30.9.08
La clave
Segovia estaba a tope, muy incómoda para pasear por el centro. Muchos transeúntes eran escritores; sobre todo Antonio Colinas, con el que nos cruzamos varias veces. Hace poco me estuve leyendo su ensayo sobre la Vita nuova de Dante: muy flojo, aunque me resultó útil. También andaba por allí Andrés Sánchez Robayna. Su poesía nunca me ha gustado, pero sus diarios sí: mucho. En otro momento vi a Juan Goytisolo, y pensé que en ese momento nos encontrábamos en Segovia el cien por cien de los escritores españoles que actualmente vivimos en Marruecos. Al final conocimos los tres lugares en que había conferencias: el teatro Juan Bravo, la sede de Caja Segovia y la iglesia de San Juan de los Caballeros. En el teatro tenía su gracia que, para avisar al público, ponían por los altavoces la grabación de siempre: "Señoras y señores, el espectáculo va a comenzar". Y entonces salían los escritores... El mejor que ha habido en la ciudad estos días, por cierto, ha sido un lugareño anónimo que, al indicarme el camino, me describió así el edificio de Caja Segovia: "Es grande, es gris y es de piedra". ¡Ni Azorín, macho!
En cuanto a las conferencias, el domingo fue el plato fuerte, con el diálogo entre Mario Vargas Llosa y el director de El País, Javier Moreno. A Vargas Llosa, que es mi favorito del boom con diferencia, ya lo había visto otras veces, así que mi curiosidad estaba en ver a Moreno. Siempre me ha llamado la atención lo poco que aparece en los medios audiovisuales, teniendo el poder que tiene. Me gustó su presencia, y cómo hablaba. Sus maneras eran ligeramente curiles, pero no traspasaban el umbral de lo que es, simplemente, buena educación y control del comportamiento en público. Sobre el contenido, me remito a lo que señalaba ayer Arcadi Espada en su blog. Añadiendo quizá, como ejemplo, el tendencioso artículo que El País le dedicó la semana pasada a Albert Boadella (el tal Borja Hermoso, con sus especulaciones sobre el bufón, se ha destapado como un perfecto cortesano). La acusación de Moreno, naturalmente, es verdad. Pero, como vemos, no es toda la verdad. En esta España nuestra de los sectarismos, hay verdad para todos. Hay verdad para dar y tomar. (¡Qué cansancio!)
El acto más divertido al que asistimos fue al del editor alemán Klaus Wagenbach (también especialista en Kafka) y Jorge Herralde, conducido por Malcolm Otero. Fue una conversación de amigos cómplices y algo achispados: muchas risas y simpáticas maldades relacionadas con el mundillo. Había un elemento cómico añadido: como la traducción iba algo retrasada, las risas del alemán o las provocadas por el alemán estallaban cuando ya se estaba diciendo otra cosa. Fue un encuentro encantador, y con unas manifestaciones de inteligencia difícilmente refutables. Algo diferente fue la conferencia de la australiana Germaine Greer, cuyo obra La mujer eunuco estuvo de moda en los setenta. La autora tenía una considerable empanada mental, pero muy bien elaborada. Es una fantástica oradora. No deja de sorprenderme la gente que suelta tópicos con tanta pasión y convicción. Tópicos y alguna que otra barbaridad, como cuando afirmó que "los españoles estuvieron a punto de conseguirlo en los años treinta". ¡En los años treinta! ¿Pero esa señora sabe lo que fueron nuestros años treinta? Ni siquiera el momento más gozoso, que fue el de la República, puede dejar de contemplarse hoy con impotencia y desolación. Aunque ella ni siquiera se refería a la "democracia formal" (donde la promesa, aun en el contexto de la siempre burda y brutal realidad española, tuvo al menos una cierta articulación pragmática), sino a los delirantes intentos revolucionarios de principios de la guerra. Su anarquismo feminista es muy emotivo (durante su discurso se golpeó varias veces el corazón), y en él puede contemplarse con notable transparencia el fundamento rousseauniano de todo anarquismo. Su fe en el buen salvaje le hizo hablar de "genes anarquistas" (en los españoles, nada menos) y de no sé qué impulso que le venía a ella de los aborígenes australianos. Germaine Greer, que participó en el Gran Hermano (supongo que Vip) inglés, puso como ejemplo de esos "genes anarquistas" españoles cierto plante de los concursantes del Gran Hermano español. En fin.
