25.4.07

Cambio radical

Hace dos domingos estaba en mi casa solo, aburrido, y le di una oportunidad al estólido zapping. Tras un breve tránsito por céspedes polémicos, di en Cambio radical. Me espantó. Me espantó principalmente Teresa Viejo: esa mujer ha conseguido dejar a la Gemio en un segundo puesto en el ránking de la horrorabilidad. Teresa Viejo. La autora de Hombres. Modo de empleo. Yo conocí a su pareja de entonces: el hombre empleado. Era digno de ella; tal vez no tanto de la de entonces como de la de ahora. Se precipitaron en la separación.

En la pantalla, acababa de salir un tipo del cambio radical y traía un aspecto como de chulo de discoteca, con una dentadura reluciente (sin duda a cuenta del programa) que iba como dos metros por delante de su morro. Le habían puesto también una bufandita blanca. Parecía un suplente del Alavés ataviado para la comida de Navidad del club.

Iba a largarme de allí cagando leches, cuando apareció la siguiente en ser cambiada. Era una tía de Gijón, de treinta y nueve años, sosa, melancólica, pero que no estaba mal del todo. Aparecía caminando por la playa de San Lorenzo con unos pantalones anchotes, con bolsillos, y una camisa de pana marrón oscuro. Tenía algo de hosquedad norteña, de mujer caída en un agujero existencial... pero a mí me parecía potable. Ella, en cambio, se detestaba. Contó que a los diecisiete años había sufrido una decepción de la que aún no se había recuperado: se había dedicado a follar con uno, a ella le gustaba mucho el chaval, y ella estaba convencida de que al chaval también le gustaba ella... Hasta que un día descubrió que el menda la iba criticando por ahí, motejándola de fea por todas partes, y que lo único que le gustaba de ella era precisamente que se la dejaba meter. Se imagina uno las lúgubres noches gijonesas, llenas de historias así.

Total, que la tipa es elegida por Cambio Radical y da saltos de alegría. Sus amigotes (¡y amigotas!) lo celebran. Es como si le hubiera tocado el gordo. Empieza a visitar a los cirujanos del programa. Son entrevistas curiosas: la chica deposita ilusiones espirituales en detalles físicos muy concretos, un poquito menos de nariz aquí, esas patas de gallo fuera, más tetas y más firmes esas tetas, las cartucheras de los muslos fuera... El cirujano da su opinión técnica, de albañil del cuerpo, y ella la recibe como la creyente que va a recibir la comunión. Ojos de éxtasis por librarse de las grasas: como si fuesen el lastre que impidiese la elevación de su globo aerostático.

Empiezan las operaciones. Durante un tiempo sólo la vemos a ella con veladuras ópticas, y vendada. Es una momia que camina. Por entre los esparadrapos del rostro, su boca sigue hablando de ilusión. En fin, ahorrémonos el proceso: le cambian todo lo que le tenían que cambiar, ella al principio pasa una crisis, piensa que va a quedar más fea, se arrepiente "de haber entrado"; pero al final, ya sin vendajes, le ponen delante un espejo y ella se ve más guapa, alucina con sus tetas nuevas, con su dentadura nueva, con su nariz nueva. Da grititos histéricos de alegría. En un momento dado manifiesta su satisfacción por haber largado a "la bruja" (se llama así) que era antes. Los espectadores no hemos visto esos cambios todavía. Ni su familia tampoco. Eso será en directo y en el plató.

Antes, los últimos arreglitos (podríamos llamarlos de postproducción): un asesor gay la lleva de compras a Serrano, le enseña escaparates, entran en tiendas, le prohíbe seguir usando "pantalones con bolsillos" (sic, cómo está el mundo gay) y le receta faldas. Luego pasan por peluquería, por manicura, por maquillaje... Al fin llegamos al momento actual. Ella se encuentra al otro lado del portón luminoso, con una pasarela por delante que la traerá, guapísima, hacia todos nosotros. Tachán tachán, se abre el portón... y sale un horripilante espantajo de mujer. Está cinco, diez, veinte veces más fea que antes. Pero ella bota de alegría, todos aplauden, sus familiares se emocionan, Teresa Viejo imposta una exultante felicidad. Gracias a Cambio radical hay una chica melancólica menos en Gijón, no guapa pero tampoco fea, y hay una nueva petarda, espantosa al cien por cien. Y lo que es peor: con autoestima. Creo que es el programa más obsceno que he visto jamás.