31.12.10

Conformidad


Miguel Gómez Losada, Intervención en un charco (felicitacion 2011)

En vistas de que no iba a poder terminar Moby Dick para las campanadas, salvo que me hubiese encerrado en el cuarto, privándome de mis paseos rituales de estas fechas, me he relajado y leído (o releído) otras cosas: aparte de Crepúsculo de los ídolos, un librito de cartas de Duchamp (Cartas sobre el arte 1916-1956, Ed. Elba) y Bartleby, el escribiente. Mañana volveré a Moby Dick, de modo que han sido lecturas entre ballena y ballena, como si Nietzsche, Duchamp y Bartleby estuvieran en su vientre. Y también los personajes de Mad Men, cuya cuarta temporada terminé anoche. Con respecto al calendario, la ballena misma ha quedado como ballena-bisagra entre 2010 y 2011...

Hace poco he sabido que en los jeroglíficos egipcios los nombres propios aparecen dentro de una especie de estuche: un estuche que se asemeja a un sarcófago; o, nuevamente, al interior de una ballena. Así queda también empaquetado el año que se va. Ha sido uno de los más plomizos de mi vida; pero, no sé si contagiado por la manía numérica, estoy contento ahora. Llevo además unas semanas con un feliz sentimiento de conformidad: lo acepto todo, lo doy todo por bueno. Como decían nuestros antepasados: vale.

24.12.10

La sonrisa del sherpa

Un amigo alpinista me está hablando de su afición, que si la épica de los ochomiles y tal. Yo, por no hacer mudanza en mi costumbre, le pregunto que cómo se lo montan sexualmente en la alta montaña, "porque algo tiene que haber". Solo pretendía hacer una broma, pero resulta que sí: que hay tomate. Del campamento base para arriba, todo es una orgía vertical. El peligro pone el cuerpo a tope, instaurando la típica filosofía del instante que se da en las condiciones extremas. Allí te agarras a lo que sea, incluidos tus colegas de escalada. La falta de oxígeno, además, va intensificando los orgasmos. Es el efecto ahorcamiento de El imperio de los sentidos, o lo que perseguía David Carradine cuando tuvo su accidente sexual (a Kung Fu deberíamos considerarlo ahora un alpinista in péctore, que quiso montarse su Everest en Bangkok). A esta nueva luz, la ruta de los ochomiles es la ruta de los pillines: lo que van buscando es más gustito. Incluso las amputaciones adquieren un nuevo estatus: son piezas que se pierden en la carrera del placer. Y en las siguientes expediciones supongo que tendrán su juego: fistfuckings más rodados (suaves como un guante sin dedos). "Pero los que se ponen las botas son los sherpas", me sopla mi informante. Como no podía ser menos, son los reyes del mambo allí: los jineteros de ese trópico congelado. Se me vienen entonces sus caras, con esas perpetuas sonrisillas, y me digo que cómo no había caído antes. Es el landismo de las grandes cumbres. Las prendas de abrigo deben de ponerlos tan cachondos como a Alfredo Landa los bikinis. Por lo demás, no tendrán rival en su terreno: a esa altitud y con ese frío, ni un senegalés podría ofrecer mayores prestaciones. Conque el alpinismo, el esforzado alpinismo, no era más que una variante tortuosa del turismo sexual... Como se entere Houellebecq, se nos convierte en la versión francesa de Pérez de Tudela. Hasta a mí mismo me están entrando ganas de hacer mis pinitos. En este instante creo que nada me apetecería más que un sesenta y nueve en una de esas tiendas suspendidas, que en los precipicios cumplen la función de los viejos seats panda. Al fin entiendo ese deporte, y me parece que lo adoro. Incluso comprendo a los aludes, que no son más que el deseo de la propia montaña de sumarse a la bacanal.

