11.9.10

La fricción de la vida española

Cuando Weil regresó de su primer viaje a la India, le pregunté si había sentido el choque cultural. "Sí, al volver", sentenció. Ahora el amigo Schelling me cuenta su estancia de seis meses en Montreal y parece el viaje de un astronauta: flotando en un ámbito no sin gravedad, pero sí sin fricción. "La fricción de la vida española", formula Schelling. Allí, dice, encontré algo insólito: funcionarios que lo que querían era ayudarte. En un rato resolvía los trámites que en España le hubieran llevado semanas. Y se lo resolvían suavemente, con amabilidad. Pensó entonces, pensamos, en este cepo que es nuestro entrañable país: un hormiguero de mónadas incomunicadas que se rozan y se agreden, se pinchan, se desgastan. Para abrirse un recinto confortable, uno tiene que dejarse la piel en el empeño. Y, si lo consigue, lo que ingresa es ya un Cristo magullado. Así, toda construcción de un gabinete de trabajo es, en la práctica, la construcción de un asilo, o de una morgue. El trabajo lo agotó uno en construirse el gabinete y, cuando lo termina, ya sólo le queda fuerza para amortajarse en él. Trato de imaginarme un momento en Montreal, sin fricción. Existe una esperanza y se la manifiesto a Schelling: "¿Pero esta fricción no nos da musculatura, no nos hace vibrantes? ¿Y no están más amortecidos allí en Montreal, bovinos, apazguatados? O sea, ¿hay un déficit de vitalidad allí, por falta de práctica en la fricción?". "En absoluto", concluye Schelling. "Montreal es una de las ciudades más animadas que he conocido. La energía ahorrada la gastan en vivir".

Con esto pensaba cerrar mi entrada. Pero la realidad insidiosa no consiente paraísos que duren más de un minuto. Buscando ahora en Google, me he topado con una terrorífica fricción. Algo chungo debe de haber en Montreal si han aplaudido la peliculastra de ese.