11.7.08

Bossa Nova y Duchamp



Nada más bajar del avión en Barcelona el miércoles, fui a la exposición Duchamp, Man Ray, Picabia, en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (¿se darán cuenta alguna vez los nacionalistas de lo palurdos que resultan en determinados contextos?). La exposición fue un festín: no sólo estaba el Gran Vidrio (la copia supervisada de Hamilton), sino también un montón de obras de Duchamp que no me esperaba. Me emocioné ante sus cuadros Novia, El paso de virgen a novia y Dulcinea (especialmente el primero). Había más cuadros, y bastantes ready-mades, incluidos el urinario y la rueda de bicicleta, y la Monalisa bigotuda, y los rotorrelieves (girando), y la Boîte-en-valise, y algunos manuscritos, y muchas fotografías... La mayoría de éstas, naturalmente, de Man Ray. Por las que no eran sobre Duchamp y por sus cuadros y objetos, así como por los de Picabia, pasé volando: me gustaron, pero para mí no eran más que un (buen) acompañamiento de los de Duchamp. Sólo me detuve ante una pequeña fotografía de Ray en que aparece Lee Miller haciéndose una pompa de jabón encima de la teta: un pecho sutil de transparencia sobre el de carne, desnudo. En cuanto al Gran Vidrio: ¡glorioso! Impone respeto, y a la vez inspira levedad. ¡Qué obra más limpia y diáfana! En la exposición había dos rincones impotentes, pero aun así de agradecer por los duchampianos: una pequeña fotografía, ya que no podía estar el cuadro, del Desnudo bajando una escalera, y un remedo electrónico de Etant Donnés: sobre una pared se proyectaba la puerta, por cuyos dos agujeritos podía verse el maniquí. Precisamente hace unos días, revisando libretas viejas, me encontré una asociación que hice hace tiempo: el brazo de la chica que sostiene la lámpara traza una línea similar a la de la cuesta del ciclista ético (y la lámpara misma podría ser el sol que hay encima de la montaña). Me gustó, por cierto, que la exposición estuviera en un monte con tradición ciclística: Montjuïc. Desde allí, antes y después, estuve deleitándome con las fabulosas vistas de Barcelona. Y bajando luego la escalinata se produjo un momento duchampiano-landista. Me di la vuelta para mirarle el culo a una espectacular chica que subía, y entonces venía bajando otra al trote con sus dos tetas botando. No iba desnuda, ni lo necesitaba. Casi toco la cuarta dimensión.

Solté mi mochila en el hotel y fui al almuerzo con la facción barcelonesa del Nickjournal. Un encuentro la mar de agradable. Cuando nos despedimos, pasadas las cinco, me entró el miedo escénico y me fui a mi habitación a repasar mi intervención en Casa Amèrica (la presentación de Bossa Nova era a las siete). No temía quedarme en blanco, pero sí estar demasiado rígido, como me pasó la última vez que hablé en público (que conté aquí). Al final la cosa salió más o menos natural, aunque me dejé algunas cosas en el tintero. Sí dije lo esencial de lo que pretendía: que me alegraba que el acto fuese en Barcelona, porque en Barcelona fue donde vi por primera vez a João Gilberto; y que mi propósito al traducir el libro fue que en español resultara tan placentero de leer como en portugués. La presentación la hizo (muy bien) la editora de Turner, Pilar Álvarez, e intervino para concluir Alfredo Lorenzo, de Tangará. Éste nos dio un notición: que João Gilberto acaba de tener otro hijo, a sus setenta y siete años. João Gilberto y Duchamp: tienen más cosas en común de lo que pudiera parecer. El amor por la transparencia y la nitidez, por ejemplo. Su incansable insistencia en lo mismo, con sutiles variaciones. Y, sobre todo, que han sido dos artistas libres, siempre a su aire. Ahora, para mí, están unidos también por Barcelona.

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(1.9.12) El director del MNAC se da cuenta del palurdismo. Me ha llevado a la noticia este correo catalán de Arcadi Espada.