21.12.10

Cuento de Navidad

Muchos se preguntan qué fue del Calvo de la Suerte. Yo lo sé. He podido reconstruir su historia. No hay mucho que contar, cabrá en tres párrafos. Eso sí: es triste. Aunque les anticipo que este cuento tiene un final feliz; al menos como yo lo veo. Al Calvo lo dejamos, lo recordarán, en el momento de su despido. Después de ocho años protagonizando la campaña de la lotería navideña, había logrado convertirse –pese a ser flaco– en la perfecta encarnación del Gordo. ¡Ah, aquellos anuncios! Él vestido de negro, sobre la nieve blanca. A su paso el mundo iba recobrando el color. Soplaba burbujas, las burbujas de la suerte. Todos creíamos que iba a ser eterno. Y él también. Se entrampó. Contrajo deudas a cuenta de su ingreso anual. Cuando se lo suprimieron, el Calvo se hundió. Fue el hombre con más mala suerte de aquel año. Era octubre y le tocó la antilotería: a sus finanzas se las tragó un agujero negro; gordo, gordo...

En cuanto supieron la noticia, los acreedores se precipitaron a recuperar lo que pudieron. El Calvo se quedó en la calle. Durante semanas vagó por la ciudad, y a su paso todo lo que era en color se volvía gris: blanco y negro. Algunos transeúntes lo reconocían y le soplaban ficticias burbujas. Notaba que era querido, pero no le ayudaba nadie. Aquel final de otoño fue especialmente crudo. Y más crudo fue el primer día de invierno. Nevó sin clemencia. Por la noche su resistencia se quebró. Se dejó caer junto a un portal, bajo los copos. Tenía frío. Se hurgó en los bolsillos del abrigo y halló una caja de cerillas. Encendió la primera. De aquella débil luz y aquel calor pequeño hizo en su mente una chimenea generosa. De niño había sentido mucha pena por la cerillera del cuento. Se imaginaba encontrándola y rescatándola. La habría llevado junto a una chimenea así. Pero ni él la encontró, ni a él lo encontrarían. Las cerillas se agotaban y con ellas se agotaba su vida. Comprendió que le quedaba poco, pero que cada minuto contaba. El breve fogonazo, la débil luz y el calor pequeño...

Cuando prendió la penúltima, recordó algo. Metió su mano en el bolsillo del pecho y sacó un arrugado papel. Era un décimo de la lotería. Recordó que la tarde anterior un hombre se lo dio por la calle. Suerte, Calvo, le había dicho. Era un hombre gordo. El Calvo sonrió, con melancolía, con cansancio. ¿Y si...? Pero el sorteo tendría lugar muy lejos: al otro lado de la noche. Encendió la última cerilla. Con el décimo podría prolongar su fuego. Las probabilidades de que me toquen son ínfimas, musitó, dediqué mi vida a alentar sueños imposibles; pero sólo hay noche, y este fuego es real. Acercó el décimo a la llama... Y es en este instante cuando yo aparezco. Pasaba por delante, lo vi débil, vi que era el Calvo, vi que daba suerte y se lo arrebaté. Ni siquiera tuve que emprender carrera: el Calvo, al ir a levantarse, se desplomó. He podido reconstruir los hechos porque he tenido dinero, mucho dinero, para pagar detectives. Localizaron a transeúntes, y a una vecina del edificio de enfrente que toda la noche lo espió por la ventana (pensé, dijo, que era un simple mendigo). El resto era fácil de deducir, o de imaginarlo un poco. Aunque no lo parezca, este cuento es la historia de una salvación. Mi vida iba cuesta abajo, pero por suerte encontré al Calvo. Me acuerdo de él cada vez que aquí, en Río de Janeiro, alguien dice la palabra careca.

