31.8.11

La radio horrísona

Qué suplicio este fin de semana. El sábado, en la playa, a la hora de la Vuelta, busqué en la radio la retransmisión de la Vuelta, pero no había Vuelta: en todas las emisoras (¡en todas!), locutores chamuscados porque no les dejaban entrar en los campos de fútbol. Ahora les piden que paguen por la narración de los partidos, y ponían toda su artillería verbal en criticar la exigencia. Tenían razón, naturalmente: los equipos solo aportan sus mastuerzos con la pelotita; a partir de ahí, es el rapsoda radiofónico el que hace la épica, el que lo hace todo. Elabora un estadio paralelo que se sostiene solo en sus palabras, y es en ese estadio –y solo en ese– en el que pasan cosas. Pero a mí el fútbol me importa un pimiento: yo buscaba la Vuelta y no había Vuelta. Al final la dejaron asomar apenas en el sprint.

La melancolía por el eclipse del ciclismo daría para otro artículo –para otra andanada–, pero hoy sigo bajo los efectos de mi exposición radiofónica. El recorrido por el dial me hacía caer, a cada tramo, en boquetes gritones. El más espeluznante fue el de la Ser, con la tralla que le han puesto a Carrusel deportivo, en un intento explícitamente desesperado por reflotarlo. Había un tal Ponseti (¡Ponseti!) con un optimismo a prueba de bombas; pero él mismo era una bomba. Al tercer berrido, ya anhelaba yo extirparme los tímpanos, para impedir toda posibilidad futura de Ponsetis. Es la escuela de Pepe Domingo Castaño –“¡anima Pepe Domingo Castaño!” es un grito que siempre me ha dejado el ánimo hecho trizas–, que se pasó a la Cope con los demás excarruseles. Se ve que la temporada pasada el duelo se saldó con el fracaso de los otros, que ahora intentan triunfar metiendo más ruido. Probablemente lo consigan.

Digámoslo sin tapujos: el fútbol es lo peor. Es la cloaca de la sociedad, y lo que lo rodea es lo peor de cada sector de la sociedad: sus dirigentes son los peores facinerosos –por usar la expresión favorita del mayor facineroso que hubo–, sus deportistas y entrenadores son los más horteras y descerebrados, su público es el más zafio, y los periodistas que lo cubren son los únicos que están por debajo de los del corazón. Cuando llega el fútbol, se termina todo. Y en la radio es donde mejor se aprecia. Una cadena más o menos elegante como la Ser, pierde los estribos en cuanto aparece el fútbol. Esta temporada además, con la diseminación de los encuentros, la devastación se ha diseminado también: por morbo, seguí ya sintonizando y hubo fútbol el domingo por la mañana, el domingo por la tarde-noche –“¡Ponseti, hoy nos toca estar hasta las doce, Ponseti!”, gritaba su colega a las tres– e incluso el lunes. Ponías la radio a cualquier hora, y solo había jaleo.

Ciertos intelectuales –curiosamente, todos de izquierda y castristas: Vázquez Montalbán, Benedetti, Galeano...– lograron prestigiar el fútbol. Supongo que, como no había pan en los regímenes que propugnaban, querían dejar al menos el circo. Ya va siendo hora de iniciar una reacción elitista. Hay que recuperar, como alguna vez ha propuesto Savater, el insulto que profiere Shakespeare en El rey Lear (acto I, escena 4): “¡Vil futbolista!”; extendiéndola, por supuesto, a los locutores futbolísticos. Hay que reconstruir Europa (¡el mundo entero!) a partir de ese insulto.

[Publicado en Jot Down]

