25.1.16

El amago total

Lo que ha hecho Rajoy ha sido ni más ni menos que “el amago total”, una técnica que empleaba mi amigo Jurdao para, supuestamente, enganchar a las chicas. Consistía en ligarse a una, llevársela a la cama y, en el ultimísimo momento, no consumar. “Con eso te garantizas –aseguraba mi amigo– una serie inagotable de polvos futuros”. Estaba convencido de que con su media vuelta activaba no sé qué resortes de la psicología femenina. Para él era una inversión. Lo malo es que, hasta donde yo sé, nunca le dio beneficios. Las chicas amagadas ya no querían repetir con aquel individuo tan peculiar.

Quizá el Rey sintió una decepción parecida mientras se alejaba Rajoy el viernes. Se habrá quedado con pocas ganas de repetir, aunque a lo mejor tiene que hacerlo: no depende de su gusto. En este periódico se le ha afeado la conducta al presidente en funciones, y estoy de acuerdo porque Rajoy ha contribuido a mermar ese bien escaso que es ahora la pulcritud institucional. Pero en nuestra circunstancia colectiva lo más punzante es la situación estrictamente individual de dos personajes, Sánchez y Rajoy, que o son presidentes o no son nada. Juegan con el país porque se están jugando sus biografías.

Pulcritud institucional aparte, la jugada de Rajoy ha debido de ser maestra –en términos maquiavélicos– por lo enfadados que estaban el PSOE y Nacho Escolar. Por otro lado, su amago total ha ido en la línea de eso que tanto se predica en estos tiempos moralizantes: la coherencia. Lo esencial en Rajoy es su condición fantasmal: fue un ectoplasma en el plasma, y su pasividad y su indefinición son las propias de un difunto (de la Santa Compaña, por supuesto). Ahora su galleguismo profesional ha dado el do de pecho en la legendaria escalera: ni sube ni baja, simplemente se ha evaporado.

De manera que nunca ha sido más “él mismo” Rajoy, como si estuviese protagonizando una canción de Ismael Serrano. Tras esta otra vuelta de tuerca es el Rajoy supremo: un espectro sin tacha. Y con el Estado entero en una pausa, a su compás. No corren los plazos, no hay tic-tac amenazante, el día a día fluye en una niebla sin horas. Como advierte John Müller, esto puede acabar en ruina, porque el dinero, como todo bicho viviente, lleva su bomba de relojería adosada. Pero estallaría en el futuro, que es otro fantasma de momento.

“Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos”, escribió Borges. En España lo estamos degustando, en las jornadas más puras del rajoyismo.

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En El Español.

18.1.16

Pedagogía antidóberman

Yo sé dónde está el hombre que necesita el PSOE, el Churchill de nuestra socialdemocracia: en el cubo de la basura de las juventudes del partido. Si se busca ahí, seguro que aparece el joven brillante, preparado y con altura de miras al que en cuanto despuntó le cortaron la cabeza. El dirigente que no pudo llegar porque en su lugar llegó Zapatero y prosperaron las Pajines. Ahora se dedicará a otra cosa y no querrá saber nada, seguramente ni milite ya; pero su ficha andará por los archivos. (¡Y quien dice hombre dice también mujer: Churchill o Churchillesa, en vez de Susana Díaz!).

El extravío del PSOE no dudo en calificarlo de alucinante. Pensar que está más cerca de Podemos que del PP, como le dijo el ufano Sotillos a Corcuera, solo puede deberse a una mezcla de ignorancia y narcisismo ideológico (como le vino a decir Corcuera). El PSOE era el centro, el centro-izquierda si se quiere, pero por adornarse en las conversaciones y por ponerles un poco de emoción a sus biografías, los socialistas empezaron a acentuar lo de “la izquierda” para contraponerlo a ese no menos fantasmagórico “la derecha” y verse así más guapos, además de distintos. Un líder en condiciones podría haberlo corregido, pero a ese fue al que laminaron.

En el crepúsculo de las ideologías todos los partidos de poder son pardos. Por eso los más pardillos acentúan lo accesorio y se hacen fuertes ahí, por ver si por la etiquetita el electorado los prefiere a ellos en vez de a los de enfrente. El problema es cuando estos árboles tácticos (o de simple oferta comercial) no dejan ver el bosque que importa: el del Estado de derecho, el de la democracia. Así el PSOE en estos días atolondrados. “Por delicadeza perdí mi vida”, escribió hermosamente Rimbaud. El PSOE corre el riesgo de perder la suya por haberse olvidado de lo fundamental.

“El cambio es que España funcione”, dijo memorablemente Felipe González en vísperas de su victoria de 1982. Ahora Pedro Sánchez amenaza con inmolarse (e inmolarnos) ante el cambio disfuncional que proponen las tribus de Podemos y los bandoleros nacionalistas, cargante regurgitación de la España romántica (¡ahora que nos estábamos medio civilizando!).

Pero los mayores del PSOE tienen bastante culpa. Cuando González amenazó con el dóberman en su spot para las elecciones de 1996, que ganaría Aznar, maleducó a sus votantes y a los pipiolos del propio partido. La exageración electoral se solidificó como elemento identitario y ahora el PSOE no quiere que lo vean con el dóberman que él mismo se inventó. Aunque el precio sea que el Estado (¡lo más socialdemócrata que tenemos!) se desmorone.

El problema del PSOE es que, efectivamente, su electorado lo castigaría por pactar con el PP. Ya no le da tiempo a hacer una pedagogía antidóberman.

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En El Español.