19.12.10

Un agujero especial

En el capítulo 5 de la cuarta temporada de Mad Men, la hija de Draper confiesa que ya sabe cómo se tienen los niños: "El papá hace pipí dentro de la mamá". Caliente, caliente, princesita. A su edad yo andaba más despistado. Pensaba que se tenían sólo porque papá y mamá dormían juntos. Se casaban, se acostaban cada noche y por la mera frecuentación la mujer se quedaba embarazada. Es curioso, pero quizá por ese enaltecimiento de las propiedades fecundadoras del tálamo –o del sueño à deux– me gustaban tanto las escenas de cama de los McMillan (que no eran de sexo sino de conversación; de carantoñas como mucho). Encontraba que en la expresión "cama de matrimonio" ya estaba contenido todo. Y, para mi mente infantil, no hacía falta más...

Luego el niño va entreviendo que los adultos hacen guarrerías. La idea que yo me formé era particularmente marrana: el hombre metía su apéndice de mear en el agujero de mear de la mujer. Era una guarrería pura, a la que no le adivinaba ningún beneficio. Una vez, regresando a casa desde el colegio, lo estuve hablando con mi compañero Maldonado. Me obsesionaba una idea: ¿y qué pasa si a la mujer le entran ganas de orinar? (Obsérvese que aquí el joven Montano coincide con la joven Draper: da por hecho que, si las ganas le vinieran al hombre, lo haría sin más; al fin y al cabo tenía dónde hacerlo.) Fue entonces cuando Maldonado me descubrió un mundo: "Anda ya, si las mujeres tienen un agujero especial para eso". Un agujero especial. De pronto aparecía ahí un detalle fisiológico que a mí no me constaba. La presencia de un hueco. Como si las mujeres hubieran llevado todo el rato un estuche escondido, sin que yo me hubiera dado cuenta.

El otro día pasé por la esquina de la revelación y la fotografié. Tiene su gracia –y su simbolismo–lo que allí hay ahora: una oficina de Mapfre (¡el respaldo!), semáforos, carril bici, el balcón de un piso que se alquila, un centro bucal "para niños y adultos"...




16.12.10

Cuerdas de acero

Vuelvo a escuchar, después de bastante tiempo, la canción "Cordas de aço", del disco Ney Matogrosso interpreta Cartola. La enlazo, doy su letra y la traduzco (en el orden en que la compuso Cartola, aunque Matogrosso altera las estrofas al principio):

Ah, estas cordas de aço
Ah, estas cuerdas de acero
esse minúsculo braço
este minúsculo brazo
do violão, que os dedos meus acariciam
de la guitarra, que mis dedos acarician
Ah, esse bojo perfeito
Ah, este hueco perfecto
que trago junto ao meu peito
que traigo junto a mi pecho
só você, violão, compreende
sólo tú, guitarra, comprendes
por quê perdi toda alegria
por qué perdí toda alegría

E, no entanto, meu pinho
Y, aun así, mi [madera de] pino
pode crer, eu adivinho
¿te lo puedes creer?, adivino
aquela mulher até hoje está nos esperando
que esa mujer todavía nos está esperando
Solte o seu som da madeira
Suelta tu sonido de la madera
Eu, você e a companheira
Yo, tú y la compañera
à madrugada iremos pra casa cantando.
de madrugada iremos a casa cantando.

15.12.10

Claudicación en el uso de preposiciones

Esta costumbre que tiene la muerte de llevárselos de dos en dos. Se forman curiosas parejas. El mismo día murieron, hace años, Ava Gardner y Dámaso Alonso: el animal más bello del mundo y el más feo. Ahora les ha tocado a Enrique Morente y Valentín García Yebra: dos civilizadores. El nombre del segundo iba en aquellos libros bilingües de latín, con los que nos metíamos en las aguas de la lengua muerta con flotador. Cicerón, Julio César, Virgilio... Me quejaba tanto de la asignatura, y ahora es casi la que más recuerdo. La nostalgia del latín. De aquellas panzadas para los exámenes salíamos con una impregnación que nos acompañaba inadvertidamente en las cervezas: polvo latino en las alas estudiantiles. Anteanoche supe por Al59 que García Yebra es también autor de un título bellísimo: Claudicación en el uso de preposiciones. No recuerdo ninguno comparable, aparte de Anatomía de la melancolía o La educación sentimental. Es una batalla épica ese título, derrotada. Como de un Bogart filológico, o un combatiente de las Termópilas que aún tuviera tiempo de comprender (y anotar) que los persas han pasado.

