22.9.08

Woody Rebecca Almodóvar

Paréntesis peninsular. En el barco vine leyendo Del Rif al Yebala, el libro de Lorenzo Silva sobre Marruecos. Al hilo de su viaje actual, bien contado, con fluidas descripciones y atinadas observaciones, Silva evoca momentos de la guerra del Rif y algunas otras escaramuzas históricas. El resultado es magnífico: al paisaje presente se le abre un desván, que es el pasado (lleno de juguetes polvorientos, que basta frotar un poco para que vuelvan a relucir de emoción y de sangre). Al relato le añade calidez el vínculo de Silva con Marruecos: su abuelo paterno participó en aquella guerra, y el materno vivió sus últimos años en Rabat (donde el autor tiene familia). Aunque el itinerario no pasa por Asilah, se cuenta la historia de un personaje relacionado con la ciudad: el extravagante pirata Raisuni, cuyo palacio domina la muralla que da al océano. En el libro he descubierto las dimensiones de la guerra del Rif, que ignoraba: ¡menuda escabechina! Y me he llevado una sorpresa al saber que el origen de los pueblos blancos andaluces no siempre está en las medinas marroquíes, sino que en muchos casos es al revés: fueron los andalusíes expulsados de España los que le dieron ese aspecto que nos resulta familiar. (A propósito, he encontrado aquí buenas fotos de la medina de Asilah.) El barco estaba casi vacío la semana pasada, pero se me olvidó contar algo del viaje anterior: un joven airado marroquí leía (¡con gesto airado!) a Nietzsche. Tendría dieciséis o diecisiete años e iba absorto en una traducción francesa de La genealogía de la moral, rodeado por su familia. Me pareció un espectáculo sublime. En fin, sabía que mi regreso a España me permitiría ver las últimas etapas de la Vuelta, con las tomas aéreas de Madrid (siempre tan nostálgicas) y el triunfo de Contador; pero me pilló de sorpresa que el viernes se estrenara la película de Woody Allen. Fue estupendo, porque así pude cumplir con mi costumbre anual de asistir a la primera sesión del día de estreno.

Esta vez fue en el multicines Larios, a las cuatro y media. Las tardes de otoño con Woody se las arreglan siempre para ser un poco melancólicas, por más que este año haya caído técnicamente en verano y a la salida me diese un paseo por la playa. Mi ritual se parece un poco al de Savater en Epsom: sólo que, en vez de caballos, voy a ver actores; y, en lugar del hipódromo (con su ineludible curva de Tattenham), rincones de ciudades que en otras ocasiones fueron Nueva York o Londres, y en ésta Oviedo y Barcelona. La película me parece que es mala, pero lo pasé muy bien. No sé si es que ya voy predispuesto absolutamente a favor... La analizo ahora y no se sostiene por ningún lado. Es risible y tópica en muchos aspectos. Contiene frases de vergüenza ajena. Y, sin embargo, funciona. Entretiene en todo momento, y emociona a ratos. Y es ligera y encantadora.

Es una película, curiosamente, muy almodovariana. La España de postal que sale, de colores nítidos y fuertes, es heredera de la España para extranjeros que saca Almodóvar (y que a mí, dicho sea de paso, me gusta). La banda sonora de guitarra también. Es más: el concierto en el patio nocturno es un calco del de Caetano Veloso con la dichosa canción del cucurrucucú. Y es Almodóvar puro la historia, con esas pasiones y ese trío... Aunque Allen aporta un mayor refinamiento, más capacidad para el matiz. La cosa tiene miga, en realidad. Porque, al mismo tiempo que contiene esa sofisticación neoyorquina, la película a veces remonta el curso almodovariano y desemboca en el landismo. Un landismo de macho hispánico exitoso, en que Javier Bardem aprovecha para recuperar su personaje de Jamón, jamón. Esto tiene una regocijante lectura en clave de política local. Al pobre Woody le ha colado el magnate Roures esa estolidez de que Vicky esté haciendo un máster "en identidad catalana" (sic). Los nacionalistas nunca son conscientes del ridículo que hacen. Pero en este caso, además del ridículo en sí de la denominación, se produce un ridículo argumental. En efecto: la chica que estudia "identidad catalana" es justo la más pizpireta y puritana, la de mentalidad más convencional. Eso, de partida. Porque, gracias al contacto con el macho hispánico (que no es catalán, sino asturiano), la chica descubre la pasión y salta, siquiera por una noche, las bardas de su moral burguesa. De este modo, Vicky Cristina Barcelona se convierte en una involuntaria actualización de Últimas tardes con Teresa, con Bardem de nuevo Pijoaparte (dándole un buen pollazo a la "identidad catalana").

Por último, los actores. Penélope Cruz, digan lo que digan los críticos, está horrenda (¡esa mujer se me ha atravesado ya irreversiblemente!). Bardem, por contra, está insuperable. Su único defecto, que es su voz, queda corregido en la versión doblada (¡que es la que hay que ver, digan lo que digan los críticos!). Scarlett Johansson está tiernísima, cada vez menos diosa y más mujer adorable y (¿será locura decirlo?) accesible. Patricia Clarkson da otra lección de interpretación, como en Elegy. Pero la gran sensación es Rebecca Hall: ¡qué maravilla! Cae mal al principio, pero poco a poco te va conquistando (quizá en la medida en que va desprendiéndosele la costra de su máster) y al final sale uno enamorado, del personaje y de la actriz. Esa es la diferencia con las películas de Almodóvar. Uno nunca sale enamoriscado de sus chicas: en mi caso, sólo me pasó con Leonor Watling en Hable con ella. Con Woody Allen, en cambio, sí. Quizá por eso las tardes con Woody terminan siempre melancólicas.

Por cierto, que he empezado a leer otro libro de James Salter, Anochecer, y el primer relato también está ambientado en Barcelona. Grande Salter: "Barcelona al amanecer. Los hoteles están a oscuras. Todas las grandes avenidas apuntan hacia el mar".