacia mi izquierda, escucho la voz desgarrada de una mujer: "Es mi vida, es mi historia, es mi Paco".

Voy a volverme para verle la cara cuando, por otro motivo, el hombre que estaba sentado a mi derecha rompe a llorar.

Me veo literalmente cercado por las emociones. Pero me quedo frío. Mi impresión es la de estar entre actores malos ensayando una obra mala.

*
Quiniela

Sensación electoral el sábado cuando fui a echar la quiniela.

Pero hay tres diferencias de los apostantes con respecto a los electores:

1) No se ocultan en cabinas para escoger su voto.

2) Lo estudian mejor.

y 3) Todos apoyan el mismo programa: el de la riqueza personal.

*
Emociones turísticas

Los turistas estudian el mapa como si fueran las instrucciones de la ciudad.

Comprueban en la calle que cada pieza está en su sitio.

Si lo hacen bien, se pondrá en marcha la máquina de emociones turísticas.

*
La chispa de la vida

Canas prematuras: la espuma del pensamiento.

El intelectual canoso es como la coca-cola: las burbujas negras de su cerebro se transforman en espuma blanca.

La chispa de la vida: ese es el quid de la cuestión.

*
Sartenazo

Anoche fui el individuo más ridículo de Europa. Me di a mí mismo un sartenazo. Como suena.

Trasteando en el mueble de la cocina, se me encanchó en la manga el asa de una sartén y, al retirar el brazo, la propulsé hacia mi cabeza.

La sensación de ridículo fue menos poderosa que la de que me lo merecía. El día tenía que acabar así. ¡Clonc!

*
Una odisea del espacio

Cerca de casa hay una escuela y por la mañana veo a las madres apresuradas con sus niños.

Ahora en invierno ellos van con sus abrigos gruesos y sus capuchas. Como pequeños astronautas.

Pronto los soltará la nave nodriza.

*
Multa lingüística

Entre parejas esporádicas hay un acuerdo tácito: si te lo como, me la chupas. Y viceversa.

Entre las parejas consolidadas, sin embargo, interfieren otros asuntos exteriores a la cama.

El que se ha portado mal suele pagarlo con una multa lingüística.

*
Musas de barrio

Ah las musas de barrio: estropeaditas.

En su belleza están expuestos, no escondidos, los indicios de la corrupción.

Condenadas a ser la sombra de lo que hubieran podido ser.

O mejor: alumbradas por el esplendor que imaginamos.

*
Humano, demasiado humano

Me autocapturé ayer un gesto humano, demasiado humano.

Saliendo del lujoso hotel Alfonso XIII de Sevilla (habíamos entrado a tomar una caña) quise darme un aire casual, como si me alojase allí.

El resentimiento social: qué entrañable motorcillo.

*
Lumbalgia

Sensación de ser una silla desplegable que no se puede desplegar.

Una silla que debe sentarse, en cualquier caso: el trabajo manda.

Luego me levanto doblado, y con el culo en pompa. Doy pasitos de pato.

Sé que no es día para usar a Primo Levi fuera de contexto, pero: "si esto es un hombre..."

*
Epitafio

Aquí me quedo pinzado en mi lumbalgia.

Repliegue.

27.1.10

La soledad domesticada

En Sevilla ayer con Nadales. Paseo por el centro, caña en el hotel Alfonso XIII, ante los ventanales del patio, y comida en Casa Pando con Jordá. Durante el viaje me dijo Nadales: "Me extrañó que en tu lista de los libros de la década no incluyeses La soledad domesticada, con lo que te marcó". Me quedé sorprendido: no recordaba haber leído ese libro, ni que ese libro existiese. Tampoco el nombre del autor: Quinodoz. Nadales me aseguró que me lo prestó hace unos años y que, al devolvérselo, le dije que me había impresionado y que me había hecho reparar en cosas en las que no había reparado antes. Seguí sin recordar. Incluso ahora, en que leo la sinopsis por internet, sigo sin recordar absolutamente nada. Es rarísimo, porque el título es muy bueno y, con lo que a mí me gustan los buenos títulos, creo eso al menos tendría que recordarlo. Pero nada. Un vacío total en mi cabeza. Evidentemente, le he pedido a Nadales que me lo vuelva a prestar. Si me impresionó entonces, me impresionará el doble ahora: sólo puedo haberlo borrado por alguna razón profunda.