30.8.11

Un viejo calor

A veces se vuelve a un libro para recuperar un calor, una temperatura. De Los ensayos de Montaigne llevaba ya cien páginas, iba por el XIX, "Que filosofar es aprender a morir", que es el primero grandioso: los anteriores están muy bien, pero aquí Montaigne da un salto, crece. Es un ensayo fluctuante, contradictorio, que refleja a la perfección las oscilaciones del pensamiento; y lleno de ideas, de metáforas, de citas enriquecedoras. Pero, una vez más, voy a dejarlo aquí. Retomaré el libro más adelante, empezando por releer este ensayo. Ahora he sentido la urgencia de regresar a otro: los diarios de Ernst Jünger (solo los tomos 1 y 2 de Radiaciones, los correspondientes a la Segunda Guerra Mundial). Por cuestiones de trabajo tuve que buscar este pasaje, último párrafo del 6 de abril de 1941:
Hoy domingo lluvia ininterrumpida. Por dos veces he ido a la iglesia de la Madeleine, cuyos escalones estaban salpicados de hojas de boj; a mediodía y por la noche en el restaurante Prunier. La ciudad es como un jardín conocido de antiguo, que ahora está abandonado, pero en el que uno reconoce, sin embargo, los caminos y los senderos. Es notable el estado de conservación, helenístico, por así decirlo; seguramente intervienen en eso artes especiales de la superintendencia. Chocantes las placas blancas de señalización con que el ejército ha cubierto la ciudad – incisiones en un conjunto orgánico antiguo.
Entonces recordé que el primer tomo de Radiaciones lo leí hace justo veinte años, en el verano de 1991. Y he necesitado volver. Jünger ejerció un efecto físico en mí: un efecto de calor. Por eso siempre me sorprendo cuando se le acusa de frialdad; lo máximo que puedo admitir es que se trate de un hielo que quema. Aquel invierno fue entrando y yo seguía teniendo dentro la brasa: una estufa alimentada directamente con el calor de mi lectura estival.

* * *
Del prólogo de Sánchez Pascual y del Prólogo de Jünger (tantas veces releído este último) decido repasar solo mis subrayados, para entrar cuanto antes en materia diarística. Copio del primero:
Pero lo decisivo de este primer diario es la visión de la guerra desde una perspectiva nueva, la del sufrimiento. Ahora el soldado no es ya para Jünger, como lo era en Tempestades de acero, el hombre de acción, el lansquenete lanzado a dar muerte al adversario. Ahora el soldado no es el hombre que mata y que triunfa –o que sucumbe gloriosamente–, sino que es el individuo sometido a la disciplina, amenazado por la muerte, expuesto al dolor. Y el uniforme militar no es ya una distinción propia de señores, sino que encarna una obligación ética, es un manto con el que cubrir y proteger a los débiles y amenazados. Jardines y carreteras, uno de los libros más leídos por las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial en las bibliotecas de campaña, enseñó a millares de soldados que también en aquellos años y en aquellas circunstancias era posible cuando menos la caballerosidad.
Y del Prólogo de Jünger:
Radiaciones – el autor capta luz, que luego se refleja en el lector. En este sentido lo que el autor realiza es un trabajo preliminar. Lo primero que ha de hacerse es armonizar la muchedumbre de las imágenes y luego valorarlas – es decir: dotarles, conforme a una clave secreta, de la luz que corresponde a su rango. Aquí luz significa sonido, significa vida que está oculta en las palabras. Esto sería entonces un curso de metafísica realizado entre parábolas: la ordenación de las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible.
Eso es: "un curso de metafísica realizado entre parábolas".

28.8.11

Septiembre en agosto

Este verano solo he ido dos veces a la playa: el 18 de julio (sé la fecha por las fotos) y ayer. He estado desganado, he estado con mucho trabajo; los entretenimientos me los he buscado en el gabinete. He salido casi todas las tardes, pero poco por los paseos marítimos; me he acostumbrado a los barrios desangelados, a las explanadas de edificios que no se llegaron a construir. Lo más parecido a vida social la he hecho en internet. (Se dice que la pantalla es fría y la vida caliente, pero es justo al contrario: la vida es fría, la pantalla caliente.) El caso es que la ciudad va a quedarse más vacía este septiembre y quizá me he anticipado a su vaciamiento. No es todo tristeza: encuentro un cierto morbo en el paisaje apocalíptico. He seguido con los crímenes de Poirot y los ensayos de Montaigne ("Que filosofar es aprender a morir"). Esta mañana, en el espejo, me he encontrado con que he cogido color. Extraño disfraz para el otoño.

27.8.11

Los afrancesados

Ahora que las autoridades se disponen a conmemorar, con fanfarrias, el bicentenario de la Constitución de 1812, no está mal abrir los oídos a las críticas. Yo, como todos, vengo desde siempre con una simpatía espontánea por la Pepa. Pero la cosa, al parecer, no fue tan diáfana. "Los señoritos de Cádiz", es una expresión que he oído ya varias veces. Y quizá ahí nazca la identificación de nuestros políticos, que son los señoritos actuales; sobre todo en Andalucía.