Pero el encuentro que más me hizo pensar fue el más aburrido: la entrevista de Manuel Rodríguez Rivero a Peter Schneider, autor de Lenz. La preguntas estuvieron bien, pero las respuestas fueron soporíferas. Por este motivo pude fijarme en el formato: la voz cansina del alemán, la traducción superpuesta (que escuchaba yo por los auriculares), igualmente cansina, y mecánica. Entonces algo hizo clic: recibí un magdalenazo que me llevó a los tiempos de mi adolescencia. Las noches de los viernes. Yo me empeñaba en que en la tele se pusiese la segunda cadena, y al final se quedaba sólo mi madre conmigo en el salón, haciendo punto en un extremo del sofá. Y yo veía la película y, sobre todo, el coloquio de La Clave. ¡La cultura! Salían alemanes como ese Schneider, con su hilo de voz en alemán y la voz mecánica del traductor encima. Eran, lo veo claramente, un coñazo. ¿Pero cuántas horas me tragué? Fue un viernes tras otro durante meses, durante años. Tipos hablando en alemán o en inglés o en francés (¡o en español, pero éstos ya sin traducción simultánea!) y yo escuchándolos aburridísimo, pero animado por la promesa de algo. Parecía que alguna luz iba a entreverse, de un momento a otro, por entre aquellos nubarrones grises... pero nunca ocurría nada. Lo más, alguna frase brillante por aquí, alguna observación curiosa por allá... Pero en lo sustancial todo permanecía oscuro. Muchas horas después llegaban las preguntas de los telespectadores, seleccionadas por un hombrecillo que aparecía en un recuadro. Merino se llamaba, lo recuerdo ahora. (Y el presentador, cómo no, Balbín.) El programa terminaba a las dos o a las tres. Mi madre hacía tiempo que se había ido a la cama. Yo me acostaba y a veces intentaba recordar algo del debate. Se me había olvidado todo. Quedaba sólo esa música monótona: la voz extranjera, la traducción superpuesta en español; ambas grises, prometiendo algo que no llegaba nunca. (El conocimiento, una luz, un bienestar.)
En el tren de vuelta tuve suerte: pusieron Melinda y Melinda de Woody Allen. Luego picoteé en Los pensamientos del té de Guido Ceronetti. (En el viaje de ida empecé En solitario de James Salter, y el viernes por la mañana compré en Madrid el Spinoza de Alain.) De entre los pocos aforismos de Ceronetti que pude leer (el Ave no dio para más), me quedo con este: "Carece de importancia que una mujer sea la puerta 'del paraíso'. Lo realmente importante es que sea una puerta. La angustia es el muro".
25.9.08
Falso silencio
Fernando Savater se fue ayer al cine a las nueve de la mañana junto con su mujer y dos guardaespaldas. Salió bufando de la proyección de 'Tiro en la cabeza'. «Es algo que nunca se había hecho antes, y espero que nunca se vuelva a hacer», ironizó. «La película es una vaciedad mental. Revela el vacío mental que mucha gente tiene respecto al terrorismo, sobre todo los que creen que saben algo». El filósofo reconoce que tuvo que hacer serios esfuerzos para no quedarse dormido. «Es un filme democrático, porque aburrirá tanto a partidarios como a detractores de ETA, una tortura para todos. Y por cierto, ¿por qué en estas películas que quieren reflejar la cotidianidad de la vida real no sale nunca nadie cagando».
En fin, por lo que voy leyendo sobre la película, creo que no tendré demasiado que objetarle en sí. A mí las películas de ese estilo me suelen gustar. A ésta se le podrá reprochar, en efecto, que excluya acciones escatológicas o sarcásticas. Con el asesino De Juana y su novia bizquita, por ejemplo, podrían hacerse virguerías mudas: ella chupándole las almorranas a De Juana (sí, le gusta toda la mierda de su novio, la física también, y más si lleva sangre), o De Juana follándosela "con tomate" y fantaseando (¡para que no se le desmorone el negocio!) con que le ha dado un tiro en el chocho (Tiro en el chocho, podría titularse el remake)... También podría montarse una secuencia satírica como la que presencié en Asilah este verano. Aquí sí habría voz, pero sería en plan "sonido de la calle". Una noche llegó una panda de jarrais a una terraza en la que yo estaba cenando. El camarero marroquí les llevó la carta. A los dos minutos, los simiescos subgudaris se pusieron a bufar: "Eh, ¡que no está en español! ¡Tráenosla en español!". Como se ve, las posibilidades de la "vida cotidiana" son infinitas... Pero creo que ése no es el asunto.