11.1.16

Los invasores

La cantidad de amigos catalanes que me he venido echando en los últimos tiempos, antinacionalistas todos menos uno, me ha ayudado a escapar de la dialéctica tramposa del nacionalismo, que establece que hay un conflicto entre Cataluña y España. No. Si hay un conflicto, es porque los nacionalistas lo han creado, caprichosamente. Y no es en primer lugar con España, con su España mental, sino con los catalanes que no son nacionalistas. Son estos el estorbo para sus delirios que les queda más a mano.

La dialéctica Cataluña-España es aberrante y abusiva, porque en su proyección abstracta violenta a unos seres concretos: los catalanes no nacionalistas. Estos asisten de pronto a la invasión de su propio país por parte de una porción de sus paisanos que se arrogan la posesión del país entero, para sacarlo de quicio. Lo que está pasando sería aberrante y abusivo aunque los independentistas fuesen mayoría. Y lo es aún más cuando apenas alcanzan el 48% del electorado. Están “junts” entre ellos: el 52% está separado. Al crisol del nacionalismo le falta más de la mitad de la “nación”.

No es de extrañar, pues, que sea una misión prioritaria para ellos extranjerizar a quienes se oponen. No es ya que los españoles pasen a ser extranjeros en Cataluña; es que a los propios catalanes se les niega (en tales usos retóricos, para empezar) la condición de catalanes. Hace un par de años traduje la Historia mínima del siglo XX, de John Lukacs (ed. Turner). Desde entonces, dado nuestro desdichado momento, no hago más que recordar lo que dice de la Alemania de entreguerras: “Cuando el nacionalismo sustituyó a las versiones antiguas del patriotismo, se buscó enemigos entre los conciudadanos”.

Esta distinción entre nacionalismo y patriotismo viene de una frase autobiográfica de Hitler: “Yo era nacionalista, pero no patriota”. Artur Mas y los suyos podrían decirlo también. Hasta el mismísimo Godwin estaría de acuerdo en que lo de la “democracia corregida” de ahora, como lo de que al pueblo (¡al Volk!) “no lo pararán ni tribunales ni constituciones” de hace unos años, invita a traer a Adolf a la conversación.

Los nacionalistas hablan de “junts” y hablan de “tots”, y esta apropiación deja en una incómoda nebulosa civil (frágil, vulnerable, marginada por definición) a los que no están juntos con ellos ni pertenecen a ese todos que se arroga el 100% cuando no es más que el 48%.

El nuevo jefe del circo castizo es ese Puigdemont que algunos ya invitan a pronunciar (¡asentirá otra vez a Godwin!) Putschdemont. El hombre, más fiel a este mote que a su apellido, hablaba de expulsar a “los invasores” de Cataluña, como los belgas expulsaron a los nazis. Llamando de este modo invasores nazis a los que son tan belgas o catalanes (¡o españoles!) como él, el tío nazi.

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En El Español.

4.1.16

Marxismo de chalet

La primera biblioteca marxista la vi en un chalet, a finales de los ochenta. Pertenecía al padre de un amigo mío que era tesorero de un ayuntamiento de la Costa del Sol, enriquecido por el turismo (el ayuntamiento). El alcalde era del PSOE, aunque el padre de mi amigo no: sus devociones estaban con Fidel Castro y con Mao. Y también, inesperadamente, con Nietzsche. Un día mi amigo viajó a Suiza con su padre. “Es que admira mucho a Nietzsche y quiere peregrinar a Sils-Maria”. En los meses sucesivos repitieron varias veces la peregrinación. El súbito nietzscheanismo del padre de mi amigo era humano, demasiado humano.

A mi amigo no le dio por leer la biblioteca de su padre, pero cuántas de las nuevas hornadas de marxistas no provendrán de las bibliotecas marxistas arrumbadas en los chalets. Esos chalets logrados en buena parte gracias al marxismo, a las carreras marxistas o exmarxistas de los papás. Estudiar los mecanismos del capital, se decía en la época del primer pelotazo, permitía luego con relativa facilidad hacerse rico.

Desde que han vuelto a proliferar los marxistas, me entretengo en preguntar sobre ellos, cuando hay ocasión, y casi todos vienen de familia rica o como mínimo acomodada. Haya o no biblioteca marxista en el chalet, tenemos un marxismo que es eminentemente de chalet. Entendiendo “chalet” como metáfora del nido: vivan donde vivan ahora los polluelos, y habiendo podido ser, en vez de chalet, un ático.

En Podemos están Íñigo Errejón o Rita Maestre. En literatura, Marta Sanz o Belén Gopegui (me partí cuando supe que esta era la “Sor Lubianka” de que habla Trapiello en su diario; mote con el que ya me había partido antes de saberlo). Otro por el que pregunté en su día un poco rutinariamente, y que también me confirmaron, es César Rendueles, autor de Capitalismo canalla. Muerden la mano que les dio de comer langostinos.

En estas cosas he pensado después de ver la discusión entre Corcuera y Sotillos, el hijo de Sotillos, portavoz del primer gobierno de Felipe González. No sé si Sotillos hijo se educó en la biblioteca marxista de papá, pero es, sin duda, un “marxista de papá”. En un momento dado, Corcuera le toca la mano (m. 8:23 del vídeo) para desmentirle que haya trabajado en la vida. La idea que tiene Corcuera de lo que es trabajar está anticuada, pero ahí sí que vimos al fin un episodio de la lucha de clases de que tanto se habla de nuevo. Con el marxista situado en su lugar, que es el de arriba: el del señorito, el del burgués.

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En El Español.