Espontáneamente también he despreciado a José I Bonaparte, Pepe Botella para los amigos. Se va viendo que estas espontaneidades mías, que son como digo las de todos, parecen mandadas en determinada dirección: hay que desconfiar de las espontaneidades. He escuchado una documentada conferencia sobre "José I y los afrancesados", impartida por Manuel Moreno Alonso, que lo pone todo al revés con credibilidad. José I fue nuestro primer rey constitucional, un "rey republicano"; y los afrancesados, quizá, lo mejor que hemos tenido. La saña contra ellos, ejercida desde este corral que es España, es prueba suficiente. Hay una imagen que lo resume todo: en las partidas de guerrilleros, esos patriotas antifranceses, algunos llevaban a caballo la guitarra, claveteada con estampitas de santos.

25.8.11

De eso se trata

Leo que Tomás Segovia ha traducido la famosa frase de Hamlet así: "Ser o no ser: de eso se trata". ¡Funciona! Todavía recuerdo la gamberrada de Molina Foix, en cuya versión puso: "Ser o no ser, ésa es la opción". Sexual, se entiende ("entender o no entender"), por más que se adornara. A mí me hizo gracia; fue algo así como el estertor de la Movida: Shakespeare convertido en chascarrillo de Chueca.

Por otra parte al español, cuyas agonías siempre han sido falsas, le suena a chino (o a danés) el dilema. Aquí el verdadero problema metafísico ha sido "estar o no estar". Esa es la cuestión.

22.8.11

Montaigne y Poirot

Ya va la lectura de Montaigne: ya se me ha metido el sonsonete de su voz y voy a buscarlo (a buscarla) cada vez que tengo un rato. Además, he encontrado la postura. Voy, pues, ciclísticamente disfrutando de la montaña...

Por otra parte, estoy frecuentando un entretenimiento más este verano: los capítulos de la serie televisiva sobre el Poirot de Agatha Christie, interpretado por David Suchet. Magnífica interpretación: Suchet es ya a Poirot lo que a Holmes Brett. Qué maravillosamente lejos está del relamido Peter Ustinov, ese actor pringoso a causa del cual siento un desprecio irrecuperable por los cocodrilos egipcios, puesto que no se lo comieron en Muerte en el Nilo. Albert Finney, el de Asesinato en el Orient Express, no estaba mal, era una cosa intermedia: pero la perfección poirotiana llegó con Suchet. Encuentro ahora que Finney se pasaba de sobrio: le restaba a Poirot ese toquecito ridículo que ha de tener. Suchet se lo da; sobre la gravedad, obviamente, de quien se maneja en el crimen. Suchet posee además una virtud interpretativa que no puede enseñarla Stanislavski: la cabeza de huevo. Es prodigiosa la cabeza de huevo de Suchet. Recuerdo lo que decían nuestros padres para valorar a un gran actor: "¡Qué bien trabaja!". Pues yo digo: ¡qué bien trabaja la cabeza de huevo de Suchet! Los lectores de Agatha Christie hemos soñado siempre con esa cabeza de huevo, y es una gloria verla materializada.

La serie, más allá de Suchet, está muy bien: bien rodada, bien contada. Con intriga y delicia. Poirot es el extranjero, como no se privan de resaltar los personajes firmemente ingleses. Y el extranjero es el filósofo: el que, por debajo de las volutas de las circunstancias, atiende a la lógica; a la razón común de Heráclito. Aunque Poirot, más que filósofo, se declara psicólogo, como Nietzsche: sus "células grises" trabajan en el conocimiento del ser humano. La premisa es que cualquiera puede ser el asesino y solo la mente del detective descarta todas las posibilidades menos una.

De los capítulos que llevo vistos, yo destacaría Cinco cerditos y El misterio de la guía de ferrocarriles; después, La muerte visita al dentista. Digna sin más es Sangre en la piscina, que releí el año pasado. Pero aún me quedan muchos capítulos por ver, y muchos ensayos de Montaigne: los primeros sentado, los segundos en la cama; ambos con el ventilador cerca. Hasta que llegue el frío.