25.1.10

Diez años on-line (1)

El paisaje de esta década, que ha resultado la mejor y la peor de mi vida, la más luminosa y también la más oscura, ha sido internet. Cuando a mediados de enero de 2000 me compré un ordenador nuevo, un portátil, no sospechaba que me estaba comprando a la vez el barco para navegar por otro mundo; otro mundo que se convertiría en el Mundo.

Nos ha tocado ser pioneros de internet. Yo había llegado incluso a ser pionero de la televisión, porque a mi familia llegó un poco tarde. Recuerdo vagamente un día de la primera infancia en que mis padres me llamaron para que viera el aparato recién instalado. Emitían La Casa del Reloj y con los años me ha gustado pensar que la Casa del Reloj era la propia tele. Como el Tiempo, su dominio parecía incuestionable. No sospechábamos que pudiera surgir algo capaz de destronarla. El otro día se me ocurrió que su declive ha sido (o está siendo) como el del Imperio Romano.

Aunque a partir de un determinado momento la sensación fue de avalancha, al principio internet fue colándose como las goteras del vecino de arriba. Recuerdo la primera vez que tuve que mandar un archivo y me dijeron: “tienes que hacerlo por attachment”. Hacía mis envíos por medio de una compañera de la biblioteca en que yo trabajaba. Una vez me sentó ante su ordenador y la primera dirección que introduje fue la de la página de Marisa Monte. Fue en 1997. Meses después me puse conexión en casa, pero mi cacharro, un armatoste antiguo, sólo me daba para usar el correo. En una ocasión tuve dificultades, fui a preguntarle al técnico y me respondió: “Necesitas una descarga de Netscape”. Recuerdo mi shock ante la frase. Todo en ella me sonaba a chino, menos “necesitas”; parecía, ciertamente, que lo que necesitaba era someterme a una tortura de Fu Manchú.

Los dos amigos que se lanzaron a navegar a lo grande fueron Andújar y Weil. Andújar desde su casa, Weil desde los cibercafés (Weil se convirtió, de hecho, en un apóstol de los cibercafés). Yo los escuchaba con interés, pero, como nunca he estado ávido de novedades, no tuve ansiedad por seguirles. Con ello, pienso ahora, le gané tres años a la época anterior: mantuve una península de tierra por encima del mar que ya lo iba anegando todo. No me arrepiento. No me identifico con el afán de adelantarse a un tiempo que, de todas formas, nos va a poner a todos en la punta. Cuando estalla el runrún de lo novedoso, me gusta rezagarme un tanto. Concentrar el paladar en las últimas ondulaciones del mundo viejo, esas languideces que ya se disponen a meterse en su ataúd. Confieso que las acompañé hasta el último instante. Hasta que yo, también, pasé por encima de ellas.

Y entramos en internet, como quien dice.

[Sigue: Diez años on-line (2)]

18.1.10

Conferencias caminadas

Hay webs que son un lujo, y una de ellas es la de la Fundación Juan March. Contiene los audios de 2092 conferencias, hasta hoy: la primera es del 31 de enero de 1975 y la última del martes pasado. Llevo meses poniéndomelas en mi iPod shuffle, en un extraño estado de felicidad. En mi época de estudiante yo era muy aficionado a las conferencias. Me gustaba el ritual: buscar la convocatoria en el periódico, acudir al sitio, camuflarme entre el público, escuchar al conferenciante, regresar al colegio mayor rumiando el acto... Llegué a Madrid, desde mi provincia, en octubre de 1985, y fui una especie de Paco Martínez Soria de las conferencias. Me identificaba con el célebre dicho: “En Madrid, a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan”. Yo iba a que me la dieran, con mucho gusto. Luego dejé de hacerlo: resultó ser un pecado (o un vicio) de juventud. La alegría de ahora consiste en haber vuelto a ellas y, además, hacerlo caminando.

