Todo esto viene por las revelaciones que pudimos leer hace una semana y pico en El País acerca de Alejandro Agag: también él tenía ese tic rimador. Me permito reproducir el párrafo entero, porque me dejó encandilado (ese es el periodismo de investigación que a mí me gusta):
Durante seis años [Agag] funcionó como una extensión de Aznar. Se hicieron amigos. Una misión complicada con el adusto presidente. Alejandro sabía llevarle. 'No es difícil, porque nunca está de buen o mal humor, no tiene humor', dijo sobre su jefe. Cuando era su ayudante, jugaban juntos al pádel. Incluso se permitía hacerle bromas. Ante el pasmo de los funcionarios de Moncloa. La cuestión era que el jefe dijera cinco para que Agag saltara: 'Por el culo te la hinco'. Aznar se tronchaba.Bien, podemos apreciar dos cosas. Una: que Agag se encuentra (o se encontraba por aquel entonces) en pleno periodo clásico del tic, aquel en que priman la coherencia ("cinco" se acopla con "hinco") y la comunicabilidad (el interlocutor también "se tronchaba"). Y dos: el tal interlocutor tenía en este caso un morbo especial, puesto que se trataba nada menos que del presidente del gobierno.
Adonde yo quiero llegar es a Freud, por supuesto. Al denostado Freud, que tan buenos momentos nos da. Un presidente del gobierno es el Padre por antonomasia. No es lo mismo hacerle pasar a él por la prueba del cinco, que a un simple amiguete. Bueno, supongo que hacerlo con un amiguete también tendrá su almendra psicoanalítica: dejo en manos de mis lectores que me tumben en el diván y hagan la autopsia de mi subconsciente (no sin sugerirles que se agarren, porque vendrían curvas). Pero ahora soy yo el que está erguido en el circunspecto sillón, con Agag a mi merced, completa e irremisiblemente divanizado. El hecho es que este hombre con sonrisa de Peter Sellers le decía al presidente del gobierno que por el culo se la hincaba. Este hombre le decía al Padre que por el culo se la hincaba. El se reía, Aznar también se reía: el ambiente parecía jocoso, pero hay un insoslayable componente de tragedia griega en todo esto. Componente que fue advertido por los testigos ajenos al juego. Recordemos la acotación: "Ante el pasmo de los funcionarios de Moncloa". Esos funcionarios, desindividualizados en su funcionariedad y atónitos ante el ejercicio de la hybris, ¿no constituyen un genuino coro griego? Un coro espantado por el espectáculo de un Edipo invertido, en la línea de mi poemita "Edipo gay", que decía así en sus dos únicos y esplendorosos versos: "Mata a la madre y / se folla al padre".
En fin, todo son hipótesis, naturalmente... pero los hechos que siguieron casi no dejan lugar a dudas. Agag se casó con la hija de Aznar, que era la persona casadera más parecida a Aznar que encontró (y con la ventaja añadida de que no gastaba bigote, con lo que la evocación de Charles Chaplin quedaba muy rebajada: ¡aunque quizá no la de Geraldine Chaplin!). Podría entenderse que la boda de Agag con Anita no fue más que un modo de llevar demasiado lejos el tic, pero el tomate psicoanalítico no se desvanece por ello. En cuanto a Aznar... creo que todo esto explicaría su afán por que el casamiento se celebrase en El Escorial. En efecto: ¿por qué un gobernante iba a querer montar una boda imperial si él no era el gran protagonista? La respuesta es obvia: lo era, o se sentía así. Aquel otro movimiento que hizo en aquella época, el de visitar el Monasterio de Yuste donde se retiró Carlos V, apunta en la misma dirección. Si Aznar estaba en plan Carlos V, ¿por qué no iba a estar en plan Felipe II? Se celebró, pues, la boda. Y gracias a la Historia, que siguió avanzando, sabemos ya también que aquella pomposa celebración fue el principio de la decadencia política de Aznar. A partir de entonces, los hados empezaron a serle adversos. Aquella boda fue, por lo tanto, una Muerte simbólica. ¿Agag también estaba matando al Padre? En ese caso, el "hincamiento" (¡simbólico!) hubiese sido también un "empalamiento" (¡simbólico!). Pero lo más sustancioso es cuando volvemos a mirar la foto y nos fijamos en Aznar, transido. No es sólo emoción por la hija, ni tan siquiera emoción imperial: es que se encontraba en plena muerte (¡de amor!) de Isolda.
[Publicado en Nickjournal]