14.12.10

Omega

De Morente me enteré por Hervás. No he sido sensible a su arte porque no soy sensible al flamenco (salvo alguna ráfaga jonda que me pille en el momento adecuado), pero por Hervás supe de su grandeza. He oído mucho a mi amigo hablar de su admiración por Morente, sobre todo por el disco Omega, y llegué a acompañarlo en 2003 a un concierto que Morente dio en el Conde-Duque, escenario de mis emociones brasileñistas. Este verano Hervás fue a entrevistarlo a Granada, desde Córdoba. Pasó el día en su casa del Albaicín. Comió con su familia. Por la tarde Morente tenía que ir al estudio, creo que a grabar algo, e invitó a Hervás a que fuese con él. Pero Hervás, por esas reacciones tontas que tenemos a veces, le contestó que debía regresar a Córdoba. Desde el autobús me llamó, arrepentido. Le dije que había hecho bien, que así no se hacía pesado, y que ya habría otra ocasión. Pero no, no ha habido otra ocasión. Queda el consuelo de la sombra: esa riqueza de lo que pudo ser; que, en realidad, no es ningún consuelo. Es simplemente hermoso.

La entrevista apareció en el número de Boronía dedicado al flamenco, que puede leerse aquí (págs. 12-19). A Morente le encantó y llamó a Hervás para decírselo. Sí, era un grande.

13.12.10

El circo romano

Yo estoy a favor del doping, naturalmente. O sea, que me parece muy bien que los políticos, jueces y periodistas que se echan encima de los atletas estén hasta las cejas de cocaína (como suelen estarlo, en una proporción relevante). Esa es la realidad: los antidoping no pasarían un control antidoping. Y son malos para la salud: ahí tenemos las depresiones de los deportistas cazados, ahí tenemos la muerte de Pantani. La sociedad del espectáculo manifiesta aquí una de sus grietas: se machaca al deportista que se la ha jugado para satisfacer las expectativas espectaculares. O no: porque triunfa el Espectáculo a secas, que es el dios al que se le sacrifica. De este modo los medios duplican sus contenidos: primero la exaltación, después el sacrificio; babosa la primera, moralista el segundo. Es puro circo romano: una estructura que pide carne.

Pero yo personalmente, como espectador, aborrezco el segundo acto. Me quedo sólo con el primero: la competición, la gloria. En julio me dedico a ver el Tour y después apago los televisores. Quiero asistir a la pedalada exenta. Para mí sólo el día, sin noche; sólo el sol. Como para las rosas de Ricardo Reis:
Las rosas amo del jardín de Adonis,
esas volucres amo, Lidia, rosas,
.....que en el día en que nacen
.....en ese día mueren.
La luz para ellas es eterna, porque
nacen nacido ya el sol, y acaban
.....antes que Apolo deje
.....su curso visible.
Hagamos así nuestra vida un día,
inscientes, Lidia, voluntariamente
.....que hay noche antes y después
.....de lo poco que duramos.
Así es todo lo alegre, aunque se prolongue: flor de un día.

11.12.10

Yellow flag



Ese cuadro, que se ve tan pequeñito, es enorme: 182,9 x 487,7 cm. Se titula "Yellow flag", su autor es Alex Katz y estuvo expuesto en Málaga, en el CAC (flag, katz, cac), de marzo a junio de 2005. Aparecía enfrente en cuanto uno entraba en la sala. La primera vez que lo vi me impactó. Volví bastantes veces. Me gustó mucho la exposición entera. Olía a pintura, olía a nuevo. Yo acababa de regresar de Madrid. En ese cuadro están las sensaciones de aquella época, que iba a describir ahora pero que he decidido silenciar. Ha pasado demasiado tiempo; no ha pasado nada.