La técnica ha permitido ese encuentro que parecía imposible: el de la sala de conferencias y la calle. Algunas empiezan con el conferenciante, entre cortés y vanidoso, agradeciendo al público su asistencia “con la tarde tan buena que está haciendo en Madrid”. Yo entrecierro los ojos tratando de imaginar qué tarde haría, por ejemplo, tal o cual día de mayo de 1982. Pero a la vez disfruto de mi tarde soleada de hoy, porque a ese conferenciante lo estoy escuchando mientras camino por el paseo marítimo. Es una tontería, pero me regocija esta reflexión. Escuchar conferencias de este modo me parece un placer deliciosamente sofisticado.

Me acuerdo de Nietzsche, que era un gran andarín y escribió que sólo se fiaba de los “pensamientos caminados”. Yo camino pensando a cuenta de otros; a veces absorto en lo que voy oyendo, otras negociando entre la conferencia y el flujo de la ciudad. Un efecto interesante es que luego se recuerda tal o cual momento del discurso y va asociado al punto del paseo en que sonó. Quizá a algo así se refería el escurridizo concepto que describió Chatwin en Songlines, que se tradujo como Los trazos de la canción. Si yo no conociera la ciudad, podría identificar sus lugares así: según los trazos de la conferencia.

Les invito a que exploren el inagotable archivo: un auténtico cofre del tesoro. De las muchas que he escuchado este año, recomiendo especialmente las de Rodríguez Adrados sobre Grecia, las de García Gual, las de Lledó, las de Martínez-Lage sobre Johnson y Boswell, las de Philip Silver sobre Cernuda, las de Canavaggio sobre Cervantes, las de Francisco Rico sobre historia de la literatura española, las de Savater, las de Muñoz Molina, las de Javier Marías, las de Vargas Llosa, las de Eduardo Mendoza, las de Chirbes, las de Llop, las de Gómez Pin, las de Trapiello, las de Argullol, las del ciclo sobre Hannah Arendt, las de “Querellas literarias”, las de “Españoles eminentes”, la de Azúa sobre el dandy...

De entre todas ellas, hay una que me emociona de un modo particular, porque fue la única a la que asistí. Ahora, al ver la lista, no entiendo por qué no fui a más aquellos años. Frecuenté las del ICI, las de la Biblioteca Nacional, las de las de las facultades (sobre todo la de Letras), las de los colegios mayores... y de vez en cuando me desplazaba a sitios nuevos, buscando cada dirección. Por lo que fuera, a la Fundación Juan March sólo acudí una tarde de diciembre de 1986. Hablaba Torrente Ballester sobre “Jardiel y el humor del absurdo”. Me la pongo y en el silencio que arropa a su voz estoy yo, con veinte años.

[Publicado en Frontera D]

17.1.10

Pregunta de año nuevo

No he contado la conversación que escuché, desde el pasillo, la mañana de año nuevo. En la salita estaban mis sobrinos con mis padres, sus abuelos, viendo la tele. Debió de salir algo sobre la muerte, porque mi sobrina (cinco años) preguntó, sin tragedia: "¿A que todos nos tenemos que morir?". Mi madre le dijo en tono despreocupado, suave, que sí, pero que no pasa nada porque iremos al cielo. Mi sobrina inició una pregunta: "¿Y en el cielo...?". Afiné el oído para escucharla bien. Pero mi madre siguió hablando y mi sobrina no pudo terminarla. Me quedé a la escucha. Sabía que la iba a repetir, y que sería buena: confío en mi sobrina. Cuando al fin pudo formularla, no me decepcionó: "¿Y en el cielo podremos caminar?".

14.1.10

Mi pequeño reino afortunado



Cosas del Google Maps con Street View: arriba a la derecha, en ese local de la puerta azul, estaba la escuela donde aprendí a leer. Y abajo a la izquierda, mi edificio. El portal y nuestras ventanas daban al otro lado, pero en ese llano (que era de tierra) jugábamos; y correteábamos por los alrededores. En la escuela hice hasta segundo de básica, y en el barrio viví hasta los diez años. Cuando voy ahora (lo hago sólo muy de tarde en tarde, para que no se disipe el elixir), le encuentro un aire italiano, napolitano.

