31.5.16

El arte de pontificar

He respondido el cuestionario que el jefe de opinión de The Objective, Ignacio Peyró, nos ha pasado a los colaboradores.

Defínase políticamente. Ya, ya sabemos que es difícil.
Políticamente aspiro a ser un ilustrado, es decir, alguien que considera que para los asuntos públicos no pueden descuidarse ni la razón (con su universalismo) ni el principio de realidad. Por un tiempo me autodefiní, con un tremendismo un poco juguetón, como “socialdemócrata trágico o agónico”; con esos adjetivos pretendía diferenciarme de nuestros autocomplacientes (y para mí extraviados) socialdemócratas oficiales (causantes también de mis agonías). Hace unos meses encontré una fórmula con la que me veo mejor, aunque no sé en qué medida se ajusta: diría que soy un liberal que considera que al sujeto liberal no lo construye el mercado, sino el estado. Sería, pues, una especie de socialdemócrata formal: partidario del estado del bienestar (sanidad pública, educación pública, políticas redistributivas), pero contrario a que el estado se inmiscuya en “contenidos” ideológicos que vayan más allá de la estricta defensa del Estado de derecho. La conclusión sería que no veo nada más progresista que un Estado de derecho que funcione, ni nada más reaccionario que aquello que lo socava.

¿Qué le falta –y qué le sobra- al periodismo español de hoy?
Le faltan lectores; o sea, al periodismo español le falta lo mismo que a España (y esos lectores faltan, ay, incluso dentro de la profesión periodística). Otra cosa que falta, relacionada con la anterior, es dinero; sobre todo dinero para los periodistas. Y lo que le sobra está claro: sectarismo, partidismo; propensión al tic y la esclerosis.

Un maestro periodístico. O, ya puestos, columnístico. De aquí o de fuera de aquí.
Mi articulista favorito ha sido siempre Fernando Savater. Otros nombres: el inevitable Francisco Umbral, Félix de Azúa, Arcadi Espada… De ahora me gustan Rosa Belmonte y Emilia Landaluce. De fuera, y de antes, el brasileño Nelson Rodrigues.

Las columnas: ¿con “yo”o sin “yo”?
Las mías suelen ser con “yo”: mi perspectiva es montaigneana (¡más que montaniana!); o sea, perspectivista. Las de los otros, pueden ser con o sin “yo”: mi “yo” lector tiene un gusto variado. Por lo demás, el “yo” siempre es conjetural, inestable, más o menos nebuloso; cuando pontifica con aparente firmeza, más que pontificando lo que está es ejercitándose en el arte de pontificar.

Las redes: ¿gran tertulia o servidumbre contemporánea?
Las dos cosas al mismo tiempo: hasta la saciedad, hasta las heces.

¿Qué temas echa en falta en nuestra conversación pública, y cuáles tienen un exceso de presencia?

Yo no puedo con tanto fútbol ni con tanta tele ni con tanto corazón. Ni puedo con tanta política sentimental. Por otra parte, no sé si en vez de eso preferiría que estuviera todo el mundo hablando de Thomas Bernhard. Prefiero, en realidad, que todo el mundo esté hablando de eso mientras yo estoy en la cama leyendo a Thomas Bernhard. Frivolidades aparte: sobra ideología y faltan ideas.

¿Seguir el propio interés o inspiración, o escribir pensando en los lectores?
Intento que sea una conjunción de ambas cosas. Sigo mi propio interés o inspiración, pero procurando que no me concierna solo a mí, que no sea solipsista: que les interese también a los lectores. Pienso en ellos además en la medida en que procuro ofrecerles un buen texto, que tenga algo de vida, una vibración; que invite a pensar, a mirar, quizá a divertir o entretener; que acompañe.

¿Sobre qué temas le suele interesar más escribir?
Me gusta escribir sobre temas culturales, vitales, de actualidad: de cómo se manifiesta el mundo en un determinado momento, con sus múltiples alusiones. Lo más seductor de The Objective/El Subjetivo es que la actualidad se muestra en una fotografía, a partir de la cual se puede escribir sobre ella pero con una mirada más libre, más amplia: con la posibilidad de remitirla también a otras cosas, tanto temática como temporalmente.

Leer: ¿actividad cada vez más elitista?
Nunca me lo había formulado así, pero no está mal visto: leer parece que va convirtiéndose en una actividad aristocrática; aunque una aristocracia que deja en cada cual la posibilidad de integrarse en ella. Pero buenos lectores habrá siempre. La desgracia es que el nivel medio sea tan bajo.

¿Qué le gustaría aportar a los lectores de este medio?
Buena escritura, cierto gusto, cierta gracia y un poco de sensatez (aunque esto último siempre depende de la locura particular de cada uno). Lo consiga o no, parece claro que los tiempos exigen hoy, ante todo, una cosa: no embrutecerse.

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En The Objective.