21.8.11

La sordidez del franquismo

Nuestros cinéfilos han dicho siempre que se refugiaban en el cine para huir de la sordidez del franquismo. Ahora resulta que Franco hacía igual: también él se refugiaba de la sordidez del franquismo. Aunque lo hacía en el propio palacio del Pardo, donde le pasaban las películas. Era una especie de tertuliano de Garci sin tertulia. Y, de algún modo, el precursor de nuestros chavales piratas: autárquico en su leonera, viendo películas que no ha pagado. Pero las productoras no le regañaban, sino que tenían atenciones con él. Hay una nota de parte del nunca suficientemente congelado: "Facilitada por deseo expreso de Walt Disney para ser proyectada a SS EE". Aunque en aquella ocasión no era Bambi, con lo que el franquismo hubiera enlazado con el zapaterismo, sino La Cenicienta. En cuanto a nuestros cinéfilos: la sordidez era mayor aún de la que sospechaban, porque al cabo hacían lo mismo que el mismísimo.

19.8.11

Montaigne again

El entretenido lector ya sabe que mi principal afición de estos últimos años es tomar y abandonar Los ensayos de Montaigne. Los empiezo y me gustan, pero no tardo en desistir: unas veces por falta de inspiración lectora y otras por cansancio halterofílico. Esto fue lo que me ocurrió en el último intento: sencillamente, no pude con el tocho de Vallcorba. Lo que pudo conmigo fue el contraste, que me exasperaba, entre el indolente lecho y el esfuerzo necesario para sostener el volumen; y la imposibilidad de sacarlo a pasear hacia el banquito de amena sombra o fresca brisa. Me empeño ahora de nuevo, sin embargo. En esta ocasión se puede decir que he hecho pretemporada: con La montaña mágica y después con Doktor Faustus, que terminé anteayer. Me resigno a que el hedonismo de leer a Montaigne vaya punzado por la pesadez. Me lo tomaré como un tributo: el que hay que pagar por la felicidad, por la dignidad.

18.8.11

Jeanne Duval y el Papa

La última vez que el Papa fue a Madrid yo vivía en Madrid. Evité sus hordas, obviamente. Esa invasión histérica de felicidad: una especie de tuna-boy scout compuesta por quinientos mil cantautores, todos con la cara de Milikito. Era en mayo de 2003 y pinché en la tele por ver, más que nada, el aspecto de mi querida plaza de Colón. Me regocijaba que a no más de cien metros se encontraba (no sé si se encuentra todavía) el mayor burdel de Madrid: el Hot Girls, en el local de la antigua discoteca Bocaccio. Por la época había salido una columna (bastante papal, por cierto) de Manuel Vicent lamentando la deriva de aquel sitio mítico de la noche progresista madrileña: cómo ahora iban a follar allí los ejecutivos, donde antes había reinado la intelectualidad. Como si la intelectualidad no hubiera ido allí exactamente a lo mismo; como si lo que ellos daban a cambio de follar (disfrazado de teorías e ingeniosidades) no fuera también dinero.

El caso es que mi regocijo pudo ser completado, porque unos días después, todavía con los restos del escenario en la plaza, acompañé a un amigo al Hot Girls. Y digo acompañé porque yo (también bastante papalmente) no quise recurrir a los servicios de ninguna cortesana. Era mi amigo el que iba a lo que iba. Nos tomamos una copa, luego mi amigo entró con una chica y yo me quedé esperándolo, entretenido con el paisaje. De algún modo me pareció más limpio aquel trasiego de ejecutivos y putas que imaginarme a Vicent o a Umbral babeando ante una poetisa engatusada con la Visa Oro de ellos, que en aquel tiempo era el carnet de El País. Pero yo (¡ay!) pertenezco a ese deleznable sector intelectual. Por eso, cuando se me acercaba alguna a proponerme “travesuras sanas”, yo le respondía con boutades, como si me encontrase en el mismísimo Bocaccio. Me dio por soltarles que si aquellos días habían recibido visitas de las autoridades eclesiásticas, ávidas de pecar un poco antes de confesarse; si habían ido por allí obispos, cardenales... e incluso Su Santidad. La reacción de las putas era indefectiblemente la misma: el escándalo. Me regañaban y me daban la espalda, sus culitos de lencería. Me acordé de la Jeanne Duval de Baudelaire, la cortesana negra que se escandalizaba cuando el poeta la llevaba a ver los desnudos del Louvre.

De vuelta ya con mi amigo por la noche madrileña pensé con ternura en las chicas del Hot Girls. Seguro que algunas (eso se me olvidó preguntarlo) habían salido a ver al Papa. Se mezclarían con los histéricos boy scouts, con las hordas de fervorosos Milikitos: todos gritando hacia el escenario sin saber que a su lado estaba la salvación.