11.1.10

Embarazoso huésped

Tenía que ir a ver El cónsul de Sodoma, no sólo porque Jaime Gil de Biedma es uno de mis poetas más queridos y admirados, ni porque la biografía de Miguel Dalmau me pareció excelente (la semana pasada la elegí entre “los treinta libros de mi década”), ni porque, en verdad, me picaba el morbo; sino también porque, al fin y al cabo, esta página está bajo su advocación. En la película me he encontrado luego con que se dice la frase: “Soy un poeta de domingo con conciencia de lunes”. Y se dice además la que sacó Jabois del poema "Contra Jaime Gil de Biedma": “Si no fueses tan puta”. Así que El cónsul de Sodoma es en parte una promo de Frontera D.

La película no está tan mal como me esperaba; pero es que me esperaba algo terrorífico. Antes de ir al cine, tenía anotado otro título para este comentario: “La inteligencia interpretada por la estomagancia”. Sí, confieso que le tengo manía a Jordi Mollà; pero su trabajo aquí es digno: un poquito afectado quizá, con un pelín de pluma y con asomos de emotividades más propias de un Antonio Gala; pero, por usar una frase que se cita en la película, “se detiene a tiempo”, y resulta al cabo aceptable. Sí hay un pequeño desajuste. En la biografía de Dalmau se asegura que el poeta poseía una notable herramienta; la de Mollà, en cambio, en el plano de su desnudo integral, no le responde al método Stanislavski.

El problema de El cónsul de Sodoma es que, para el público interesado, resulta imposible de ver. Y el otro no creo que vaya a verla. Me temo, por tanto, que la película no tendrá ningún espectador limpio: ningún espectador que no conozca ya el “argumento de la obra”. Yo no sé exactamente lo que he visto, ni en qué medida exacta ha contribuido mi conocimiento a lo que sucedía en la pantalla. Ha sido un visionado por superposición (en comparación constante). Me he entretenido, e incluso me he emocionado en los momentos en que se recitaban sus poemas; pero sospecho que la película no se sostiene por sí sola.

Algo cargante es que los escritores son demasiado escritores. Gil de Biedma, Barral y Marsé me han dado la impresión de ser como los hombres-libro de Farenheit 451, hablando con frases sacadas de sus obras. Queda forzado, aunque las de Gil de Biedma brillan siempre, porque son brillantes en sí. Lo que chirría es cuando se usan versos en la conversación. La interpretación de Barral está muy bien; un tanto papanatas, pero como era papanatas Barral (también con encanto). Marsé, en cambio, falla: demasiado artificioso y como inocentón. Es la segunda vez que el productor Andrés Vicente Gómez se la juega a Marsé: la primera fue cuando le quitó el proyecto de El embrujo de Shangai a Erice para dárselo a Trueba. Quizá Marsé está que trina más por esto que por cómo han tratado a su amigo. En cuanto a Bimba, no está bien pero reconozco que tampoco está mal (como se ve, esta película ha supuesto un paréntesis en mis detestaciones).

A Gil de Biedma, por supuesto, no le hubiera gustado nada El cónsul de Sodoma: a él, que escribió lo de “la humillación imperdonable / de la excesiva intimidad”. No sé si habría llegado a pensar que Mollà es un “memo vestido con sus trajes”; pero sin duda sí un “embarazoso huésped”. Lo que no entiendo es el movimiento de escándalo de lo que queda de la gauche divine en lo concerniente al sexo: parece como si se arrepintieran de lo único realmente bueno que hicieron, que fue follar. (Lo otro, lo que no fue follar, ha terminado teniendo a Montilla como su producto más acabado.) Lo importante, en cualquier caso, es que la película no mata a Gil de Biedma; lo enturbia en parte, por la cariturización y la sentimentalización: pero se sale con ganas de volverlo a leer, si es que en algún momento habíamos dejado de hacerlo.

[Publicado en Frontera D]

10.1.10

La hora de la verdad

En la primera de las dos conferencias de Víctor Gómez Pin en la Fundación Juan March (excelentes), escucho esta frase de Proust sobre sí mismo. Gómez Pin no da la referencia y la traduce de memoria, pero está bien así:
En lugar de trabajar, había vivido en la pereza, la disipación, los placeres, las enfermedades, las manías; y emprendía mi tarea en vísperas de la muerte sin saber nada de mi oficio.
Después Gómez Pin cita otra igual de memorable:
Afortunados aquellos para quienes, por cercana que se halle la una de la otra, suene antes la hora de la verdad que la hora de la muerte.
Anoté también esta otra del propio Gómez Pin: "Donde no hay lucidez, hay síntomas". Chapeau!