El asunto es el fraude que esta película supone, no porque resulte más o menos tibia o aburrida, sino porque traiciona sus propias premisas. ¿En qué consiste el fraude? Tiro en la cabeza se ha presentado como una apuesta por el silencio. Se ha pretendido mostrar una determinada acción (criminal, en este caso), sin un discurso explícito a su alrededor, ni de justificación ni de condena. La opción no es valiente, pero sí me parece lícita. El problema es que la película no ha venido sola con su silencio, sino acompañada por las declaraciones del director. La película ha venido con un ruido incorporado: el discurso de su director, que ni siquiera se ha limitado a ser un discurso estético, sino que ha querido ser también ético y político; cagándola en los tres frentes. Ha sido un espectáculo instructivo (uno de esos casos artísticos que tanto le gustan a Félix de Azúa): el sabotaje en directo de un artista (hablador) contra su obra (muda). Lo que hace recaer la sospecha en el origen mismo: el silencio, en realidad, nunca había existido en este caso. La obra venía viciada desde su concepción.
En cuanto a las declaraciones propiamente dichas de Jaime Rosales: son, sin tapujos, las de un idiota político. Alcanzan nivel Medem. El director no sólo ha incorporado, en su supuesta equidistancia, elementos retóricos de los criminales ("conflicto", "las dos partes", como indiqué el otro día), sino que ha salido con la improcedente monserga de que "se ha terminado el tiempo de las palabras", de que "hay que callarse" para facilitar la "solución", etcétera, etcétera. Uno que se ha sumado con entusiasmo a estas pamplinas ha sido el comentarista de Radio 3 Javier Tolentino, que lleva dos días predicando ese "silencio"... para que llegue la paz "a Euskalherria" (sic).
Pues de silencio, nanai. Os vais a quedar con las ganas. Unos asesinos como los etarras, que fundamentan sus crímenes en la mentira, no pueden ser combatidos con el silencio, sino con la verdad. A este respecto, qué bien ha venido el ejemplo de la lúcida oyente vasca que llamó esta semana al programa de Carlos Herrera en Onda Cero. Su testimonio puede escucharse aquí. El mejor momento es cuando un contertulio le pregunta por qué ella tiene las cosas tan claras sobre el terrorismo mientras otros muchos vascos no. Respuesta: "Porque mis padres me contaron la verdad". Fue precioso, porque parecía una confirmación del famoso poemita de Jon Juaristi, "Spoon River, Euskadi"; el mismo poema, desde el otro lado:
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.
* * *
PS. Me dice Curro esta tarde que Rosales ya se muestra tendencioso desde la elección misma del sujeto. Que, en vez del terrorista aislado en Francia, con su aséptica vida cotidiana, debería haber sacado al terrorista (o al jarrai o al batasuno) en su salsa: en su cloaca del País Vasco. Verle llevar su vida regalada. Sus bravuconadas con los amigotes. Sus festejos trogloditas. Su tribalismo. Su gregarismo. Su beatería. Su ventajismo permanente. La absoluta ausencia de "opresión española". Cómo su tarea consiste en estar jodiendo permanentemente a los no nacionalistas. Cómo el nacionalismo alimenta su mierda cotidiana. Cómo, en suma, son unas ratas. Si la mirada de Rosales pretendía ser zoológica, ¿por qué no los ha sacado como ratas? Ahí sí que hubiera bastado con una impasible "mirada objetiva". Después, en la conversación, hemos caído en algo interesante: los años anteriores estaba la matraca del "diálogo"; y ahora que ya no cuela, parece que empieza la matraca del "silencio".
(30.9.08) Artículo de Savater sobre Tiro en la cabeza.
