24.8.07

Aquel felpudón

Noche de fiebre. Y de pronto, entre los sudores fríos, se me ha presentado en la memoria, sin venir a cuento, el felpudón de aquella actriz de la que hace muchos años que no se sabe: Maruschka Detmers. ¿La recuerdan? Era la maravillosa morenita de El diablo en el cuerpo; luego hizo alguna película más, alguna serie de televisión y después nada. Esta mañana, en cuanto he conseguido levantarme, ahíto de gelocatiles, he ido a buscarla en el Google Imágenes (sí, yo soy de los que, en tanto queden bellezones de carne y hueso, no se dignarán a explorar el Google Sky: por ahora me basta con las estrellas con tetas). Y ya puestos, recupero uno de los hits de AS sobre el temita:

* * *
¿Dónde están los felpudos?

Esto es un desastre: todas las tías que me he llevado a la cama últimamente tenían el pubis afeitadito, un triangulito o una tirita apenas, y algunas ni siquiera eso. ¿Dónde están los felpudos? ¿De aquellos fastuosos felpudos de hace no muchos años, qué se fizo? Estoy convencido de que el afeitado chochal es represivo, y que tiene mucho que ver con que las tías ahora no tengan ni puñetera idea de chuparla, o de que sólo sepan follar, como ya dejé aquí anotado en otra ocasión, o bien como cadáveres o bien como epilépticas, sin resto ya ninguno de ars amatoria ni de felinidad. Ah, benditos setenta: las "gargantas profundas" iban con los felpudones. Un indicio siniestro de nuestra penuria erótica es que ahora lo natural (¡por animal!), que es el felpudo (¡y los pelos en el sobaco!), hay que buscarlo en la sección de perversiones de cualquier web porno. Sólo ahí, junto con los travestis, los zoófilos y los coprófilos, aparecen las mujeres "unshaved" o con "bush" (entrañable acepción de la, hoy por hoy, asesina palabra). Por eso, por esa represión generalizada, me basta ver un sobaco peludo para ponerme a cien. Con Maud por ejemplo: Maud se quita la camisa ante Trintignant y, por más que estén discutiendo sobre Pascal, a mí me la pone tiesa su sobaco peludo. Es una afición que ya casi nadie tiene, siniestro mundo de tiquismiquis. Y el origen hay que buscarlo en un devastador terror al sexo que se va extendiendo cada vez más. Los hombres son cada vez más finolis: Adolfo Domínguez los amariconó. Se echan colonia y no tienen ni puta idea. Pero son, ante todo, unos cobardes. Sienten un horror visceral hacia lo femenino (hacia la nuda materialidad de lo femenino)... con el que las mujeres (cada vez más abstractas, más poseídas por ese invento masculino que es la abstracción) colaboran flagrantemente.

Me despido con un pasaje de García Calvo que puede dar más pistas sobre este asunto (¡sí, allego una voz prestigiosa a mi asunto animal!):
El coño, y especialmente velloso, apareciéndose como un objeto de descubrimiento terrorífico para el niño, tiene, como cabeza de Medusa, la virtud de dejar a los hombres petrificados cuando aparece. (...) Evidentemente, la aparición del coño velludo, especialmente del de la madre, es traumática para el niño, es profundamente terrorífica, se lo confiese o no (la represión puede ser más temprana o más tardía), en primer lugar, porque la mujer, el otro sexo, es esencialmente la desnuda, la carente de vello, es el caso justamente más alejado de la animalidad en la visión corriente, porque carece mucho más, está mucho más avanzada, diríamos, en el progreso de alejamiento de la animalidad que los hombres del sexo masculino en cuanto mucho más carente de vello, habiendo perdido mucho más el pelo de la dehesa, como se dice. Por tanto, la aparición del coño velludo es la aparición del vello del animal, pero precisamente en la desnuda, en el caso que se siente como más avanzado de la humanidad.

Por cierto, cáspita, que veo ahora al copiar estas líneas que en el mismo artículo me alude García Calvo (la referencia bibliográfica es: García Calvo, Agustín, "Los dos sexos y el sexo: las razones de la irracionalidad"; en Savater, Fernando (ed.), Filosofía y sexualidad; Ed. Anagrama, 1988). Con esa alusión me despido definitivamente:

El sexo dominante sabe que es dominante precisamente gracias a su limitación. El ser se funda en el número. En eso que llaman las señoras hacer el amor se sabe muy bien que hay una desigualdad tremebunda entre los sexos en principio: los hombres son limitados, numéricos; el más atlético de todos los que se pongan a hacer el amor, queda, por así decir, encerrado dentro de números que se cuentan con los dedos de la mano, y generalmente sobran casi todos.

(Pues sí, Agustín: qué le vamos a hacer :-)