13.11.16

Michelle Obama y su antorcha


Ilustración: Tomás Serrano

En cuanto ha ganado Donald Trump, nos hemos puesto a pensar en Michelle Obama como locos: la posibilidad de que sea presidenta de Estados Unidos en 2020 es la luz al final del túnel de tupé rubio en que nos metimos el martes. Una luz gloriosamente oscura, o de chocolate, o de ébano. Oro negro cuyo resplandor es lo único que alumbra los cuatro años que se avecinan.

Por lo demás, quedaría precioso en los libros de historia: el racista Trump emparedado por siempre entre dos negros más guapos y presentables y mejor preparados que él; y mujer uno de ellos, congénere de Hillary Clinton y de la Estatua de la Libertad, cuya antorcha portaría. Hoy es solo una ilusión, pero a ella nos acogemos. (En manos de Trump está desmentir el catastrofismo que su patanería ha desatado: ganaríamos todos, y todas).

Para un devoto de las hermanas Williams como yo (¡un admirador, que se decía antes!), Michelle Obama es algo así como la hermana Williams perfecta: además de estar cañón como Serena y Venus, estudió en Princeton y Harvard, es una abogada prestigiosa y, sobre todo, no juega al tenis. Aunque los esfuerzos de superación de las tres resultan encomiables y, por lo tanto, son un ejemplo den o no den raquetazos. Hay personas que elevan y personas que rebajan. Michelle Obama eleva, más alto aún de su metro ochenta y cinco. Tenemos que mirarla hacia arriba, también como a Lady Liberty.

Ha sido una primera dama con más prestancia que el nuevo presidente. Su álbum de estos ocho años (culminado con el especial de Vogue) quedará sin duda más presidencial que el que vaya a generar Trump, que apenas la superará en espectáculo. En cuanto a cómo lo hará Melania de primera dama, ya lo iremos viendo; algunos con los ojos de par en par. Aunque yo me he quedado con la frustración añadida de no ver a Bill Clinton en ese papel: tomando el té con las señoras de los otros presidentes mientras su esposa despachaba. Unas recepciones que no cuesta imaginar con guión de Billy Wilder y final movidito. Bien pensado, había más peligro de una tercera guerra mundial con el gallo Clinton en el gallinero...

El nombre exacto de la Estatua de la Libertad es La libertad iluminando al mundo. Ahora deberá darse la vuelta durante los años venideros e iluminar a su propio país. Por fortuna, el Estado de derecho impedirá que Trump devaste más de lo que podría devastar sin ese freno. Me gusta imaginármela como Michelle: haciendo de símbolo, con su Obama, de hasta dónde avanzó América (y lo grande que llegó a ser). Para que ahora que va para atrás (y para abajo) no se extravíe del todo. El faro afroamericano para unos tiempos previsiblemente negros.

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En El Español.