23.7.12

Maestros del rococó

Menos mal que ayer no desayuné huevos revueltos: de lo contrario, se me hubieran revuelto aún más en el estómago. Fue ver en El País las fotos de “Un grito #porlacultura” para que me invadiera un estrepitoso malestar. Yo siento una repulsión creciente por Rajoy. En este señor, todo lo que no sea reconocer que no sirve y largarse, me parece ya una irresponsabilidad. Abomino de los tajos que, en efecto, ha dado “en la cultura”. ¿Por qué entonces mi repugnancia a esa “treintena de creadores”? A explicarlo (¡a explicármelo!) voy a dedicar el resto de esta columna.

Para empezar, no me los creo. No me creo su indignación obediente: esa indignación que parece visceral pero está fríamente regida por el semáforo ideológico (si está en rojo, ¡stop!; si está en azul, ¡adelante!). Se arrogan una credibilidad que no tienen, y una autoridad moral de la que carecen. No porque se las haya quitado nadie: sino porque ellos mismos las han perdido, si es que en algún momento las llegaron a tener. ¿Cuándo han sido críticos de verdad? ¿Cuándo se han mojado? ¿Cuándo se la han jugado? Me refiero, obviamente, a ser críticos, mojarse y jugársela de verdad: no a los alineamientos partidistas (¡tan calentitos!) ni a las generalidades “contra el sistema” (¡tan baratas!).

Luego está la jerarquía del daño. Las subidas del PP son gravísimas, y ciertamente parecen una manifestación de la cerrilidad tradicional de nuestra derecha. Esta nueva fase de lo de siempre la inauguró Rodrigo Rato, cuando, como bien señaló Muñoz Molina, lo primero que hizo al llegar a Bankia fue cerrar Revista de Libros. Visto lo visto, es un gesto de una miserabilidad que solo merece desprecio. El ivazo a los productos culturales van en la misma línea. Ahora bien: esta no es la principal tragedia que le ha ocurrido a la cultura española en los últimos treinta años. La principal tragedia ha sido la aniquilación del bachillerato: mérito que le corresponde al PSOE. ¿Y alguna vez nuestros “creadores” han alzado la voz contra ello? Lo sangrante es que, de entre los cartelitos que aparecen en la fotogalería, los que se ponen más dignos (es decir, los que van más allá de la alusión económica) quedan un poco exagerados como protesta contra el ivazo; en cambio, si nos imaginamos que van contra la Logse, sí que encajarían a la perfección.

Por lo tanto, se trata de una queja más bien cortesana, como todas a las que nos tienen acostumbrados. Una queja que tiene menos que ver con el desgarramiento que con el adorno, es decir, con la composición de la propia imagen (esas poses revolucionarias según el método Stalisnavski); y también con el ventajismo (esa impunidad con que algunos apoyaron a ZP y ahora se lamentan, sin autocrítica, de la ruina a la que con tal apoyo contribuyeron: como la banca de los casinos, siempre ganan). Me sorprende el autoblindaje moral de individuos que, en tanto artistas, deberían estar dándose de cuchilladas contra todo, comenzando por sí mismos, y en cambio habitan en un algodonal. No se preguntan cómo hemos llegado a esto, ni qué culpa pueden haber tenido, ni qué complejo es todo y qué rabiosamente difícil y complicado: para ellos la cultura es un espacio de merengue, que no tiene por qué sufrir los descalabros de la Historia. Han trazado una división entre buenos y malos, y ellos están entre los buenos, y por eso se les debe todo.

Pero el tributo lo pagan con sus obras: la falta de radicalidad verdadera, la falta de agonía y de autocuestionamiento, es la que les da ese irresistible toque de mediocridad y blandura a (casi) todo lo que hacen. Entre ellos no todos son malos: los hay buenos, e incluso los hay que me gustan. Pero podrían ser mejores; porque se quedan, en última instancia, en maestros del rococó. Buena parte de lo que podrían ser se pierde en el rococó.

[Publicado en Jot Down]