22.9.08
Woody Rebecca Almodóvar
Esta vez fue en el multicines Larios, a las cuatro y media. Las tardes de otoño con Woody se las arreglan siempre para ser un poco melancólicas, por más que este año haya caído técnicamente en verano y a la salida me diese un paseo por la playa. Mi ritual se parece un poco al de Savater en Epsom: sólo que, en vez de caballos, voy a ver actores; y, en lugar del hipódromo (con su ineludible curva de Tattenham), rincones de ciudades que en otras ocasiones fueron Nueva York o Londres, y en ésta Oviedo y Barcelona. La película me parece que es mala, pero lo pasé muy bien. No sé si es que ya voy predispuesto absolutamente a favor... La analizo ahora y no se sostiene por ningún lado. Es risible y tópica en muchos aspectos. Contiene frases de vergüenza ajena. Y, sin embargo, funciona. Entretiene en todo momento, y emociona a ratos. Y es ligera y encantadora.
Es una película, curiosamente, muy almodovariana. La España de postal que sale, de colores nítidos y fuertes, es heredera de la España para extranjeros que saca Almodóvar (y que a mí, dicho sea de paso, me gusta). La banda sonora de guitarra también. Es más: el concierto en el patio nocturno es un calco del de Caetano Veloso con la dichosa canción del cucurrucucú. Y es Almodóvar puro la historia, con esas pasiones y ese trío... Aunque Allen aporta un mayor refinamiento, más capacidad para el matiz. La cosa tiene miga, en realidad. Porque, al mismo tiempo que contiene esa sofisticación neoyorquina, la película a veces remonta el curso almodovariano y desemboca en el landismo. Un landismo de macho hispánico exitoso, en que Javier Bardem aprovecha para recuperar su personaje de Jamón, jamón. Esto tiene una regocijante lectura en clave de política local. Al pobre Woody le ha colado el magnate Roures esa estolidez de que Vicky esté haciendo un máster "en identidad catalana" (sic). Los nacionalistas nunca son conscientes del ridículo que hacen. Pero en este caso, además del ridículo en sí de la denominación, se produce un ridículo argumental. En efecto: la chica que estudia "identidad catalana" es justo la más pizpireta y puritana, la de mentalidad más convencional. Eso, de partida. Porque, gracias al contacto con el macho hispánico (que no es catalán, sino asturiano), la chica descubre la pasión y salta, siquiera por una noche, las bardas de su moral burguesa. De este modo, Vicky Cristina Barcelona se convierte en una involuntaria actualización de Últimas tardes con Teresa, con Bardem de nuevo Pijoaparte (dándole un buen pollazo a la "identidad catalana").
Por último, los actores. Penélope Cruz, digan lo que digan los críticos, está horrenda (¡esa mujer se me ha atravesado ya irreversiblemente!). Bardem, por contra, está insuperable. Su único defecto, que es su voz, queda corregido en la versión doblada (¡que es la que hay que ver, digan lo que digan los críticos!). Scarlett Johansson está tiernísima, cada vez menos diosa y más mujer adorable y (¿será locura decirlo?) accesible. Patricia Clarkson da otra lección de interpretación, como en Elegy. Pero la gran sensación es Rebecca Hall: ¡qué maravilla! Cae mal al principio, pero poco a poco te va conquistando (quizá en la medida en que va desprendiéndosele la costra de su máster) y al final sale uno enamorado, del personaje y de la actriz. Esa es la diferencia con las películas de Almodóvar. Uno nunca sale enamoriscado de sus chicas: en mi caso, sólo me pasó con Leonor Watling en Hable con ella. Con Woody Allen, en cambio, sí. Quizá por eso las tardes con Woody terminan siempre melancólicas.
Por cierto, que he empezado a leer otro libro de James Salter, Anochecer, y el primer relato también está ambientado en Barcelona. Grande Salter: "Barcelona al amanecer. Los hoteles están a oscuras. Todas las grandes avenidas apuntan hacia el mar".
21.9.08
Eclipse
Me envía Chema Cobo la tarjeta de su nueva exposición, Eclipse, que se inaugura el próximo 2 de octubre en la galería Antonio Machón de Madrid. Yo me encontraré en Marruecos, pero quienes quieran pasarse, están invitados. Poco antes de mi partida, tuve ocasión de entrar en su estudio y ver los cuadros en que estaba trabajando: una experiencia emocionante. Al despedirnos me regaló un montón de catálogos antiguos. Estuvo bien esa doble contemplación de su obra: en la reproducción de los catálogos, y en los cuadros recién creados (o creándose) y aún sin catalogar. El momento intermedio, el de los cuadros en una exposición, ya lo viví y reseñé aquí. Vuelvo a mirar aquella escalera y percibo la hermosa correspondencia con la actual. También en esta ocasión se trata de un "desnudo bajando una escalera", en que la propia escalera es el desnudo. Un fantasma transparente que ahora es más sensual incluso, mojado y azul en su invisibilidad.
