5.10.14

¡Cierra la muralla!

La palabrita ya se las trae: ¡cantautor! Es tan fea, que ni a ellos les gusta. Pero si alguien se merece ser llamado cantautor es precisamente un cantautor. Lo que hacen es justo lo contrario de la canción ligera, esa expresión tan preciosa. Lo de los cantautores es la canción pesada. Y ellos son los pesados de la canción, los pesados de la música.

En sentido estricto, hay muchos tipos de cantautores. Hay muchos cantantes del rock y del pop, y de otros géneros, que escriben sus propios temas. Pero a ellos, cuando son buenos, cuando no dan la tabarra, el público soberano no les llama nunca así. Cantautor es solo el personaje que se nos representa en la mente cuando decimos cantautor. El público soberano parece que se reserva el término para apedrearlo con él, para vengarse un poquito. Igual que solo utiliza tuno para humillar a un tuno. (Aunque algunos espíritus sofisticados utilizan tuno para humillar también a un cantautor).

Aquí en España los cantautores forman parte el paisaje del franquismo. Da igual que en teoría se opusieran a él: son un elemento de su estética. Hoy el famoso concierto de Raimon en la universidad de Madrid se confunde con los discursos de Franco en la plaza de Oriente. Multitudes del no y multitudes del sí, orilladas por el tiempo. Raimon vendría a ser la otra cara de la misma moneda; concretamente el águila, en el reverso de la cara de Franco. Esta última no “al vent”, sino al sol. Con la camisa nueva. A diferencia de la de Raimon. Y no digamos de la de Paco Ibáñez.

El aporreador de guitarras Raimon, y el sudador de camisas Paco Ibáñez. Y tendríamos también a Serrat, el asesino de poetas. Franco mató a Lorca, pero Serrat ha matado a Machado y a Miguel Hernández. Dos a uno. Con una diferencia: Franco mató al hombre, pero dejó limpia la obra. Hoy podemos leer a Lorca entero sin que se nos cuele Franco. A Machado y Miguel Hernández, en cambio, es imposible leerlos sin que nos asalte Serrat, la musiquilla de Serrat, el sonsonete de Serrat, el trémolo de la garganta de Serrat, ese pronunciar con la boca horizontal de Serrat. Hay zonas de la obra de Machado y Miguel Hernández absolutamente intransitables, porque por los recodos de sus caminos te asalta el bandolero Serrat.

El mito de que son grandes letristas, los cantautores. Como si no bastara el estropicio que hacen con los versos de los que sí son buenos poemas. La relación de estos señores con la poesía es de destrucción. Si no entienden la ajena, si no saben respetarla, ¿qué puede esperarse de cuando son ellos los que se ponen a (¡oh oh!) escribir? Les salen más tópicos por centímetro cuadrado que a un locutor deportivo. El truco se les huele a la legua: esa sensibilidad a flor de piel que trasluce una sensibilidad de piedra pómez; esas metáforas trilladas; esas reivindicaciones de funcionarios de la reivindicación; ese desenfado de monaguillos esforzándose por desenfadarse... Y en un momento dado de sus trayectorias, todos, en un alarde de originalidad, tienen la brillante idea de escribir una canción cuyos versos terminen en esdrújula.

¡Y el mito del compromiso! Alguno tienen, claro. Pero ha de ser un compromiso muy masticadito y nada conflictivo; un compromiso adocenado en el fondo, que no disguste a la afición con cosas raras. Contra malos objetivos, sobre los que no haya discusión, como Franco o Pinochet; o contra entidades diabólicas cuya denostación concuerde con la ideología que se profesa: el imperialismo yanqui, el capitalismo, el consumismo... Pero si de pronto aparece un dictador como Fidel Castro, el compromiso ya se tuerce. Como se tuerce, ante su uniforme (o ante el uniforme del Che Guevara o el de Hugo Chávez), el supuesto antimilitarismo. El compromiso del cantautor está regido por un riguroso semáforo ideológico. La canción protesta solo protesta cuando se enciende la verde. En tanto se mantiene la roja, comulga con ruedas de molino.

Es muy gracioso, por lo demás, cómo se adornan en las entrevistas. Pese a sus simplificaciones, hablan siempre de la complejidad del mundo. Pese a lo clarito que lo tienen todo, se exhiben como seres que dudan. Esta es del tipo de la que yo llamo duda cosmética. Una duda de pose, porque se imaginan que debe de combinar con las sandalias. Pero ni en ellos ni en sus letras hay duda en absoluto. Estas trazan un mundo riguroso, implacable, de buenos y malos; en el que los buenos son gente muy parecida a ellos. Hablan de abrir la muralla y de cerrar la muralla; siempre ellos con la llave y la voz, y sin que se les ocurra ni por un momento que a lo mejor es a ellos, a los cantautores, a los que querríamos darles con la muralla en las narices.

[Publicado en Jot Down en papel 7, especial desmontando mitos]