15.9.09

Sombras de políticos



Querido Arcadi:

Creo que también merece una mención esa impresionante (y abrumadora) foto de Solbes en la portada de El Mundo. Ahí está la otra cara de nuestro asfixiante y estólido mundo político español: por un lado, los presidentes de clubes de fútbol, tal Laporta, hablando; por el otro, los políticos callando. Esos Solbes o Sevilla que se van sin decir ni mú. No, no nos basta con sus gestos. No nos basta con que se exhiban apesadumbrados o que no quieran estar en la votación. Queremos que hablen y que digan por qué. No queremos iconos sentimentales: no queremos a políticos de espaldas proyectando una sombra patética. Queremos políticos de frente, que hablen. Eso es lo que queremos; o querríamos: porque esa especie es imposible. Los políticos que hablaban se quedaron por el camino, mucho antes de que pudieran ponérsele al alcance cualquier micrófono. Como decía nuestro Bayón, el sistema de promoción que impera en la clase política española es el de la “selección adversa”. Los que llegan son, literalmente, y por definición, los peores: los más mediocres, los más obedientes, los más cobardes. Así me despacho!

Un abrazo, J. A.

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Querido Arcadi:

Me avisa el amigo Bertrand de la broma de Pelegrí y voy a leerla. ¡Concuerdo! No me van a pillar a mí por el intercambio de nombres, porque, en efecto, salvo algún héroe suelto del País Vasco o Cataluña, todos los políticos españoles me parecen intercambiables. Piqué, por ejemplo: que no quiso cerrarse, mientras estuvo de político, ninguna puerta futura para los negocios. O Arenas, que apoyó el Estatuto andaluz exclusivamente para que no se le cerrasen las casetas de la Feria de Sevilla. Ese es el problema: en la Oposición se está también calentito, muy calentito. Forma parte de la tarta. También es Poder. Y estoy, por cierto, bastante cansado del ping-pong de los nombres. Quien más se parece a un político del PP es un político del PSOE; y viceversa.

Un abrazo, J. A.

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Querido Arcadi:

Contra lo que dice el amigo Desierto, Sevilla no se equivocó con la frase del charnego. Sólo, si acaso, en calificar a Montilla de tal. No hay hoy nadie en Cataluña más anticharnego que Montilla: nadie más alejado de aquellos “murcianos” que cantaba Gil de Biedma. En Montilla, por el contrario, se cumple el triunfo del nacionalismo: un muñeco que vino de otra parte y fue rellenado (o se rellenó a sí mismo) con paja nacional.

Un abrazo, J. A.

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Le dejo a Desierto la última palabra: buen colofón.