1.5.11

¿Por qué nadie me lo dijo?

Nunca me gustó Ernesto Sabato, pero a él se debe el 50% de uno de los libros que más he disfrutado en la vida: el de sus diálogos con Borges. Mi favorito era Borges, con su ironía lúdica; pero la desesperación de Sabato quedaba bien expuesta. Eran dos visiones poderosas e irreconciliables. Decía Borges, por ejemplo: "Este mundo es un juego de ajedrez". Y Sabato: "Este mundo es el infierno". Borges: "Dios es uno de los grandes personajes de la literatura fantástica". Sabato: "Dios existe y es Satán". Borges era el sabio. Sabato el crispado. A veces Sabato se iba dando un portazo. Borges no abandonaba su sonrisa. Ahora entiendo mejor a Sabato, pero sigo prefiriendo (y concediéndole la sabiduría) a Borges.

Yo he celebrado siempre a los grandes pesimistas, de Teognis a Cioran, pero el pesimismo de Sabato lo encontré melodramático, empalagoso. Era quejica y carecía de humor. En Sobre héroes y tumbas o en Abaddón el exterminador (no las he leído, pero me consta la escena), un personaje se encierra en un cuarto de hotel y promete suicidarse a tal hora si Dios no comparece. En semejante truculencia teológica se cifra lo que me hacía rechazar a Sabato. Su pesimismo me parecía muy triste, pero, en fin de cuentas, pequeño: una nostalgia demasiado adolescente por el sentido.

De Sabato leí El túnel y El escritor y sus fantasmas, que son buenos libros. Y le vi en Málaga una vez, hará veinte años. De aquella comparecencia sí me sobrecogió una cosa: "Cuando yo llegaba a una reunión se enturbiaba el ambiente, cesaban las risas. Introducía una tensión que a los demás les desagradaba. Era como si hubiera caído una nube negra. Pero yo no lo sabía, claro. Solo un amigo me lo confesó recién. He pasado toda la vida sin saberlo. ¿Por qué nadie me lo dijo?". Estaba consternado y nos dejó consternados. Si este mundo es el infierno, ya lo abandonó.

* * *
PS. Lowon sí le era devoto. Compenso con su homenaje.