12.12.13

Negros nubarrones en el funeral de Mandela

Yo tengo el estómago político muy delicado y cuando me enteré de que el dictador Castro iba a tener protagonismo en el funeral de Mandela, se terminó para mí el funeral, y casi se terminó Mandela. Luego he sabido que el dictador Castro (Raúl, Fidel, ¿qué más da?) fue ovacionado a su llegada, por lo que la cosa pasó ya de castaño a oscuro. Por fortuna, llovió. De manera que las imágenes no parecían celebratorias, ni siquiera celebratorias de un gran hombre, sino desangeladamente burocráticas, soviéticas. Recordemos a Mandela olvidándonos cuanto antes de su funeral.

En España hemos hecho el duelo de una forma muy nuestra: arrojándonos Mandela a la cabeza. Las dos Españas han segregado dos Mandelas, cada huno en un lado de nuestro apartheid particular y dándole garrotazos al hotro como en el cuadro de Goya. Un duelo literal. La grandeza de Mandela se ha visto aquí empequeñecida hasta lo irrisorio por sus admiradores. Se ha pretendido homenajear a un hombre con altura de miras mediante ese enroscamiento made in Spain de la mirada en la cejijuntez. (Si se traspasan las cejas, todavía queda otro muro de contención que impide que la mirada levante el vuelo: la boina). Y esto fue sobre todo en el Día de la Constitución, una de las pocas ocasiones históricas en que España hizo sus pinitos mandelianos: los del Mandela bueno, el del consenso y el futuro.

Pero llegó el martes de funeral y fue francamente odioso ver a tantos impresentables reunidos; impresentables de la política (efectivamente impresentables) y del glamour (decorativamente impresentables). Y de entre todos, esos fabricantes de apartheids que son, por su naturaleza, los dictadores. Además de Raúl Castro (cuyo régimen mantiene al 28% de la población cubana en el exilio), estuvieron otros como Obiang y Mugabe; pero el que tomó la palabra fue Castro, y por lo tanto fue el que más ensució. El jefe de una dictadura racista que, como ha observado Félix Madero en Zoom News, mantiene en la cárcel a sus propios Mandelas.

Un elemento de melancolía es que no podamos recurrir al ya santificado Mandela para repudiar esa presencia. Él fue amigo de Fidel Castro y de la dictadura cubana, escapándosele ese mal entre tanto bien. Yo he querido, después del funeral, fijarme en los cubanos. Ha habido un artículo muy bueno, desolado, de Néstor Díaz de Villegas: “Contra Mandela”. Y otro, más comprensivo, de Carlos Alberto Montaner: “La grandeza de Mandela”. En Penúltimos Días, la imprescindible web dedicada a Cuba de mi amigo Ernesto Hernández-Busto hay artículos que se ocupan del racismo del régimen: por ejemplo, “Para los negros en Cuba la Revolución no ha comenzado aún”, de Roberto Zurbano (que sufrió represalias por publicarlo); o “Estado de sitio”, de Iván García Quintero. Recomiendo además el vídeo El racismo en Cuba.

Yo, al fin y al cabo, español como soy y con mi punto de cejijuntez y de boina, también tengo mi Mandela que arrojarle al prójimo. Le arrojo, pues, el Mandela de la libertad al dictador Castro. Y (¡lo siento!) a la parte castrista del propio Mandela.

[Publicado en Zoom News]