12.12.16

A mí tampoco me gusta la Constitución

“¡No a la Constitución!”. Cada 6 de diciembre, al despertar, recuerdo esa proclama que hizo Agustín García Calvo en la radio un día de la Constitución de finales de los ochenta. Pero la cosa no se quedaba ahí: no era una proclama vulgarmente política. Añadía: “¡A la Constitución del Ser!”. La suya era una revuelta ontológica, contra la petrificación del río de la vida. Al fin y al cabo tradujo a Heráclito, el filósofo del río (y el fuego).

Nadie se baña dos veces, en efecto, en el mismo río. Salvo los españoles en su día de la marmota constitucional, en el que nos bañamos cada año con un ritual férreo del que nadie se sale: los anticonstitucionalistas más obedientes aún a lo prefijado que los constitucionalistas. A veces se introducen pequeñas variantes, como la que han tenido este año los primeros de anunciar que no harían fiesta el 6. No deja de ser bonito que nuestros anti se hayan quedado levantando el país... Pero el sacrificio no ha sido completo: el día de la Inmaculada no se lo ha saltado ni Dios.

Viene otra vez a cuento la más conocida de las “Glosas a Heráclito” de Ángel González: “Nada es lo mismo, nada / permanece. / Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten”. Curiosamente, fue gracias a la Constitución –a su aceptación mayoritaria durante estos treinta y ocho años– que una de esas dos repeticiones cesó: la de la sangre de nuestra historia. Aunque se colaron hilos: los de los atentados fascistas, el Grapo, el Gal, Terra Lliure y, sobre todo, Eta. Quizá por eso tampoco estaba para fiestas Arnaldo Otegi, quien tuiteó: “Hoy 6 de Diciembre como no tenemos nada que celebrar, hemos trabajado con normalidad” (no he tocado su puntuación: tan criminal como su panda).

A mí, naturalmente, tampoco me gusta la Constitución de 1978. Yo preferiría que fuera republicana y centralista: ¡jacobina! A ver si nuestros nacionalistas y populistas pejigueras se piensan que los demás no tenemos nuestros propios gustos constitucionales. Según el mío desaparecerían, por ejemplo, sus juguetitos autonómicos. Solo que no quiero imponer mi gusto: acepto las autonomías que me disgustan, y la monarquía, porque entiendo que el texto de la Constitución fue un apaño entre gustos incompatibles y no puede gustar del todo a todos.

Pero el texto de la Constitución se celebra solo en segundo lugar el día 6 de diciembre. En primer lugar se celebra algo más importante: que es una constitución democrática aprobada (¡democráticamente!) por el pueblo español. Por eso el que la desprecia no está despreciando su texto, sino la democracia.

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En El Español.