28.8.14

Polvo acumulado

En la política española pasan muchas cosas, y muchas otras dejan de pasar. Estas últimas son casi lo peor que pasa. Ha dejado de pasar, por ejemplo, que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, retirara su coche del parking del Consistorio, donde estuvo estacionado durante veintitrés años. Al fin lo ha hecho, tras la denuncia de Compromís, que ha ejercido de policía municipal con la munícipe mayor. Entre lo más feo de las ciudades están esos coches abandonados en la calzada, de conductores que se fueron a por tabaco y no volvieron. Son como mascotas olvidadas que no se pueden mover del sitio. En el interior del Ayuntamiento de Valencia había uno, y durante veintitrés años la alcaldesa ni siquiera mandó llamar a García-Page para que le pasara la aspiradora.

Yo soy muy sensible al polvo a estas alturas estivales. Desde hace años me paso los veranos enteros con el ventilador encendido y “suscitando fresca brisa”, como en un poema de Cernuda. Antes de conectarlo en junio, lo limpio. Y para finales de agosto ya hay polvo adherido a las aspas y las rejillas; un polvo paradójico, puesto que se aposenta donde nace el viento, que por lo general limpia el polvo. Cuando guardo el ventilador en septiembre, le echo una última ojeada a esa pelusa del verano que pasó. Cada mota se habría posado en un momento concreto, señalando el segundo de un reloj (de polvo) indescifrable.

Sobre el polvo acumulado hay un gag buenísimo en La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder. Holmes le regaña a la señora Hudson, la casera, por haber limpiado el polvo de su escritorio: “El polvo es una parte esencial de mi sistema de clasificación. Su espesor me permite fijar la fecha de cualquier documento”. “Pero parte del polvo era así de espeso”, replica ella, indicando el tamaño con dos dedos. Holmes los observa, pensativo: “Eso pertenecía a marzo de 1883”. (A partir del 7:20)

El coche de Barberá era así un almanaque de estos veintitrés años de Valencia y de España. Desde 1991 hasta 2014 le llovió mucho polvo encima, y cada acontecimiento bueno y malo tendría en alguna mota su representación, como en los anillos de los troncos de las secuoyas. El verano pasado leí Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina. Y ahora entiendo que era polvo también.

[Publicado en Zoom News]