
Los buenos filólogos lo conocen, pero yo, que soy un mal filólogo, lo he descubierto ahora: el profesor de Harvard, sevillano de 1931,
Francisco Márquez Villanueva. Llevo varias semanas escuchando las conferencias filológicas de la Fundación Juan March y estoy aprendiendo como no aprendí en la menesterosa universidad de la que fui alumno (también menesteroso). Entre ellas, me han deslumbrado las de los dos ciclos de este hispanista español: el de
La Celestina y el de
Cervantes. Luego me he informado y he sabido que sigue la senda de Américo Castro y que fue discípulo del profesor Francisco López Estrada, quien tiene otro ciclo estupendo sobre
literatura pastoril. Ahora, por cierto, al buscar sobre este último, he visto que murió hace tres semanas. A Márquez Villanueva le dedicó Juan Goytisolo
este artículo que me gustó mucho en su día, aunque no retuve el nombre del profesor. Tampoco lo retuve en la
Historia y crítica de la literatura española, donde resulta que es suyo el texto que más recuerdo siempre: "Misticismo y sociedad moderna (Sobre los inventos de San Juan de Ávila)". Aquí manifestaba hermosamente cómo la mística y la modernidad vinieron juntas a España, y juntas se fueron: formaban parte del mismo espíritu. Los contemplativos eran prácticos, quizá porque no tenían enturbiado su tránsito a la acción. Copio de Márquez Villanueva:
El punto a que así venimos a desembocar es que misticismo, tecnología, capitalismo, tendían a darse en España como fenómenos concurrentes y solidarios, como facetas de un continuum arraigado en el mismo terreno vital. La actitud mística representa en España una radical novedad en ruptura con el pasado [...]. Misticismo, tecnología, capitalismo, coincidían en ser formas de modernidad todas ellas, pero por lo mismo carecían de futuro en una España que enconadamente repudiaba toda suerte de novedades y no permitía las mínimas estructuras sociológicas a través de las cuales las minorías y élites intelectuales (aplicadas a economía, ciencia, tecnología, pensamiento) iban a influir en la vida de las naciones modernas. España elige en cambio el inmovilismo intelectual garantizado por una alianza indestructible de plebe y aristocracia: una sociedad que se deja jerarquizar en grado sumo porque previamente esas jerarquías y sus órganos de poder han renunciado a fomentar otros valores que los de la elemental plebeyez cristiano-vieja. [...] Una España que hubiese de veras aceptado una religiosidad de inclinaciones místicas hubiera podido ser también una nación moderna en todos los demás sentidos. [...] En una España de místicos habría habido también, por paradoja, riqueza, ciencia e inventos. Hemos carecido de todo eso porque en un determinado momento histórico la mayoría de los españoles prefirieron ser un pueblo de inquisidores, arbitristas y matamoros.