20.9.08
Antes del estreno
Tras Las horas del día, me deslumbró La soledad. Las declaraciones del director que he ido leyendo o escuchando acerca de su arte me han parecido a su vez sabias, exactas, profundas. Eran las palabras de un artista cerebral, sensato, que concibe el arte como una búsqueda expresiva arriesgada, encaminada a la emoción. Una actitud intachable. Por eso, cuando supe de su proyecto sobre el terrorismo etarra, di por descontado que era un paso valiente, una osadía más en su trayectoria: que iba a agarrar con limpieza (artística y moral) el sucio asunto. Ahora en cambio, sin haber visto la película, estoy empezando a temer que no vaya a ser así. El primer mal síntoma ha sido la selección de Tiro en la cabeza por el festival de cine de San Sebastián, un festival que tradicionalmente ha oscilado entre la ambigüedad y la cobardía ante el terrorismo. El segundo, una alarmante entrevista que escuché la otra tarde en la cadena Ser.
La entrevista la hizo Gemma Nierga en La ventana, y los invitados eran el director Jaime Rosales y el protagonista Ion Arretxe. El discurso de ambos, obviamente, era pacífico y humanista. No justificaban el terrorismo en absoluto. Lo condenaban. Pero en sus palabras ya se había introducido el virus. Por eso escribo esto. Hace ya mucho tiempo que la lucha contra el crimen viene siendo también un asunto de palabras. No se puede dejar pasar ni una: nos va la vida en ello.
Lo de menos es lo de exponer “el lado humano” del terrorista. Al fin y al cabo, en Las horas del día también se mostraba “el lado humano” del asesino psicópata. Pero resulta un poco mosqueante. Como es mosqueante el presentar la cuestión en términos de azar más o menos mecanicista: el desgraciado encuentro entre los guardias civiles y los terroristas, a raíz del cual éstos tuvieron que matar a los guardias civiles... con lo que también les sacude a ellos la tragedia, etcétera. Las dos cosas, como digo, son mosqueantes. Pero añado que estéticamente me parecen plausibles. Y estoy seguro de que el director lo habrá resuelto con dignidad. Para emitir un juicio definitivo, habrá que ver la película. Lo que no admite plazo es la crítica de ciertos elementos que aparecieron en la conversación. La sistemática referencia al “conflicto”, a “las dos partes” y toda esa parafernalia retórica que usan los cómodos conciliadores que no quieren ver que su amable conciliación está escorada hacia uno de los “dos lados”: el del crimen. La situación en el País Vasco es diáfana, tan diáfana que ciega a muchos: existe una ley (¡una ley democrática!) y existen delincuentes que la violan por medio del crimen, el secuestro, el chantaje, la coacción y la amenaza. Todo lo demás es retórica: retórica que favorece a los delincuentes. En un momento dado, Rosales dijo en la entrevista que confía que “el conflicto” se resuelva algún día, “porque yo tengo amigos en todos los partidos políticos, del PP, del PSOE, de HB, y al fin y al cabo a todos nos gusta tomar cañas”. Claro que sí, querido. ¿Pero quién demonios le amarga las cañas a quién en el País Vasco, mi vida? ¿Quién y sólo quién?
Gemma Nierga parecía regocijada con el discurso de Rosales: “Sabes que te van a llover las críticas desde ciertos sectores, ¿no?”. Él pensaba que no. Y yo espero que por la película, en efecto, no: pero porque no haya razón para ello. Para lo que dijo la otra tarde, en cambio, va a ser que sí: aquí le dejo mis gotas. Porque no se puede dejar pasar ni una: ni siquiera a los directores a los que admiramos. Nos va la vida en ello.
[Publicado en Nickjournal]
18.9.08
David Foster Wallace era Lady Di
Por cierto, que otra de las maldades que han empezado a circular por ahí es que su suicidio se debe a que un fan español le mandó un cedé de Jarabe de Palo y el pobre David Foster Wallace no pudo soportar verse con el mismo careto y las mismas pintas que el estólido Pau Donés.