* * *
(6.7.14) Gracias a Daniel Gascón he sabido que las frases de Proust pertenecen a El tiempo recobrado (séptimo y último tomo de En busca del tiempo perdido). En su original francés:
mais au lieu de travailler, j’avais vécu dans la paresse, dans la dissipation des plaisirs dans la maladie, les soins, les manies, et j’entreprenais mon ouvrage à la veille de mourir, sans rien savoir de mon métier. (pp. 255-256)

Heureux ceux qui ont rencontré la première avant la seconde, et pour qui, si proches qu’elles doivent être l’une de l’autre, l’heure de la vérité a sonné avant l’heure de la mort. (pp. 72-73)

9.1.10

Empezar por la Z



Me quedé encallado en las citas iniciales (¡catorce páginas!) de Moby Dick, pero ya la retomo. Vuelvo a embarcarme para la singladura —de la novela y del año. La verdad es que esta primera semana se ha solapado a la anterior. He estado ocupado en una tarea que ha hecho que 2009 se adentrara en esta primera semana de 2010 como por un túnel. No he podido, pues, empezar propiamente el año. Pero ya me liberé. En los huecos, en vez de ponerme con Melville, he estado leyendo Zut: el último número, el 10, que es el que ilustra este post, y también el 9, que se me quedó descolgado la primavera pasada. Están muy bien. La revista, como saben, la edita y dirige Carlos Font y la coordina Juan Bonilla. En el próximo Zut, el 11, saldrá mi "Autobiografía brasileñista".

Son apetitosos ambos índices: el del núm. 9 y el del núm. 10. De algún modo, como han sido mi primera lectura de este extraño comienzo de año (que he empezado, literalmente, por la Z), los he leído (sobre todo el de Zadie Smith y el de Ignacio Gómez de Liaño; "Esa sensación de artificio" y "El hombre en la encrucijada") como augurios, como indicaciones, como pistas para ver si salgo de este atolladero. La verdad es que estoy ya en una situación coñaza extrema. No sé qué va a pasar conmigo. Me queda, al menos, la curiosidad: la curiosidad por ver en qué acaba todo este despropósito. De la vida, al fin y al cabo, uno se lleva su medida. Del mismo modo que el niño, en su primera noche de insomnio, le toma la medida a la noche, la sucesión de los años va dándonos la experiencia de la vida: del molde de la vida. Eso que no pasaba en la primera juventud, por ejemplo, de decir "veinte años", o "treinta años", y saber lo que son. Sentir ese cuerpo. Los que mueren jóvenes se han ido sin ese conocimiento fundamental. Hay que llegar a viejos: hay que esperar a que la vida, como Gilda, se quite entero el guante.

6.1.10

5.1.10

Los treinta libros de mi década

Por un motivo o por otro, estos son los treinta libros, no de la década, sino de mi década (los doy en orden más o menos cronológico, de autor o tema; por cierto, que me he propuesto no repetir autores, para que Thomas Bernhard no se comiera veinte puestos de la lista):