[Publicado en Jot Down]

16.8.11

Conversa de botequim



Una de las obras maestras del gran Noel Rosa (1910-1937) es "Conversa de botequim" [Conversación de bar]. Siempre digo que Noel Rosa es el Billy Wilder de la música brasileña: una inteligencia afiladísima, que le exprime todo el zumo a las situaciones. Fue el cronista del Río de las décadas de 1920 y 1930, que sigue vivo, crepitante, en sus composiciones. Pero no son crónicas complacientes, sino mordaces: una crítica que roza el nihilismo, pero que se resuelve al fin con un toque de ternura y comprensión. Como Wilder, por dentro era un sentimental. Algo así como un Quevedo que en el fondo del fondo albergara a un Cervantes; o un Swift a un Dickens. La versión del vídeo de arriba es la de João Nogueira, del Songbook de Noel Rosa (1991): la que más me gusta. Abajo, la grabación original de Noel (1935). (En la última estrofa, bicheiro se refiere al que lleva el jogo do bicho [juego del bicho], una especie de lotería ilegal de Río de Janeiro.)

Conversa de botequim
(Noel Rosa / Vadico)

Seu garçom, faça o favor
Camarero, haz el favor
de me trazer depressa
de traerme deprisa
uma boa média que não seja requentada,
un mitad que no esté recalentado,
um pão bem quente com manteiga à beça,
un pan caliente con mucha mantequilla,
um guardanapo
una servilleta
e um copo d'água bem gelada.
y un vaso de agua bien fría.
Feche a porta da direita
Cierra la puerta de la derecha
com muito cuidado
con mucho cuidado
que eu não estou disposto
que no estoy dispuesto
a ficar exposto ao sol.
a quedarme expuesto al sol.
Vá perguntar ao seu freguês do lado
Ve a preguntarle al cliente de al lado
qual foi o resultado do futebol.
cuál fue el resultado del fútbol.

Se você ficar limpando a mesa,
Si vas a estar limpiando la mesa,
não me levanto nem pago a despesa.
no me levanto ni pago la cuenta.
Vá pedir ao seu patrão
Ve a pedirle a tu patrón
uma caneta, um tinteiro,
una pluma, un tintero,
um envelope e um cartão.
un sobre y una tarjeta.
Não se esqueça de me dar palitos
No te olvides de darme palillos
e um cigarro pra espantar mosquitos.
y un cigarro para espantar mosquitos.
Vá dizer ao charuteiro
Ve a decirle al estanquero
que me empreste umas revistas,
que me preste unas revistas,
um isqueiro e um cinzeiro.
un encendedor y un cenicero.

Telefone ao menos uma vez
Telefonea al menos una vez
para 34-4333
al 34-4333
e ordene ao seu Osório
y pídele a don Osorio
que me mande um guarda-chuva
que me mande un paraguas
aqui pro nosso escritório.
aquí para nuestro despacho.
Seu garçom me empreste algum dinheiro,
Camarero, préstame algo de dinero
que eu deixei o meu com o bicheiro.
que yo dejé el mío con el bichero.
Vá dizer ao seu gerente
Ve a decirle al gerente
que pendure esta despesa
que cuelgue mi cuenta
no cabide ali em frente.
en la percha de ahí enfrente.

13.8.11

Investigaciones filosóficas

Pasando a limpio mis anotaciones del pasado otoño me encuentro con este párrafo de Wittgenstein, que no sé de dónde copié:
Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de algún simple sinsentido y abolladuras que el entendimiento se ha buscado al embestir contra el límite del lenguaje. Ellas, las abolladuras, nos permiten reconocer el valor de dicho descubrimiento.
Meto en Google un par sin pérdida, Wittgenstein+abolladuras, y caigo en el blog Muss es sein?, que tiene enlazado el mío. Ahora dudo si no lo tomaría de ahí: la época coincide. (El párrafo es, por cierto, el 119 de Investigaciones filosóficas.)

