3.10.13

Cortocircuitos

Un amigo psiquiatra me contaba hace unos meses que la vida es tensión, una corriente eléctrica, y que el suicida lo que busca es provocar un cortocircuito. El aquietamiento definitivo de la tensión que es la muerte, adelantarlo. No soporta estar en medio, en el curso del vértigo, y se lanza para extinguirlo.

La tensión usual de la vida se recrudece con las dudas, con lo desconocido, con lo asimétrico, con lo inconcluso. El instinto tanático late siempre y tratamos de completar lo que falta, de limar las aristas, de precipitar respuestas. Hay una tendencia gravitatoria que nos empuja a efectuar el cierre, la conclusión: a tender lo que está erguido; a cesar en el esfuerzo de la verticalidad y abandonarse a la horizontalidad.

En los sucesos trastornadores, como el crimen de la niña Asunta en Santiago, la tensión se extrema. La herida de lo ocurrido, en su particular contexto, provoca un desequilibrio difícil de aguantar. El vacío hostil de las preguntas trata de ser llenado con sospechas, especulaciones, designación rápida de culpables: algo que nos ponga un suelo. El periodismo, por lo general complaciente con sus lectores, se presta al servicio de habilitarles dónde caer.

Pero a veces hay excepciones, que constituyen el honor del oficio. En el reportaje de Manuel Jabois que apareció el domingo pasado en El Mundo (aquí el comienzo y el resto aquí), se vence el impulso de eliminar las tensiones y desactivar los interrogantes. Es un relato que mantiene la herida abierta, porque abierta está por el momento, y que no será desmentido cuando se sepa la verdad, porque no esboza ninguna que vaya más allá de lo que hay.

El final lo resume todo. La madrina que, en el duelo, se acuerda de la pared en que ha venido marcando la estatura de su ahijada desde que nació. Y su impulso es ir a borrarlo. No se soporta esa verticalidad truncada.

[Publicado en Zoom News]