La evolución del deseo
David M. Buss (Alianza).
Historia de Roma
Indro Montanelli (DeBolsillo/Destino).
Cancionero
Francesco Petrarca (Alianza).
Ética
Baruch Spinoza (Alianza).
Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía
Rüdiger Safranski (Alianza/Tusquets).
Cuentos
Edgar Allan Poe (Alianza).
Antología bilingüe
Emily Dickinson (Alianza).
Por el camino de Swann
Marcel Proust (Alianza).
Duchamp. El amor y la muerte, incluso
Juan Antonio Ramírez (Siruela).
El libro de mi madre
Albert Cohen (Anagrama/Quinteto).
Málaga en llamas
Gamel Woolsey (Temas de Hoy).
Memorias de España 1937
Elena Garro (Siglo XXI).
Enemigos de la promesa
Cyril Connolly (Versal).
El estudio adecuado de la humanidad
Isaiah Berlin (Turner).
O óbvio ululante
Nelson Rodrigues (Agir).
Franny y Zooey
J. D. Salinger (Alianza).
A hora da estrela
Clarice Lispector (Rocco).
La última noche
James Salter (Salamandra).
Jaime Gil de Biedma
Miguel Dalmau (Circe).
Bossa Nova. La historia y las historias
Ruy Castro (Turner).
Corrección
Thomas Bernhard (Alianza).
El pez en el agua
Mario Vargas Llosa (Seix Barral/Alfaguara).
Esplendor y nada
Félix de Azúa (Leqtor).
Mira por dónde
Fernando Savater (Taurus).
Tu rostro mañana
Javier Marías (Alfaguara).
Diarios 2004
Arcadi Espada (Espasa).
Vivir del presupuesto
Félix Bayón (Fundación Lara).
UnaMujerSola
Isabel Blare (Caballo de Troya).
Construcción
Vicente Luis Mora (Pre-Textos).
Afterpop
Eloy Fernández Porta (Berenice).

4.1.10

Defensa del propósito

A estas alturas, no formulamos nuestros propósitos sin acompañarlos de una gracieta autoirónica. Los hemos visto naufragar cada año y no nos fiamos de nosotros mismos. Pero lo cierto es que el propósito es útil. Lo llevemos o no a cabo, funciona al menos como detector de carencias. En el listado anual figuran siempre los de hacer dieta, practicar deporte y aprender inglés. Nos reímos, pero la verdad es que comemos demasiado, estamos hechos una piltrafa y nuestro inglés es una birria.

En año nuevo, junto con los propósitos, se formulan las predicciones. Ambos muestran el eje de nuestra relación con el tiempo, con el mundo (hecho de masa y tiempo). Con la predicción tratamos de atisbar la ola que se nos viene encima. Con el propósito, nos ponemos una tabla de surf para intentar sortearla. En el fondo se trata de la división de Maquiavelo entre la virtud (el desempeño propio) y la fortuna (que es ajena). El fracaso de la voluntad es el pasmo ante la ola. Los años van acumulándose hasta constituir un tsunami que nos traga del todo.

Otra metáfora es la del boxeador grogui. Cada 31 de diciembre es un puñetazo en la mandíbula. El 1 de enero adviene un atisbo de conciencia: “debería hacer algo”. Ejecutamos algún amago para salir de la situación; pero entonces nos llega un puñetazo en la otra mandíbula: es, de nuevo, el 31 de diciembre. Del boxeo está sacada precisamente la expresión “tirar la toalla”. El DRAE da dos definiciones, que son la misma. La directa: “Dicho del cuidador de un púgil: Lanzarla a la vista del árbitro del combate para, dada la inferioridad de su pupilo, dar por terminada la pelea”. Y la metafórica: “Darse por vencido, desistir de un empeño”. La formulación del propósito, aunque nos exponga a las carcajadas (sobre todo a las amargas y sarcásticas de nosotros mismos), tiene también ese significado, para que lo sepan los demás y para hacérnoslo saber a nosotros mismos: no, aún no tiramos la toalla.

El problema está en salvar esa brecha entre el propósito y la acción. Entre las confesiones de propósitos con los amigos, que es uno de los hobbies de estas jornadas, me he quedado pensando en el de Hervás: “ser verdaderamente egoísta”. Quizá sea ésa la almendra de todo propósito: ser egoísta y serlo verdaderamente; es decir, actuar según lo que de verdad nos conviene. Me he acordado de lo que decía Fernando Savater en su Ética como amor propio:
Podría definirse el ideal del amor propio como el trato que el yo quiere para sí mismo. [...] Como todo ideal, es algo que reclamamos y algo que nos reclama, no simplemente algo que asumimos tal como se nos da. En cuanto que es algo que reclamamos, nunca puede ser identificado con nuestro yo actual, tal como sucede en la perversión maníaca; en cuanto que nos reclama, debe concedernos la posibilidad de avanzar hacia él y no la simple aniquilación de lo que ya somos, como sucede en el padecimiento melancólico. El ideal del amor propio es el trato que yo quiero para mí mismo, como se ha dicho, no el culto que yo me rindo a mí mismo ni la inmolación a la omnipotencia de lo real que me ha derrocado de mi trono infantil.
Ahí me parece que está la clave: en acercar la voluntad a la realidad, y alejarla del delirio maníaco-depresivo. La pregunta, claro, es cómo. Para cumplir el propósito no se requiere sólo decisión: también inteligencia; inteligencia práctica.