Hace poco he leído Temperamentos filosóficos, de Peter Sloterdijk, que me ha decepcionado pese a que venía con recomendación. El hombre intenta hacer algo sintético y brillante, con chispa: pero fracasa. Sin embargo, tiene algunas líneas buenas, como estas que dedica precisamente a Wittgenstein:
Lo que los contemporáneos del filósofo percibían como su aura severa y laboriosa era la alta tensión de un ser humano que requería de la concentración continua en sus principios de ordenación para no perder la cordura. Como personalidad habitante de las regiones fronterizas del ser, este filósofo tenía que vérselas nada menos que con el bloque del mundo al completo, aunque sólo reflexionara sobre la utilización correcta de una palabra en una frase. Se sentía como si el mundo y todo su orden se pudiera extraviar por el hueco entre dos frases. [...] Sintió de un modo más agudizado que cualquier pensador antes que él las complicaciones de las conjunciones o de la concatenación de las frases, y ningún otro problema le conmovió más profundamente en su vida que la imposibilidad de pasar de la descripción de los hechos a oraciones éticas. Sus apuntes son el monumento de una vacilación hiperclara frente a la generación de mundo en el texto coherente.
* * *
No viene mal recordar lo de Wittgenstein y el rinoceronte.

11.8.11

Como la seda

Al fin llegó Irse a Madrid a Málaga, y su tortuoso viaje me ha recordado al que había que hacer para irse a Madrid a mediados de los ochenta: en aquel expreso Costa del Sol que se tiraba toda la noche para recorrer la mitad de la península. Siempre pasaba lo mismo: de madrugada ya no podías más, pero el tren llegaba a la siguiente estación y era Linares-Baeza. Todavía Linares-Baeza. La buena noticia para Manuel Jabois es que no es tan fácil salir de la provincia. Aquella primera vez los que nos escapábamos de Málaga éramos dos, mi compañero de Filosofía y de vocación literaria Cristóbal Ruiz y yo. Nos pasamos la noche hablando de Nietzsche, Baudelaire, Rimbaud, los dadaístas, William Beckford, Cioran: queríamos dar en Madrid con una buena nomenclatura iconoclasta. En el compartimento había un señor que nos miraba, y nosotros reforzábamos nuestras alusiones para epatarlo. Por la mañana, cuando el tren llegaba a Madrid y ya aguardábamos en el pasillo con las maletas, prestos para el abordaje, el señor se atrevió a preguntarnos: "¿A qué seminario vais? Porque sois seminaristas, ¿no?". El buen hombre supo ver lo que realmente éramos: clercs. No, no es tan fácil salir de la provincia...

Aunque Jabois, ciertamente, no necesita Madrid para nada. Para que le leamos no, desde luego: porque, además de este libro, está su blog, que es nuestra capital columnística. En cuanto a las vivencias: las que yo buscaba, que eran las de Martín Romaña, a mí no me pasaron en Madrid; pero a Jabois sí le han pasado en Pontevedra. Si hago balance, lo mejor fue cuando en la primera librería pedimos La vida exagerada de Martín Romaña, para que la leyera mi amigo, y el dependiente gritó: "¿Tenemos La vida exagerada, de Martín Romaña?". Aquella súbita corporeización del personaje creó un efecto precioso, que es el que tenemos desde el principio con Irse a Madrid, de Manuel Jabois.

El libro ha sido ya abundantemente comentado (*), por lo que no lo desmenuzaré. Sí quiero destacar lo que me parece más admirable: la calidad de la prosa. Su prodigio podría caracterizarse así: eufonía sin sonajero. Estamos acostumbrados a que se le llame "escribir bien" a los sobrecargados mazacotes que escriben, por tomar un ejemplo de cada lado ideológico, Montero Glez o Juan Manuel de Prada. Esas tiradas prosísticas atiborradas de alfajores. Mérito tienen, desde luego; pero es el esforzado mérito de la bollería pesada. Para mí el canon del "escribir bien" es el que marca una prosa como la de Jabois, que resulta eufónica sin que se note y posee las tres cualidades más corteses: la ligereza, la precisión y la fluidez. Es una prosa que va como la seda, tersa, sin una arruga. Despertando a su paso la sonrisa (y la carcajada), la melancolía, el destello lúcido, el quiebro o la emoción.

