13.11.07

Contra el almanaque anglosajón

Ayer salí temprano a pasear, justo después de comer (últimamente venía haciéndolo con la tarde más avanzada, o casi acabándose). La temperatura seguía ideal, en este noviembre de camisas ligeras. El verano ha sido suavísimo, y el otoño se sucede perfecto: si esto va a ser el cambio climático, que no nos toque Gore las pelotas (al menos, por estas latitudes). Luego se levantó un poco de fresco, pero entonces noto cómo mi cuerpo es el de un animal de sangre caliente. Mi cuerpo, en realidad, es un puto termostato: aguanta fenomenalmente tanto el frío como el calor. Siempre he sido un chollo para mis novias: en invierno doy calor, y en verano fresquito (y doy borrascas y huracanes, cuando se tercia). Estuve un rato mirando el mar. Sereno oleaje, y en el cielo ese tipo de nubes que, según las enciclopedias, se llaman "cirros". Los atardeceres en Málaga son catastróficos. Entre otras cosas, porque no existen. El sol se pone enseguida detrás del monte, y se acabó el espectáculo. Aquí para ver un rayo verde hay que irse a Nerja o a Marbella. Queda sólo el efecto del crepúsculo en la dirección opuesta: ahí sí pueden apreciarse bonitos pasteles en el mar. Se aprecian, de hecho, pasteles preciosos: rosas, celestes, una suerte de solidificación cobalto justo antes de que se eche la noche encima. Ayer, sin embargo, me levanté antes. Llamé a Curro y quedamos en la plaza de la Marina. La última vez que lo vi me dejó el Tractatus de Wittgenstein. "¿Qué, cómo llevas el Tractatus?", me dijo a modo de saludo. Y yo ya me puse a payasear: "¡Absorbido me tiene! ¡Absorbidísimo! ¡Llevo una semana absorto en la proposición uno! ¡Ni siquiera he podido pasar a la proposición uno uno, y menos a la uno uno uno! ¡En la uno me he quedado, absorbidísimo: el mundo es todo lo que acaece, según la traducción de Tierno! ¡El mundo es todo lo que acaece! ¡Ahí sigo, de ahí no salgo!". Antes de sentarnos a tomar una cerveza, Curro quiso pasarse por la librería para ver si había llegado el libro de entrevistas sobre Cioran. Mientras él husmeaba, yo me puse a mirar el expositor de los almanaques. A los fetichistas de las fechas nos entra ya el nerviosismo a estas alturas del año. El mercado del alamanaque es duro: los Rothko, los Klee, los Miró y los Monet , que son los que mejor adornan las paredes, desaparecen enseguida. A poco que te descuidas, quedan únicamente los Picassos (y no puede ser uno tan suicida como para pasarse un año con Picasso en la pared, y menos en Málaga). Resulta significativo, por cierto, que Duchamp no esté instalado en estos merchandisings : después de todo, su castillo de la pureza no se ha enfangado en el comercio, como los demás. La elección del almanaque tiene su miga. Uno elige una serie de imágenes que lo acompañará durante un año entero. Hay muchos almanaques que no están mal: si fuese para tenerlos sólo una o dos semanas, no habría problema. ¡Pero todo un año! ¡Ahí hay que hilar fino! Al final hay que escoger imágenes que no se agoten demasiado rápido. Imágenes que no resulten invasivas, y que tengan muchos matices. Imágenes pasivas, que tú vayas a buscarlas cuando las mires; no activas, que se lancen a ti como fieras. Al final, ya digo, apenas cumplen los requisitos Rothko, Klee, Miró y Monet. Este 2007, sin embargo, he tenido a Leonardo da Vinci. Mi hermano estuvo el año pasado en Italia y me trajo un almanaque con sus cuadros y grabados. Era bueno, y ha aguantado bien hasta octubre. Pero, desde entonces y hasta fin de año, el almanaquista había concentrado las imágenes de pitanzas con la excusa de la ciencia anatómica (piernas desolladas, vientres de preñadas abiertos como estuches). Cosa chunga: he tenido que desmontarlo. El problema, en lo que a almanaques se refiere, es que se han impuesto los anglosajones: esos que empiezan la semana por el domingo, cosa que detesto. Es como equiparar el descanso divino del séptimo día con la nada previa a la creación. Yo quiero almanaques que empiecen por el lunes. A mí sí me gustan los lunes. Adoro el vigoroso lunes, con su pujanza de día primero de la semana. En el almanaque anglosajón, sin embargo, el lunes lleva ya una indeseable joroba de domingo. Una joroba turbia de tedio y de desiertas avenidas que casa mal con el nervio del atlético lunes: es como si al espíritu tiburón del lunes se le encasquetara un chándal dominical. Pero es una batalla perdida: ya no hay ningún almanaque en el mercado que no sea anglosajón. Ayer escogí, por primera vez, uno de Turner. Este pintor siempre me ha gustado, aunque jamás había tenido un almanaque suyo. Desde luego, cumple los requisitos. Su pintura es pasiva: apacibles nieblas de oro y plata, resplandores amortiguados. Anoche mismo lo colgué en la pared, con su envoltorio transparente: es como tener ya a a la vista al 2008, metido en su celofán. El 1 de enero rasgaré el plástico para que el año pueda sacar la patita. (El fetichismo de las fechas es una manera de erotizar el tiempo: a esa cosa abstracta, le damos cuerpo. Para acariciarla, para follárnosla —y para que nos folle.)

El libro de entrevistas sobre Cioran no había llegado aún, pero Curro se compró los cuadernos de Valéry. Nos fuimos a beber unas Alhambras al Café Negro: cruzaban rusas tetonas. Y chicas guapas de la tierra y ceporrines, uno de los cuales dejó al paso una frase de psicología dinámica: "Ezo ya va en la perzona". Luego, en un bar de tapas, pedí wittgensteinianamente unas crocquetas. Ya camino de casa hablé por el móvil con Hervás, que regresó hace seis días de Buenos Aires y aún conserva el horario argentino ("me acuesto a las nueve de la mañana y me despierto a las cinco de la tarde"). Se me ocurrió una idea para un relato: un hombre se enamora de una bonaerense (un amor imposible, por supuesto) y, al volver a España, conserva durante el resto de su vida el horario de allá. La historia se titularía, inevitablemente, "Desfase horario". Me dio nostalgia de Brasil, por extensión, y entré en el supermercado de El Corte Inglés a comprar una Brahma. Me la tomé a medianoche, acordándome de las de Copacabana, Ipanema, Camburi, Itapoã y Abaeté. (También nos gusta a los fetichistas de las fechas sentir el año por anticipado, cuando el almanaque está limpio.)