[Publicado en Frontera D]

2.1.10

Felicidad sin día siguiente



La primera mañana de enero, que es siempre una mañana corta, la dediqué a organizarme; y a reponerme: no de la Nochevieja sino del 2009, que ha sido un año plúmbeo. El 2010 no se adivina mejor; aunque lo haré mejor. Me puse música: Places and spaces de Donald Byrd, y Noites do Norte de Caetano Veloso. Éste lo tomé porque quería releer el párrafo de Joaquim Nabuco que da título al disco. Joaquim Nabuco fue un ferviente abolicionista, pero en estas líneas trata de comprender (a lo Arendt —avant la lettre—, más allá de la valoración y el enjuiciamiento) el efecto de la esclavitud sobre Brasil:
La esclavitud permanecerá por mucho tiempo como la característica nacional de Brasil. Ella esparció por nuestras vastas soledades una gran suavidad; su contacto fue la primera forma que recibió la naturaleza virgen del país, y fue la que éste guardó; ella lo pobló como si fuese una religión natural y viva, con sus mitos, sus leyendas, sus encantamientos; le insufló su alma infantil, sus tristezas sin pesar, sus lágrimas sin amargura, su silencio sin concentración, sus alegrías sin motivo, su felicidad sin día siguiente... Ella es el suspiro indefinible que exhalan bajo la luna nuestras noches del norte.
"Felicidad sin día siguiente", escribo al siguiente día.

1.1.10

Declaración de principios

Mi lectura inicial del año es una declaración de principios: Moby Dick. Lo último que hice ayer, antes de volver a casa para la cena y las uvas, fue comprarme un ejemplar. Tomé el original inglés y comparé el primer párrafo de las diversas traducciones. Había una que se atrevía a cambiar el "Llamadme Ismael" por un "Pueden ustedes llamarme Ismael". Descartada; y no le di un patadón para que no me regañase la guapita de la Fnac con su chalequito (aunque quizá es lo que debí haber hecho). Las demás traducciones no estaban del todo mal, ni del todo bien. Al final me compré la de volumen más manejable (menos aballenado). Lo que me asombró fue ese primer párrafo. Confieso, una vez más, mi ceporrismo. La verdad, no sé qué hice todos los años en que decía que leía: no me enteraba de nada. Con Moby Dick me recuerdo a los veinte, en mi camastro del colegio mayor, en Madrid. Entonces me quedé con el estupor de lo blanco. Aquello sí me marcó. Pero este comienzo, maravilloso, vacilón, que en teoría tendría que haberme hecho dar botes de entusiasmo, no me provocó nada especial. Por lo menos, yo no lo recuerdo. Muchos de ustedes sí que lo habrán celebrado como es debido, pero no me resisto a copiarlo (retoco un poquito la traducción):
Llamadme Ismael. Años atrás, no importa cuántos exactamente, encontrándome con poco o ningún dinero en el bolsillo, y sin nada especial que me interesara en tierra, pensé en hacerme a la mar por una temporada, a ver la parte líquida del mundo. Es mi forma de hacer que desaparezca la melancolía y se regule la circulación. Cada vez que me sorprendo haciendo una mueca amarga con la boca; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me descubro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y sobre todo cuando la hipocondría me domina de tal forma que necesito de sólidos principios morales para no lanzarme a la calle a derribarle a manotazos, metódicamente, los sombreros a la gente... entonces, ya sé que ha llegado el momento de hacerme a la mar lo antes posible. Es mi sucedáneo de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo, pacíficamente, me embarco.
Eso hago yo: embarcarme en este 2010, a ver qué depara. Por lo pronto, como decía Borges de la mañana, "la ilusión de un principio".

(En Bartleby el escribiente, Melville explorará la otra opción: la de quedarse en tierra, experimentando hasta el final la antiaventura, la melancolía.)