25.11.19

La corrupción de la corrupción

Estos días hemos asistido en directo a una corrupción quizá más grave que la corrupción: la corrupción que consiste en utilizar políticamente la corrupción. Que es, entre otros factores, lo que fomenta la corrupción o al menos impide que se la persiga o que tenga consecuencias sociales, electorales. De pronto, el conglomerado político-mediático que vociferaba denodadamente contra la corrupción, porque era la ajena, ha pasado de puntillas sobre la propia. Con una coreografía de ejecución admirable.

En estos casos de semáforo ideológico de la indignación, que regula la respuesta no según los delitos sino el partido de quienes los cometen, se aprecia un entrañable efecto de economía psicológica. Un ejemplo: las famosas 169 portadas que –como ha analizado Arcadi Espada– El País dedicó a Francisco Camps, del PP valenciano, absorbían las que ese periódico no iba a dedicar a los ERE del PSOE andaluz. La indignación por los cuatro trajes era tan exagerada porque la engordaba el futuro semisilencio por los 679 millones de los ERE.

Tales son los sórdidos juegos del sectarismo, corruptores de nuestra vida pública. Digamos que hay una indignación global que no se reparte equitativamente, sino que toda se les aplica a los ajenos y ninguna a los propios. Todo es acusación, nada autocrítica. De este modo solo hay censura histérica sin mejora. Lo devastador es la ética que subyace: una ética (o antiética) que juzga no por los hechos sino por lo que se es. El virtuoso lo es por definición, haga lo que haga. Y el culpable también. Lo más barato del asunto es que el juicio ni siquiera lo determina lo que se es personalmente, sino ideológicamente. Estamos en un mundo de buenos y malos ideológicos. Ambos porque sí.

La consecuencia inmediata es, por supuesto, la apetitosa posibilidad de corrupción de quienes estén situados en el lugar adecuado en cada caso. Recuerdo un debate de hace años entre mi amiga Dolores González Pastor, diputada entonces en la Asamblea de Madrid por Ciudadanos, y un joven de Podemos. Ella, que presidía la comisión anticorrupción, hablaba de los controles que había que extremar para luchar contra la corrupción, porque todos podían incurrir en ella. A lo que respondió escandalizado el de Podemos: no todos los políticos son iguales y no a todos se les puede medir por el mismo rasero...

Estaba pensando, por supuesto, en los suyos, virtuosos por definición. Los situados ideológicamente en el lugar adecuado y que tendrán toda la cobertura político-mediática para corromperse. Y para ser excusados si los pillan.

* * *
En El Español.