Leyendo Irse a Madrid de corrido (y casi corriéndome) he pensado que en él se cumple lo que le pedía Baudelaire a un libro de poemas en prosa: “¿Quién de nosotros, en sus días de ambición, no hubo de soñar el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, flexible y sacudida lo bastante para ceñirse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?”. El propio Baudelaire lo logró en su Spleen de París. El problema es que pronto pasó por "prosa poética" lo que no era más que una exacerbación del "escribir bien" que mencioné antes, con el resultado de que casi todos los libros de poemas en prosa posteriores han sido indigestos. Irse a Madrid sería un libro de poemas en prosa en el sentido original de Baudelaire: sus textos son poemas preservados por el hecho de que son artículos; son poemas en tanto que son artículos.

* * *
(*) Entre otros, por Arcadi Espada, Elvira Lindo, Txani Rodríguez (hacia el minuto 41), Conde-Duque o Guille Ortiz. (Este último dice la que quizá sea la frase más penetrante sobre Jabois: "Cuando escribe, no está pensando en más consecuencias que las estéticas". Estéticas en el sentido noble, por supuesto: que es el inmoralista.)

8.8.11

Polarización acertada

Me van las polarizaciones, siempre tomo partido con violencia, y en la de Arriaga-Iñárritu lo tomé por Arriaga. Primero, porque el guionista suele ser menos tonto que el director; segundo, por capricho (y porque Iñárritu se parece al Puma). Anoche comprobé que mi capricho estuvo acertado, pues me puse la de Arriaga tras el divorcio, Lejos de la tierra quemada, y me gustó. Iñárritu, por su lado, nos endilgó a Bardem haciendo sus carantoñas en Biutiful, que no vi ni pienso ver: con los tráilers ya tuve suficiente lucimiento actoral.

Qué contenidos, en cambio, los actores de Arriaga. Hay un pegote: Joaquim de Almeida. Pero la película es tan hiptonizante que lima la insoportabilidad del Banderas portugués. Si yo fuese el propietario de una escuela de cine, propondría a los alumnos, como examen final, que dirigieran una película con Almeida (¡o con Banderas!): si no les echo a los dóbermans (en mi escuela de cine habría dóbermans), es que se han merecido el titulito.

Pero me he puesto a chisporrotear, cuando la película lo que deja es el ánimo melancólico. Tiernamente melancólico. He buscado las críticas de cuando la estrenaron y he visto que a Boyero le gustó también. Como él mete el lirismo, me lo ahorro yo. Solo digo eso: que estupenda. Y que Charlize Theron está divina.

7.8.11

El perfume

Mi perfume preferido es Truth, que es un perfume filosófico, pero se me terminó el frasco y recurrí a otro que una mujer me regaló en su momento y que seguía por ahí: Aqva. No me ha gustado: demasiado dulzón. (Quizá aquella mujer me quería también demasiado dulzón.) Aqva es de Bvlgari y he decidido ser bvlgar: echármelo a porrillo para que se acabe pronto y así poder volver a la verdad. Me encuentro, pues, en fase esteticista: perfumándome a cada rato, como un dandy (varón, por supuesto). Tengo mucha tarea, pero en el escritorio, con los lápices y los papeles, está el matacucarachas de mis sudores. Hace buena pareja con el ventilador, que lo expande por el aposento. En días de terral, como el de hoy, en que he de cerrar las ventanas para que no se cuele el aliento africano, mi gabinete semeja la tumba de un faraón: espeso de sustancias, decadente y feliz.

2.8.11

Desagradabilísima sorpresa



Debió de haberme escamado la infantiloide denominación: El Palmeral de las Sorpresas. A nuestros políticos les encanta disfrazarse de Walt Disney –cosa que (todo hay que decirlo) adora el electorado. La cuestión es que lo inauguraron en marzo y no me decidí a asomarme hasta el otro día. La idea no parecía mala: habilitar en el puerto de Málaga un espacio de paseo y recreo. Más allá del manierismo de las palmeras (obligadas por el bobo nombre), el reto parecía sencillito. Pues bien: la han cagado desagradabilísimamente. Como ya escribí, en Málaga solo valen la luz, el mar y la brisa. Todo proyecto arquitectónico y urbanístico lo único que tiene que hacer es abrirse a la luz, al mar y a la brisa. No obstaculizarlos. Y el archiceporro arquitecto Junquera, autor del Palmeral, va y encorseta su juguete con un infame panel de vidrio de dos metros que asesina a la brisa. Llegué a última hora de la tarde y me encontré con el aire estancado: prototipo de la estolidez malagueña. A los tres pasos me di la vuelta y salí al muelle, que es por donde se ha paseado en Málaga toda la vida.