10.12.10

El año de la ballena

Año catastrófico. Por ver si lo enderezo en sus postrimerías, he retomado la lectura inicial: Moby Dick. Debí de abandonarla el mismo 1 de enero, como tantas otras a lo largo del año. Como tantas cosas. Llevo una larguísima temporada con poca inspiración para leer. Coherentemente, cuando no estoy para la lectura tampoco estoy para la escritura: la página es refractaria en las dos direcciones. Y yo soy refractario a la página. Mi herida: sé que la escritura es lo único que me queda y sé que la escritura es poco. Ojalá pudiera envolverme como una momia (momia de marfil), pero no me sale. La ballena como metáfora del año. Se me ha escapado. A la vez, quizá, estoy en su vientre. Cazarla sería nacer.

Decido también volver a Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, que sí he leído muchas veces, para compaginarlo con Melville. Escribe en el prólogo: "incluso en la herida continúa habiendo una fuerza curativa". (Blanco, el blanco. Borrón y vita nuova.)

7.12.10

Nostalgia por la nostalgia

La nostalgia que habría que tener no es la nostalgia por el libro, sino la nostalgia por la nostalgia por el libro. El libro subsistirá, llevará una vida paralela –aunque menor– a la del libro electrónico; la nostalgia por el libro, en cambio, desaparecerá con nuestra generación. Yo soy un descastado, también en esto. No siento nostalgia. Leeré donde más cómodo me resulte. Iré a remolque de los tecnólogos.

Yo he detestado los libros: esos ejércitos que se personan en las mudanzas. El horror de las cajas de libros. Y la invasión de las paredes, las estanterías, los armarios. El viscoso papel. Las pulgas de la tinta. El corte de la hoja en la nariz. Toda esa épica aparatosa de los mamotretos. Acumulando polvo. Propiciando estornudos. Enrojeciendo ojos. Las manos infestadas de celulosa, pálidas. Todo este error que es nuestra vida, y que no se prolongará.

5.12.10

Abbati y los bernhardianos tristes

Tiene algo de bernhardiana la novela de Hugo Abbati, Correspondencias, editada en E.D.A. Libros; pero lo tiene de un modo tan sutil, que yo no insistiría en esa influencia. Abbati posee voz propia y hay que leer su novela por sí misma. Me había propuesto escribir un reseña para recomendarla; pero como el editor, Paco Torres, es mi amigo, se me colaba demasiado el espíritu de la promoción. Así que he preferido dejar la promoción sin más: ¡léanla, mis queridos lectores! ¡La recomiendo, la recomiendo! Para saber de la novela pueden asomarse a la noticia que dio el editor, los interesantes comentarios de esta otra entrada, y la crítica de José Luis Amores en Revista de Letras.

* * *
Pero ah! En este último enlace no puedo dejar pasar un detallín, no sobre Abbati sino sobre Bernhard, porque me parece sintomático. Sintomático de un cierto género de bernhardianos que, aunque comen del mismo pan que yo, parece que lo hacen con una pomposidad que repudio. Los considero bernhardianos tristes. Así Amores cuando se refiere con superioridad a "una lectora que se autoadjetiva a sí misma como empedernida sobre Tala: 'lo mejor era lo del sillón de orejas…, una y otra vez'". Excusando su sintaxis, habría que decirle a Amores que sí, que esa lectora tiene razón: lo mejor de Tala es lo del sillón de orejas, una y otra vez; y lo de los Auersberger, una y otra vez; y todo lo que se repite una y otra vez. El bernhardiano que no se troncha de risa con las gansadas de Bernhard es un bernhardiano espurio. Tiene una imagen de Bernhard demasiado grave, demasiado cultural. Uno lee a Bernhard y se eleva con su ligereza; en cambio, lee a estos bernhardianos engrúdicos y se hunde. El que no percibe que Bernhard es ante todo un humorista, no percibe nada. Sólo materia (más materia) para su estolidez.