19.3.10

El número de oro

Voy al kiosco a por smints (¡los caramelitos de mi musa!) y me fijo en un libro: La proporción áurea. El lenguaje matemático de la belleza. Lo compro. Regreso a casa con pensamientos melancólicos sobre mi amor perdido por las matemáticas. Se me daban muy bien, pero en tercero de Bup opté por letras y no las volví a estudiar. En realidad, lo intenté: pedí aquello que se llamaba "letras mixtas", en que había matemáticas en vez de griego; pero no hubo alumnos suficientes para formar un grupo. Mis matemáticas ya están muertas. Mi mente se volvió antimatemática. Me convertí en un imbécil matemático. (No podría entrar en la Academia de Platón; aunque sí en el Infierno de Dante.) El libro pertenece a una colección titulada El mundo es matemático. Como perdí las matemáticas, perdí también el mundo. Picoteo en el índice: el secreto de las rosas, el triángulo de Pascal y la sucesión de Fibonacci, división de un segmento en media y extrema razón, las espirales y el número de oro, el simbolismo de la estrella pentagonal, embaldosados periódicos y no periódicos, los mosaicos de Penrose, la divina proporción de Luca Paciolli, las medidas ideales, crecer conservando la forma... Leo las primeras líneas del prefacio:
Ahora más que nunca el mundo en el que vivimos se levanta sobre los números, algunos de los cuales tienen incluso nombre propio: el número pi (π), el número e... De todo el conjunto de números notables hay uno especialmente interesante: 1,6180339887... Resulta curioso saber que esta modesta cifra ha fascinado a lo largo de la historia a muchas más mentes brillantes que pi y e. Durante siglos ha recibido denominaciones de lo más llamativas: número de oro, porporción trascendental, número divino, divina proporción, etc. El número de oro, que se representa con la letra griega Φ (phi), habita un territorio de relaciones y propiedades numéricas increíbles, pero también de conexiones insospechadas entre la naturaleza y las creaciones humanas. Este libro pretende ser una guía de viaje al país del número divino, donde descubrir sus bellezas y saber cómo apreciarlas.
No lo leeré. Ya no lo puedo leer. Sólo lo hojeo: su hermosura hermética. Mi vida en este mundo matemático, paralela a las matemáticas: sin rozar las matemáticas. Pero me asomé un día. Y, después de todo, se me dará un número más puro aún: el cero.