25.2.12

Las leyes

Hace poco, por razones que no vienen al caso, he tenido que estudiarme algunas leyes. La sorpresa es que me ha gustado hacerlo, al contrario de lo que me sucedió hace muchos años, en que tuve que estudiármelas también. Entonces las leyes eran barrotes que se interponían entre el mundo y yo; barrotes que me separaban de la experiencia y me asfixiaban. Ahora, en cambio, se aparecían más bien como la trama con que estaba hecho el mundo ya experimentado: asomándome a las leyes, lo comprendía mejor.

Es signo de madurez, quizá de conservadurismo: comprender la razón de lo que hay. Pero es una comprensión que en sí misma no es conservadora, porque se encuentra al término de un recorrido en que fue cuestionado todo. Y ahora mismo esa razón no se presenta como sustancial: no es un decreto metafísico, sino más bien un resultado, una sedimentación. Después de milenios, la cosa está así. No quieta, después de todo (literalmente después de todo), sino moviéndose. Lo que no hay es que ponerle cascabeles.