24.6.14

Actuación en el Ritz

Cómo ha degenerado el Ritz: de prohibirles la entrada a los actores ha pasado a ser el escenario de uno de ellos, Pablo Iglesias, inexpresivo como Victor Mature. De este ya se conoce la anécdota. La repito para los nuevos (y por el placer de repetirla). Cuentan que en el Ritz tenían prohibida la entrada los actores, desde una noche en que Ava Gardner llegó borracha y se orinó en la alfombra. Tiempo después quiso alojarse en el hotel Victor Mature, y para que lo dejaran pasar mostró en recepción una selección de recortes de prensa en que los críticos sentenciaban que él no era un actor en absoluto.

Mi amigo Palomo ilustró una vez el dictamen. Extrajo dos fotogramas en que Mature tenía exactamente el mismo careto estreñido. En uno hacía de pianista frívolo en un bar; en otro se estaba jugando la túnica de Jesucristo a los pies de la cruz. El totémico Robert Mitchum al menos presumía de tener dos registros: “con caballo y sin caballo”. Victor Mature, por desgracia, no disponía del único que le hubiese permitido ser un actor aceptable: “sin Victor Mature”. Así que hicieron bien en dejarle entrar en el Ritz.

Ahora ha entrado también, como digo, Pablo Iglesias, el querido líder de Podemos, que protagonizó ayer un desayuno informativo en sus lujosos salones. Es mejor actor que Mature, aunque su estilo se basa precisamente en la inexpresividad. En este país de sangre caliente, Iglesias es un reptil que usa en las tertulias los cabreos de los otros en su propio beneficio. Pareciera que se ha adiestrado en las técnicas orientales (norcoreanas o no). Para los que sabemos lo que Iglesias significa, resulta irritante. Pero hay que reconocerle el mérito: logra mantenerse siempre en su burbuja fría.

A los sentimentales suele quedarles del primer comunismo, como a Gil de Biedma de su infancia, una “costumbre de calor”. Pero siempre han estado al lado, y en cabeza, los comisarios gélidos. A estas alturas no se puede consentir ya el recurso a las buenas intenciones: esta historia ha acabado en todos los casos como ha acabado, y de ninguna otra manera. Y no ha acabado de acabar: en Cuba sigue acabando así, y en Venezuela, y en Corea del Norte. Ahora parece de mal tono repetir esta retahíla: algo que podríamos excusar si no la llevaran ellos como estandarte.

Hubo un pequeño fallo en la actuación. El dominio escénico, que comenzó con las gracietas que refiere Zoom News (“como veis, no he llegado con los milicianos para expropiarlo”), se quebró un instante tras la intervención del ciudadano que le increpó por su apoyo al chavismo. Iglesias lo escucha con su estudiada impasibilidad; consciente, entre otras cosas, de que se encuentra ante un individuo suelto, y no ante un sabotaje como los que él mismo organizaba en la universidad. Luego le responde con su habitual exhibición de calma, tan dulzona que parece mermelada sacada de la nevera. Se agarra inicialmente a precisiones casuísticas, como las que haría un teólogo (que no “asesoró” a Chávez, cuando en su partido sí hay quien le asesoró y él mismo, en cualquier caso, es chavista hasta las cachas). Parece que lleva encarrilada la respuesta, en su línea; pero entonces flaquea, hace un quiebro impaciente: “ni tampoco [he asesorado a nadie] para que muerdan el cuello a los niños y les saquen la sangre” (m. 2:00).

Una debilidad. Tan abrupta que deja a la vista el cartón. Así que también estaba calentito por debajo. Que estaba pensando su jugada de ajedrez, pero no se le ocurrió otra cosa que hacer un movimiento brusco. Se le transparentó que lo único que pretendía era desacreditar al oponente. Acusándole de que sus críticas eran caricaturescas, exageradas, fantasiosas; no pertenecientes a la historia sino a los relatos de terror. Como si el ciudadano le hubiese dicho eso. Y más aún: como si la ideología que Iglesias defiende no hubiese convertido demasiadas veces la historia en un relato de terror.

[Publicado en Zoom News]