La de Manolo Escobar, en efecto, es la verdadera canción protesta: la protesta en favor de la alegría de vivir contra las brasas fúnebres de los Lluís Llach; canción ligera vs. canción pesada. Recupero dos textos míos de 2006 en que postulaba a Manolo Escobar como avanzadilla de la Transición, en contraposición con el landismo, que encarnaría los estertores (¡sexuales!) de la España de la dictadura. Aparecieron en los comentarios del blog (entonces) de Arcadi Espada; este fue su hábitat, que determinó en cierto modo el tono.
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Manolo Escobar y la canción ligera
Bueno, bueno, tengo que salir en defensa del gran Manolo Escobar, que hoy denuesta Arcadi en su carta de El Mundo. El arte de Manolo Escobar, desde luego, queda achicado si se le compara con los grandes dramones de la copla. Nada más lejos de él que los almodovarianos melodramas. No ha cantado con las tripas, ni se ha desgarrado, ni se ha derramado hemorrágicamente en los escenarios y en los discos. Pero ha aportado algo que siempre faltó en España: ligereza. Levedad, sonrisa y cariño. En un país de cazurros hoscos no es poca cosa. Manolo Escobar ha aportado la civilización de la intrascendencia. Estoy convencido de que Nietzsche lo hubiese elegido como bastión contra Wagner, si cronológicamente no le hubiera resultado imposible. Lo que cronológicamente pudo hacer Nietzsche, lo hizo: escoger a Bizet y a Chueca. Manolo Escobar ha sido nuestro príncipe anti-engolado: nuestro anti-Plácido Domingo. Se ha pasado setenta años con su sonrisilla y con sus brillitos cucos en el ojo. Paco Ibáñez aporreaba (¡sin arte!) sus guitarras y apestaba a sudor castroestalinista, mientras que nuestro Manolo canturreaba como quien no quiere la cosa "no me gusta que a los toros te pongas la minifalda". ¿Quién tiene más cadáveres a sus espaldas, Ibáñez o Escobar?
Manolo Escobar ha sido también el cantor de una patria frágil e inofensiva, de postal folclórica. Nadie ha cantado nunca "Que viva España" con el rictus congestionado (¡y sanguinario!) con que los euskonazis o los fasciocatalanes cantan sus himnos. "Que viva España" es un anti-himno, irónico y conscientemente risible, como una canción de los payasos de la tele. Y la grandeza de Manolo Escobar estuvo en mantenerla en ese punto de ironía, pero sin agrietarla en esperpento. Manteniendo ese cariño de fondo que suele tenerse por este desastre de país. "Que viva España" es, de hecho, el último estertor de la patria, ya cansada y auto-irónica. Como las canciones sentimentales de Manolo Escobar son el último requiebro sonriente del macho que se sabe en extinción.
De entre todos los versillos de Manolo Escobar, siempre me gustó especialmente este que le canta, en no recuerdo qué película, a una sueca que, tras tener un affair con Manolo en sus vacaciones en España, le escribe para decirle que está embarazada: "Arguno tuvo que sé / quien puso el ansuelo / y a mí me quieren cargá / con ese moshuelo". Quien no sepa ver la gracia que ahí anida es que tiene amazacotada la sensibilidad.
Por otra parte, no nos engañemos. El bueno de Manolo cantaba sin tragedia a esos crepúsculos de la patria y el macho, pero precisamente por ser un hombre tan poco trágico (y tan fuera, por tanto, de la tradición hispánica), ya estaba preparándose sus acomodos modernos. Se casó con una alemana (está claro que porque las españolas, y más las de su época, jamás han sapido chuparla) y se puso a coleccionar arte contemporáneo, avanzadísimo, igual que hizo Billy Wilder. Esto nos da una indicación de que el arte ligero de Manolo Escobar hay que entenderlo como transparencias duchampianas. Son volutas que se elevan sin estrépito, en este mundo apelotonado, competitivo y pomposo. Frente al Arte Trágico, que intenta jodernos la vida, siempre me llamó la atención esa frase (¡sublime en su modestia, si lo pensamos!) que suelen decir los cantantes ligeros (¡lights!) al empezar sus shows: "Espero que les agrade". ¡Para que luego digan que no hemos tenido pensiero debole ni postmodernidad!
Manolo Escobar y el landismo
Siguiendo con lo anterior, se me ocurre una interesante diferencia entre dos tipos de películas españolas de los sesenta-setenta: las de Alfredo Landa y las de Manolo Escobar. En las de Alfredo Landa los españolitos persiguen suecas (normalmente de un modo indigno, en calzoncillos) pero jamás se las follan; mientras que en las de Manolo Escobar sí. Landa y su trouppe landista son seres minúsculos y ridículos, herederos de la represión nacionalcatólica y de la economía del hambre, que ya les resulta mentalmente irreversible a pesar del desarrollismo. Las suecas son el símbolo del Occidente desarrollado y libre, que cruza con sus bikinis provocándoles espasmos de impotencia tercermundista. Manolo Escobar, en cambio, camina más erguido, con arte y con gracia. No persigue ridículamente suecas, sino que las seduce y se las folla. Por el lado landista, tenemos retraimiento y encastillamiento en la torpeza y la ineficacia; por el lado escobariano, gracejo expansivo y aireado que permite contactar con otras culturas.
La España de Landa es la España inutilizada por Franco, la España africana que muere de asfixia. La de Manolo Escobar, en cambio, es la que tiene ganas de vivir y por eso hace la Transición, para que se universalice el bikini y para que las propias españolas, vendadas de negro islámicamente, se despipoten también. Y ahora, por último, un pequeño ejercicio de observación: ¿de cuál de esas Españas vienen nuestros progres? ¡De la landista, obviamente! No en vano el segundo rostro del landismo fue Pepe Sacristán, el Paco Ibáñez de los actores.