9.8.08

Lecturas africanas

Además de las relecturas del Cahier de Talamanca de Cioran y de la “Epístola a Arias Montano” de Aldana, he leído estos días El amor dura tres años y 13'99 euros de Frédéric Beigbeder y El rayo verde de Julio Verne, y he retomado la biografía de Spinoza por donde la dejé hace un mes. Insuperable Cioran, como siempre. Una cita del principio: “À Ibiza, la différence entre les saisons est minime. L’hiver n’y est qu’une légère aggravation de l’automne”. Otra de enmedio: “Je suis un obsédé qui se dissipe, qui gaspille et pulvérise ses obsessions”. Y otra del final: “J’aime la naïveté, la force, la connerie, la gentilesse; et déteste la fébrilité, la duplicité, la versatilité, etc., tous défauts que je comprends de l’intérieur”. Beigbeder, en cambio: qué cargante payasete. Me han entretenido sus libros, sin embargo (más el primero que el segundo): no por su valor literario, sino por su valor, digamos, de mercado. (El cual, por cierto, me parece con frecuencia un territorio más sofisticado, y en el fondo limpio, que el de la literatura; al margen de que Beigbeder sea, personalmente, un niñato de lo más convencional.) En el poema de Aldana, que debo estudiar con detenimiento, he cazado otro guiño al aprendiz al sol: "Un monte dicen que hay sublime y alto,/ tanto que, al parecer, la excelsa cima/ al cielo muestra dar glorioso asalto". Pero la gran maravilla ha sido El rayo verde: un libro de personajes deliciosos, y deliciosamente ambientado en Escocia, cuyo argumento principal, y su suspense, estriba en la búsqueda de un horizonte marino en el que se ponga el sol, despejado. Su búsqueda es también una búsqueda espiritual: "Este rayo tiene la virtud de hacer que aquel que lo ha visto no pueda jamás equivocarse en cosas del corazón; su aparición destruye las ilusiones y las mentiras; y el que ha tenido la dicha de verlo sólo una vez, ya puede ver claro en su corazón y en el de los demás". Inevitablemente, he vuelto a ver también la película de Rohmer, que me había traído en el disco duro externo. Ha sido la primera película que he puesto en esta casa. Y la primera música que he hecho sonar, para bautizarla, ha sido la de Antonio Carlos Jobim: primero sus interpretaciones instrumentales, y después un recopilatorio de versiones jazzísticas en el que destaca una apoteósica de "Chega de saudade" por Dizzy Gillespie.