1.5.09

La Montaña de la Muerte

Me he levantado con un poco de resaca, y tarde. Anoche estuvimos en un bar nuevo llamado Bajozero y que recuerda a los de Sexo en Nueva York. Pero nada de sexo: había malagueñas. Pasado el mediodía, con el desayuno, he repasado el largo prólogo de Yoel Hoffmann a Poemas japoneses a la muerte, que está muy bien. Copio dos párrafos referentes a las montañas, y así completo esta entrada perezosa:
Sin embargo, de todas las creencias del antiguo Japón sobre la muerte, la más persistente es la que la relaciona con las montañas. Desde un principio se las tuvo por morada de los dioses y, como tales, se las consideraba sagradas. En sus cimas se erigieron santuarios sintoístas y, después, templos budistas. ¿Acaso vieron en ellas los japoneses de aquel tiempo el punto de contacto entre los dioses, que nacen del sol, y los hombres, que viven en la tierra? La palabra japonesa para los dioses sintoístas es kami, que significa también "lo más alto" —algo que parece indicar que los dioses contemplan desde las cumbres montañosas las estrechas planicies habitadas por los hombres.
.....Pero los dioses del Sinto no rigen la muerte, sino la vida. En algunas zonas del norte de Japón se venera a las deidades de las montañas como dioses del nacimiento, y en la prefectura de Aomori, también en el norte, las ceremonias de acceso a la madurez se celebran en ellas. La literatura clásica da pruebas de que los esponsales se realizaban en lugares montañosos. En muchas partes del Japón se cree que, en primavera, los dioses de las montañas se convierten en dioses de los campos y bajan a proteger los cultivos, tarea que sólo abandonan en otoño, tras la cosecha; entonces regresan a su hogar en las cumbres. Ahí, donde habitan los dioses, habitan también los muertos, contemplando las moradas de los vivos. Ello explica la creencia, vigente aún entre los japoneses de hoy, de que por lo menos la primera parte del viaje de la muerte transcurre por las montañas. Hasta hace muy poco se calzaba a los difuntos con sandalias de paja para que pudieran caminar por "la Montaña de la Muerte" (shide no yama). Y, como muchas otras creencias, la que representa a la muerte como un viaje por las montañas tiene su reflejo en numerosos poemas de despedida.
Hago una pausa para el almuerzo, y con los garbanzos recuerdo una ráfaga de conversación de anoche, con Ferré. Tenemos unas charlas muy graciosas últimamente. Yo le suelto bromitas sobre (contra) los nocillas, y él lindezas del tipo: "Lo tuyo es mera pirotecnia verbal; pero lo significativo es lo que subyace: tus esquemas conservadores de vida y pensamiento". El otro día me definió también Adrede como "dubitativo y vagamente vienés". No, si al final va a resultar que soy algo. Qué bello es vivir.