17.9.08
Reseñas antiguas
[...] nada cuesta imaginar a Salter fumando y escribiendo tranquilo en una mesa mientras contempla cómo Hemingway se agarra a golpes con el barman y Fitzgerald cae borracho al suelo [...] Lo que no puede demorarse más es el placer de entrar a ese bar y —mientras Hemingway grita que él es el más grande y Fitzgerald que él es el más sufrido— sentarse a esa mesa donde un hombre mira y fuma y escribe en uno de esos silencios que dicen más que mil palabras.
He seguido buscando reseñas sobre Salter (¡ah el gran placer de las hemerotecas!) y he encontrado otras magníficas, como si el nivel del autor convocase a reseñistas de nivel: una más de Fresán sobre En solitario; dos de José María Guelbenzu, una sobre Pilotos de caza y otra reciente, que ya mencioné aquí, sobre La última noche; y un artículo-entrevista de Jacinto Antón. Ya con la hemeroteca abierta, he metido también el nombre de David Foster Wallace y ha aparecido esta entrevista que le hizo Eduardo Lago cuando se publicó en España La broma infinita. He ido a buscar también la reseña de Fresán sobre Hablemos de langostas, que leí hace meses en Letras Libres. Y veo su necrológica (que "no es una necrológica") de ayer mismo, en Página/12. Por último, dos textos más, espléndidos, sobre Foster Wallace: uno de Javier García Rodríguez (en el blog de Vicente Luis Mora) y otro de Alvy Singer (en Masacre en los jardines).
15.9.08
Un escritor menor
14.9.08
Un Holmes asesino
Pero volvió a conquistarme, pese a todo, la hermosura de La vida privada de Sherlock Holmes. Es una película que le pasa lo que a Encadenados, de Alfred Hitchcock: con todos sus demás atractivos (¡deliciosos, irrenunciables!), gana densidad y hondura si se la ve fundamentalmente como una historia de amor. Me quedé con ganas de más y me puse Avanti! Hará cinco años que la vi por última vez y sigue ganando con el tiempo. ¡Purita delicia! (Al final el romanticismo del cínico Wilder es uno de los pocos que sobrevive: porque lleva la dosis justa de pimienta para que no apeste el corazón.)
11.9.08
Chapuzón atlántico
10.9.08
Caza sutil
Volviendo al árabe. Resulta deliciosa la sinvergonzonería del método Assimil. Mi manual se titula, como los de los demás idiomas, El árabe sin esfuerzo. Pero en el prólogo ya te espetan la estafa: “Sin duda tendrás que trabajar y esforzarte. Sería pueril pensar y pretender que el árabe —como no importa qué otra lengua extranjera— puede aprenderse sin esfuerzo”. Con un par, Assimil: eres el Dioni de los métodos de idiomas.
9.9.08
Música concreta
4.9.08
Sigue la bossa
No me olvido de Brasil en Asilah. Los marroquíes tienen un aire a los brasileños. Hay ciertas similitudes en los puestos y en las calles. Y esta playa atlántica es como las de Copacabana o Armação. Ayer la pisé descalzo por vez primera, y me mojé los pies. Y me di un largo paseo por la arena limpia y compacta de la orilla. Estaba nublado. No había nadie: sólo algunos caminantes solitarios. Estos días de ramadán, propicios para el recogimiento. Se pone el sol. Unos minutos después suena una sirena, superpuesta a la llamada del almuédano. Las calles, en que ya había muy poca gente, se quedan desiertas. Todo adquiere una melancolía de anochecer de domingo. Pero en casa me acomodo entre almohadones, enciendo luces tenues y fumo escuchando Cuando los elefantes sueñan con la música, cuyo nuevo horario me viene perfecto. Después escribo hasta medianoche. En total trabajo ocho horas al día: cinco por la mañana (de nueve a dos) y tres por la noche (de nueve a doce). En este último tramo uno descubre que la cuerda que dejó al mediodía permaneció ahí toda la tarde, soterrada, tensándose entre la mañana y la noche. Trabajando en secreto.
2.9.08
Septiembre y ramadán
Esta tarde he ido a echarle un vistazo a la playa del norte: absolutamente vacía. Me he regocijado por el otoño que me aguarda, de paseos por la arena. En torno a Bab Homar vuelve a haber bullicio, aunque el resto de la ciudad sigue como atontada. En plena temporada turística esto era la mar de agradable, pero ahora resulta directamente paradisíaco.