2.1.14

Optimismo antropológico

Dejé 2013 con un canto al pesimismo, pero empieza 2014 y ya tengo prisa por contradecirme. Es que he encontrado un motivo para el optimismo, exactamente para el optimismo más difícil de todos: el antropológico. Y lo he encontrado en el lugar menos previsible también: el de los nacionalistas. Esto tiene mérito, porque los nacionalistas eran para mí la mayor causa de pesimismo antropológico, junto con los torturadores y los tunos (entre estos dos la diferencia es solo de grado, en beneficio de los primeros).

Pero de pronto los nacionalistas han pasado a ser motivo de optimismo. Rebuscando muy en el fondo, eso sí, y aplicándose ufanamente al razonamiento. Se llega a ello, de nuevo de manera paradójica, mediante el aspecto más picajoso (¡y extenuante!) de los nacionalistas. Cualquiera que se haya visto metido en una discusión con un nacionalista catalán o un nacionalista vasco, y yo soy abundoso en la experiencia, ha sido acusado de ser “nacionalista español”. El de “nacionalista español” es, de hecho, el mayor insulto que se les ocurre (si acaso con el de “franquista”, que viene a ser lo mismo para ellos). Da igual que uno diga que uno no es nacionalista español (¡ni mucho menos franquista!); y da igual que uno repita lo de Rafael Sánchez Ferlosio: que no es que no le guste el Barça y por eso tenga que ser del Madrid, sino que lo que no le gusta el fútbol... En su cabeza no cabe. Si se está en contra del nacionalismo vasco o catalán, se es necesariamente nacionalista español. Y se acabó la historia.

Pero es en este callejón sin salida, en estas pegajosas arenas movedizas (¡que no se mueven!), donde yo he encontrado la razón para el optimismo. En efecto, si a un nacionalista el mayor insulto que se le ocurre es el de “nacionalista” (quedémonos con la sustancia, prescindiendo de los accidentes), es porque en el fondo sabe que ser nacionalista es lo peor. En él, por lo tanto, no está obturado del todo el acceso a la fuente moral. Su comportamiento, ciertamente, se desvía de ella; y su autoconocimiento también. Pero cuando, en el punto más caliente de una discusión, acusa al otro de ser lo que es él mismo, es decir, “nacionalista”, está reconociendo que serlo es algo bajo; algo con lo que insultar. Y ese reconocimiento tácito sitúa al nacionalista en nuestro bando antinacionalista: está con nosotros, en su derrota.

[Publicado en Zoom News]