17.10.09

La región del tiempo

Cuando André Breton regresó de Nueva York a París tras la Segunda Guerra Mundial, en 1946, era ya un hombre anticuado. Había contribuido a modernizar el siglo XX, pero sus ademanes, su entonación, eran de otra época. Parecía, lo decían los jóvenes, un actor interpretando un papel viejo. Es verdad: pero lo pareció desde el principio. Su sensibilidad era romántica, simbolista: decimonónica. Por eso fue, quizás, el vanguardista más austero; el dadaísta más serio. Hubo siempre algo de programático en sus provocaciones. Y también en su decencia esencial, sustancial. En su rigor. En su exigencia de disciplina. Están las vanguardias y está el surrealismo, que no es en realidad una vanguardia, sino, como siempre sostuvo Octavio Paz, la reavivación del romanticismo.

Pero quería referirme al tiempo. Al acento del Breton de posguerra. Era parisino, pero antiguo; hablaba de un modo que ya no se estilaba. Están los acentos regionales, y está el de esa otra región: el pasado.